El ‘bullying’ es una palabra que por desgracia escuchamos a menudo y que empleamos para referirnos al acoso que sufren muchos niños y jóvenes en todo el mundo. Generalmente suele ser perpetrado por sus propios compañeros de clase, quienes se burlan de quien califican como “diferente” o “raro”. Su desdén llega al punto de aislar a la persona elegida a su antojo, insultándola, menospreciándola e incluso agrediéndola físicamente en muchos casos.

Nuestro protagonista de esta semana, el piloto alavés Jon Idiakez nos cuenta que sufrió acoso escolar cuando era niño. Aún no le habían diagnosticado la enfermedad de lipomeningocele, pero ya presentaba problemas para controlar sus esfínteres. La incormprensión e intolerancia por parte del entorno educativo hizo que sus padres se vieran obligados a cambiarle de centro. Por eso, Idiakez pone sobre la mesa este problema contando su caso en primera persona con el deseo de erradicar esta lacra de las aulas, que se ha convertido en un problema de salud pública de primer orden, que afecta a la salud física y mental de nuestra población infantil y juvenil y tiene repercusiones en la edad adulta.

CÓMO COMBATIR EL acoso escolar

Según los expertos, los padres deben prestar atención constante a sus hijos y analizar, sin sobresaltos, pero con especial cuidado, cualquier conducta extraña que detecten en el menor. Y es que hay que tener en cuenta que en la mayor parte de las ocasiones, los niños no verbalizan que están siendo acosados en el colegio, o cuando lo dicen es después de muchos episodios. Por eso es tan importante ser capaces de averiguarlo cuanto antes.

Si de pronto, nuestro hijo no quiere ir a la escuela, no quiere quedar con sus amigos o rechaza ir a ciertos lugares que hasta ahora parecían gustarle, puede ser una señal que nos haga empezar a sospechar. Si a eso le unimos conductas como que finge estar enfermo a menudo, con el objetivo de no tener que ir a clase, debemos empezar a preocuparnos.

Otra señal a tener en cuenta es si le vemos triste y alicaído, con llanto frecuente y espontáneo. Si empieza a volverse más tímido y no se comunica con nosotros como lo hacía hasta ahora. En algunos casos, en cambio, se vuelve más agresivo y se aprecia en su comportamiento una ira contenida.

Los niños que son víctimas de ‘bullying’ parecen más despistados. Su sufrimiento y su preocupación por enfrentarse a una nueva situación violenta les impide centrarse en lo que están haciendo en ese momento. Por eso es bastante habitual que sus resultados académicos empeoren, pasando incluso a suspender materias en las que antes sacaba un sobresaliente. Tampoco descansan bien y pueden llegar a mojar las sábanas a causa de pesadillas. En algunos casos incluso puede reproducir lo que le está pasando con sus hermanos pequeños.

Una señal clara es si tu hijo presenta moratones, arañazos o contusiones de forma habitual. Si se excusa en una caída pero ves que no te mira a los ojos, puedes sospechar que se trata de una mentira, o si es de forma recurrente debes encender la señal de alarma.

Ante la duda de que nuestro hijo pueda estar siendo víctima de bullying, debemos hablar con el centro de estudios y pedir que se ponga especial atención en supervisar su entorno.

Como padres debemos fomentar la comunicación con nuestro hijo, ofrecerle confianza para que nos cuente qué le está ocurriendo. También es muy importante dejar que él trate de enfrentarse a sus acosadores para mostrar su fortaleza y confianza en sí mismo dorándole de herramientas que le ayuden a trabajar su autoestima. La ayuda psicológica también es fundamental para evitar que esta experiencia le provoque un trauma crónico que le afecte en su vida adulta.

Qué hacer si tu hijo acosa

Pero, ¿qué pasa si ocurre al revés? ¿Y si descubres que tu hijo es el acosador y no el acosado? No es plato de buen gusto, pero negar la realidad no hará que ésta desaparezca. Y aunque como padre quieras ayudarle, no hay mejor ayuda que seguir las indicaciones que estimen oportunas desde el centro.

Si bien no existe un perfil concreto de acosador, los niños o jóvenes que ejercen violencia psíquica y/o física sobre sus compañeros muestran baja tolerancia ante la frustración y son impulsivos. En caso de tener que enfrentarse a un conflicto, es habitual que presenten conductas violentas, por ejemplo, lanzando una patada contra una puerta o rompiendo objetos con virulencia.

Es preciso que les hagamos entender la gravedad del daño que causan en los demás y que hagan responsables de sus hechos para evitar que se conviertan en adultos agresivos. La ayuda de un profesional será fundamental para frenar esos comportamientos agresivos con los que buscan someter a quien consideran más débil o tal vez superior. Y también deberán trabajar su autoestima con el objetivo de frenar la frustración que sienten consigo mismos.