Interpretado por el actor Koji Yakusho, Hirayama es el protagonista de la película Perfect Days de Wim Wenders, un hombre tranquilo que vive en Tokio como si no existiese Internet, sin prisas, en armonía con el resto. Entre las rutinas sencillas a las que dedica su tiempo, además de escuchar cintas de rock en su coche de camino al trabajo, se encuentran los bonsáis, a los que cada mañana les presta su debida atención; los riega, los cuida, controla su tamaño.

El arte de cultivar estos árboles en miniatura tan peculiares -el nombre proviene del japonés bon (bandeja) y sai (árbol)- no es cualquier cosa. Lo explica el jardinero Manuel Lorenzo (Zamora, 1960), presidente de la Asociación de Bonsái de Álava, una de las entidades referentes en su ámbito en el Estado: “Es una especie de filosofía de vida en la que te relacionas con las plantas y el entorno natural. Una vez que te implicas al 100% en el mundo del bonsái, condiciona toda tu existencia porque adquieres un compromiso de por vida. Se convierten en parte de la familia y terminas conviviendo con ellos”.  

Asociación de Bonsái de Álava. Cedida

Y esto es tal cual. Lorenzo reconoce que en verano nunca se va de vacaciones, ya que es la época del año en que sus árboles requieren mayores cuidados. “No puedes dejar los bonsáis en manos de cualquiera”, advierte. Cuando se trasladó con su esposa desde Valladolid a Gasteiz a mediados de los años 90, ya llevaba consigo varios ejemplares de su colección personal.

Hoy, tras más de 40 años con ellos, afirma que probablemente los bonsáis seguirán vivos cuando él ya no esté. “Por suerte o por desgracia, suelen vivir más que las personas”, dice este hombre que, como Hirayama, habla con voz pausada y también parece en paz con el entorno que lo rodea.

Lorenzo entró en contacto con este singular mundo en sus años de estudiante en Valladolid. Y le atrapó desde el principio: “Una de las cosas más apasionantes es que van cambiando a lo largo del año; pasan por diferentes fases, evolucionan, adquieren colores. Lo ideal es que tú vayas madurando en paralelo al ciclo de vida del bonsái”, cuenta.

Un día, acudió a un curso en un centro de jardinería de Madrid, donde le pusieron en contacto con Luis Vallejo, el famoso paisajista que dirige el Museo del Bonsái de Alcobendas desde 1995. Ya establecido en Vitoria, comenzó a relacionarse con miembros de las dos asociaciones locales: Quercus y Pagoa Bonsái Eskola, que acabarían fusionándose en la actual Asociación de Bonsái de Álava.

Hacia el 2000, la asociación llegó a contar con más de 100 socios. Hoy en día, el número no alcanza los 30. Este grupo de aficionados al bonsái está formado casi exclusivamente por hombres (solo cuentan con la participación de dos mujeres). Frente a la imagen estereotipada de un señor armado de paciencia y con filosofía zen, su presidente explica que en la asociación “hay de todo”; desde perfiles tranquilos hasta personas con un carácter “eléctrico”.

Todos ellos coinciden en su pasión compartida por el bonsái: un arte milenario cuyos orígenes se remontan al antiguo Imperio chino y en el que los cambios suceden de forma pausada, guiados por el ritmo de las estaciones. 

El presidente explica que en la asociación “hay de todo”; desde perfiles tranquilos hasta personas con un carácter “eléctrico”. Cedida

El notable bajón en el número de socios se debe, sobre todo, a la falta de relevo generacional. Desde la entidad también se achaca la irrupción de Internet como uno de los factores determinantes del acusado descenso, ya que cambió radicalmente las formas de ocio y aprendizaje. “Ahora hemos llegado a un punto de estabilidad”, zanja su presidente.

Pero ni Internet ni siquiera la Inteligencia Artificial son capaces de descifrar el misterio de la conexión humana que se establece con un bonsái. Y luego está ese otro factor imposible de controlar, el tiempo, al que alude Lorenzo: “En Internet encontrarás toda la información que quieras, pero no puedes tocar nada. Con el bonsái eres tú quien debe adaptarse al ritmo de la planta. No puedes ponerlo a velocidad 1,5 para que vaya más rápido. Él marca las pautas. Si no crece, no te queda otra que esperar”.

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El “salto cualitativo” de Tantai

Tantai, el evento bienal sobre el arte del bonsái de la capital alavesa, celebró su primera edición en 2011 en el Palacio de Villasuso, junto a la iglesia de San Miguel, en la conocida plaza del Machete del casco histórico de la ciudad. Organizado por la Asociación de Bonsái de Álava con motivo de su vigésimo aniversario, arrancó de manera modesta.

