Las paradojas quisieron que un siciliano, las isla que respira al sur del sur de Italia, se elevará a los cielos a través de las montañas. La levitación de Caruso, triunfante en Alpe Motta, donde abrió la vitrina del Giro, se produjo bajando. Agarrado a la improvisación y al inconformismo de Pello Bilbao, excelso el gernikarra como linterna de Caruso, el italiano encontró la luz. Caruso, que durante su carrera apenas ha abandonado el uniforme de mayordomo, completó una actuación magistral que le valió una victoria arrebatadora y le significó en el segundo puesto del Giro. Caruso limó 28 segundos al líder, segundo tras Caruso en Alpe Motta. El trono pertenece a Bernal. El colombiano, apoyado en las muletas de Castroviejo y Daniel Martínez, supo atar el Giro en corto. Control y gestión. El mejor balance posible.

Además, Bernal no tuvo que preocuparse de Simon Yates, al que se le atravesó el menú montañoso en una jornada en la que el sol le abandonó a la intemperie. Sin lumbre, fatigado, el inglés que lideró la rebelión en los días precedentes, tuvo que claudicar en Alpe di Motta. Nunca pudo presionar al líder. A Bernal solo le queda descontar la contrarreloj de este domingo en Milán para asistir a la ceremonia de coronación. El colombiano partirá hacia el Duomo con 1:59 sobre Caruso y con 3:23 respecto a Yates. Salvo un hundimiento absoluto del colombiano, a Bernal le aguarda la gloria. En cualquier caso deberá competir hasta los estertores. No hay paz en el Giro. Tampoco cuando se adentró en Suiza.

San Bernardino, en Suiza, con talla de gigante, 2.065 metros, era la postal de una montaña como uno se las imagina. Carretera sinuosa y un puerto bamboleante, de curvas maravillosas y un frontispicio de nieve que no quiere claudicar en la primavera. La nieve aún sostiene el pulso con la gravedad. En algunas poses, la mole suiza, emanaba el aire del Stelvio, con esas herraduras que trazan líneas hacia un horizonte de sufrimiento.

Entre sus paredes heladas, Vervaeke, Pellaud, Visconti, Grossscharnter y Albanese coronaron la cima, una cremallera de asfalto abriendo un paisaje nevado. Era el núcleo de la fuga. En San Bernardino, el DSM de Bardet entró en el tablero del ajedrez del Giro. Los operarios de Simon Yates y Almeida, que hasta la base de la montaña aligeraron la marcha para laminar a Bernal, el rosa fucsia que parecía pálido, se retiraron del primer plano. El líder tachó otro puerto. Solo le quedaban dos.

El descenso, un zigzag hipnótico, convocó la valentía de Bardet, que se refugió en dos compañeros para aventurarse hacia la rebeldía. Pello Bilbao, un kamikaze, tiró de Caruso montaña abajo. El gernikarra interpretó de inmediato las corrientes internas de la carrera. Jaque. Detonó la utopía. Lo inesperado. Unirse a Bardet y los suyos suponía proteger a su líder. Atacar para defenderse. Pello Bilbao se vinculó al francés y a la fuga. El Ineos reaccionó.

El movimiento táctico del vizcaino atrajo la atención de los británicos, dispuestos a repeler la afrenta. No querían sustos. El BikeExchange colaboró con el líder. El mundo al revés. Simon Yates quería encapsular a Caruso, al que arengaba Pello Bilbao, su lanzadera en el terreno que daba la bienvenida al Passo della Spluga. El grupo de Bardet y Caruso tomó 40 segundos de renta con Bernal, acomodado en el nido del Ineos. A su vera, Yates, Vlasov y el resto.

Una vez ventilados los pulmones, Pello Bilbao determinó el compás en el quinteto de Bardet, Caruso, Grossscharnter y Storer. Narváez, uno de los costaleros del líder, tuvo que dimitir. Se enfrentaron Bilbao y Castroviejo. Pulso vizcaino en las entrañas del Giro, enmarcadas por la nieve y las vistas blancas. En Suiza el Giro no era territorio neutral. Fuego cruzado. Guerra abierta. El gernikarra, espectacular, aplastó el Paseo della Spluga. El frío y la lluvia se entrometieron en la subida, custodiada por los neveros, brazos blancos, helados. Tabiques de nieve.

Grossscharnter, el único dorsal original de la fuga, se aplanó. Perdió relieve. Storer, Bardet, Caruso y Pello Bilbao mantenían la cordada. Doblaron el Passo della Spluga con una ventaja de 40 segundos respecto al grupo de Bernal y Yates. Vlasov, al fin cómodo en el frío, se estiró en la bajada. Castroviejo le tocó el hombro. De la mano llevaba al líder. Simon Yates se cosió a él. El descenso, empapado, resbaladizo, era una cuestión de fe y destreza. Junto a Bernal se arremolinaba Daniel Martínez. Almeida y Carthy también compartían escena.

EXCELENTE PELLO BILBAO

La bajada era tan larga que hasta cambiaron las estaciones. Solo falta la melodía de los violines de Vivaldi. Olvidado el invierno, floreció la primavera. Suelo seco. Alivio. La diferencia entre el grupo de Caruso y el de Bernal no se movió ante Alpe Motta, la última montaña del Giro. El salón de baile del último vals. Castroviejo no lo vería. Exhausto tras su esfuerzo. Pello Bilbao, extraordinario, resistía. El servicio final para Caruso. Daniel Martínez se entregó a Bernal. Caruso y Bardet estaban solos por delante. El italiano era un grito de pundonor. Daniel Martínez llevaba en hombros a Bernal. Yates era su sombra. Almeida, el sufriente, Vlasov y Carthy viajaban en el mismo vagón.

Entre ecos de cencerros, con la afición animosa, sosteniendo las cunetas, Caruso, liberado, al fin jefe, disponía de medio minuto sobre Bernal y el resto de favoritos. El Giro de Bernal tiene derechos de autor. Los cobra Daniel Martínez, su ángel de la guarda. El colombiano es la pértiga del líder. Caruso abrasó a Bardet. El italiano voló en solitario. Martínez estrujó a Yates, al que le pesaba la montaña. No era un ciclista alado. Martínez también liquidó a Almeida. Bernal saboreaba la venganza.

El líder buscó a Caruso, pero no lo encontró hasta la ceremonia del podio. Allí reíaCaruso su tremenda exhibición para obtener su primera victoria de etapa en el Giro. La consiguió después de sumergirse durante 60 kilómetros en un sueño. Emergió en la realidad onírica de Alpe Mo tta. Caruso rascó 28 segundos a Bernal, que resolvió el último test de montaña de forma sobresaliente. Caruso obtuvo la matrícula de honor. Triunfador en la cumbre y segundo en el Giro. El primer cajón es del colombiano. A la espera del cierre en Milán, Bernal pone el champán a enfriar.