“Fue una cosa pequeñita y bastante local. Vinieron algunos conocidos del País Vasco y de las zonas limítrofes”, expone Manuel Lorenzo. Conscientes de que avanzar demasiado rápido puede ser una estrategia suicida, desde la asociación optaron por crecer paso a paso, sin prisas ni la necesidad de “llegar directamente a la Luna”.

Pese a su sonoridad nipona, tantai significa árbol bravío en euskera. Paulatinamente, el concurso-exhibición ha ido ganando calidad y prestigio. En diciembre de 2017, se trasladó al Palacio Europa, donde, según cifras de la organización, cerca de 4.000 personas visitaron la exposición y pudieron contemplar 40 ejemplares llegados de distintas comunidades autónomas, así como de países como Francia e Italia.

Manuel Lorenzo lleva más de 40 años en el mundo del bonsái. Cedida

En 2023, acogieron a unos 6.000 visitantes. Lorenzo se muestra orgulloso de la evolución de un certamen que los días 6, 7, 8 de diciembre volverá al palacio de congresos Europa con una edición marcada por la presencia de la profesora de ikebana Michiko Boka, el maestro japonés Kenji Oshima y el coleccionista catalán Xavier Massanet. “Me he encontrado con aficionados extranjeros que aseguran no haber visto nada igual. El salto cualitativo ha sido enorme. En cierto modo, hemos sido pioneros hasta el punto de que nos han copiado”, afirma. 

En Tantai, se realiza primero una selección previa de los 50 árboles que se presentan a concurso, además de incluir, en cada edición, la colección privada de un “coleccionista acreditado”. La forma de presentar los bonsáis es tan importante como los propios ejemplares: se exhiben con una escenografía muy concreta, en paneles sobrios y elegantes, apostando por colores neutros para no restar protagonismo a las piezas. La evaluación corre a cargo de un jurado “variopinto” formado por distintas personalidades del ámbito del bonsái. 

En el jardín botánico 

En junio reabrió sus puertas el Jardín Botánico de Santa Catalina, situado en Trespuentes, a unos 20 minutos en coche desde Vitoria. Tras permanecer cerrado por reformas desde 2021, su apertura es una muy buena noticia para los amantes de la naturaleza y de los bonsáis en particular. Desde 2019, una decena de árboles de la colección personal de varios miembros de la asociación alavesa conviven en este entorno junto a más de 1.200 plantas.

“La idea es ofrecer una pequeña muestra de nuestro ecosistema: espino albar, cerezo de Santa Lucía, haya, pinos silvestres… Plantas que cualquiera puede encontrar en los alrededores”, explica Manuel Lorenzo. A estos ejemplares autóctonos se suman especies exóticas como arces japoneses de hoja verde y roja, o el delicado pino blanco japonés.

Jardín Botánico de Santa Catalina. Pilar Barco

Cada 15 días tres socios de la asociación se desplazan a este bonito jardín, enclavado en los restos de un antiguo monasterio jerónimo del siglo XV, para hacerse cargo de los “tratamientos más técnicos”, como podas, alambrados o los problemas fitosanitarios. De su mantenimiento diario, se encarga el equipo de jardineros de Santa Catalina. Cada año, se renuevan “uno o dos” de los ejemplares expuestos. El plan a medio plazo es desarrollar actividades complementarias como charlas, talleres o visitas escolares. Ya se verá. El tiempo… lo marcan los bonsáis.

Cómo sobrevivir a los calores del verano

“Cuando llegué a Vitoria un 2 de julio, hacía un día fabuloso: estábamos a unos veintipocos grados, no pasábamos de 30”, rememora Manuel Lorenzo. Tras un comienzo de verano especialmente cálido, advierte que sus bonsáis atraviesan “un periodo de estrés” provocado por las altas temperaturas de las últimas semanas. Los cambios térmicos bruscos les pasan factura. En esta época del año se le acumula mucho trabajo en su modesta colección, aunque sin resultados aparentes. Es en otoño y diciembre cuando los bonsáis se relajan y lucen sus mejores galas.  

Lorenzo riega sus ejemplares cada mañana, pero por la tarde, en las horas centrales del día, los árboles sufren con el sol. “Se asfixian, igual que nos pasa a nosotros”, afirma. Para mitigar el calor extremo y reducir en “un 40 o 50 por ciento la radiación solar”, recurre a las mallas de sombreo.

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Estos mismos protectores también sirven, asegura Manuel, para defender a los bonsáis del granizo. “He vivido las dos granizadas más fuertes que ha habido en Vitoria: una en 2014 y otra hace dos años. Se te cae el alma a los pies al ver las ramas y las macetas rotas”, explica. Él no responde al prototipo del coleccionista preocupado por la compraventa y atento a las fluctuaciones del mercado. En su caso, sin renunciar a adquirir algunos bonsáis, disfrutar del proceso relacionado con su mantenimiento y los cambios que lo van transformando. Lo que le importa es el camino.