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Un centenar de personas cada año busca ayuda en Álava para superar su adicción al alcohol

Son las que atiende el Grupo 24 horas de Alcohólicos Anónimos de Vitoria para acompañarles a dejar la bebida mientras comparten experiencias. Un joven de 23 años es el último que ha buscado su asistencia ininterrumpida

Un centenar de personas cada año busca ayuda en Álava para superar su adicción al alcoholAlex Larretxi

Detrás de una adicción como la del alcohol, hay un dolor tanto físico como emocional, en un ciclo que se refuerza a sí mismo. Bien lo saben Edurne, de 63 años, y Jesús, de 45, que llegaron a esconder botellas en todo tipo de “zulos”: desde secadoras al baúl de la moto. Ella, que empezó a beber con 22 años cuando empezó a salir por la ‘Cuesta’ de San Francisco, lo hizo porque llevaba años diciéndole a su familia que ya no lo hacía.

Él, se inició con 15, cuando descubrió que la cerveza le ayudaba a sacudirse su timidez. Veinte años después, abría sus latas a las ocho de la mañana. Cada uno tocó fondo a su manera, pero estas dos personas que forman parte del Grupo 24 horas de Alcohólicos Anónimos (A.A.) de Vitoria (calle Burgos, 19. Teléfono 945 03 32 06), que está abierto todo el día, de ahí su nombre, y que atiende a un centenar de personas cada año, de todo tipo profesiones y edades lo cuentan con una sonrisa.

Porque están completamente agradecidos con esa ayuda ininterrumpida, pionera en Euskadi, en forma de terapia de grupo, que siguen recibiendo. 

“A mí me han dado la vida. De hecho, antes no la tenía. Me llevó a un mundo de soledad, de autoengaño y de autodestrucción. Llegas a vivir en las gradas de la locura y de la muerte”, explica Jesús.

En imágenes: en el interior de Alcohólicos Anónimos 24 horas de Vitoria.

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“Quería conseguir ese efecto”

En su caso, llegó al grupo obligado, “por servicio a la comunidad”. Lo hizo en Galicia, en el grupo de A Coruña, en el año 2013, cuando lo que pensaba que era un “vicio” se convirtió en un drama personal, familiar, laboral y social. “Lo único que quería era conseguir ese efecto que tuve cuando tenía 15 o 16 años. Nunca lo volvía a recuperar y la manera de beber ya era problemática”, recuerda.

Y lo que encontró este asturiano en el Grupo 24 horas fueron muchas respuestas. “Una de ellas era a mi persona, mi personalidad, mi manera de ser, que era una persona muy tímida, que me sentía muy apenado por todo”, así que cuando descubrió el alcohol “para mí era una maravilla. Porque cuando lo tomaba era divertido”.

Nunca antes admitió tener un problema. “Por tanto, no pedí ayuda”, reconoce. Pero lo tenía y muy serio. “Me di cuenta de ello cuatro años antes de llegar al grupo porque estaba repitiendo muchos fracasos. Muchas frustraciones, mucha mentira, enfrentándome a la gente”.

Y la manera de beber se descontroló. “Cuando tomaba la primera, no podía parar. Ya era más para aguantar la vida, para vivir en un mundo, en una realidad diferente de no afrontar los problemas y no acercarme a la familia”.

Llegó forzado al grupo, “para que me firmasen”, pero ahí sigue. En el de Vitoria empezó hace diez años. En concreto, desde el 13 de noviembre de 2015, cuando se inauguró el Grupo de 24 horas. Fue uno de sus fundadores. “Se abrió por un compañero que había estado en el grupo de Ourense, que es donde se abre el primer grupo de España, y me preguntaron si quería ir a Vitoria a abrir esta nueva fuente de vida, como la llamamos, porque para mí lo ha sido, una increíble, y así lo hice”.

“Frenar” la enfermedad

Lo que hacen en este grupo es “frenar” la enfermedad. “Es incurable, no hay pastilla mágica que lo cure. Entonces, yo tengo que ir cada día que puedo. Soy alcohólico y tengo que escuchar a otro porque es donde se desarrolla el puente de comprensión, donde yo me siento bien. Porque quiero seguir con una vida estable y así me aleja de la botella. Mi madre estaba desesperada sabiendo que un día iba a recibir una llamada. Y al final recibió una, pero buena, la de que había llegado un grupo”, relata con un brillo de alegría y emoción en sus ojos.

"Con mucha vergüenza"

Cinco años después, entró en el mismo Edurne, cuando tenía 58 años, “pero intentando dejarlo llevaba desde los treintaitantos, con psicólogos, pastillas... Lo vivía con mucha vergüenza, sobre todo, por ser mujer, porque en esa época toda la que era borracha era una...”. Pero la persona alcohólica se busca la vida para seguir bebiendo, como hacía ella, que en cuanto amanecía, “iba a por una botella de vino y una barra de pan, no fueran a pensar que era una borracha. Paseaba a la perrita e iba al 'chino', porque al súper no me atrevía, a por una botella de whisky” porque no podía estar sin beber, “siempre me encontraba mal y la única salida que veía era hacerlo para calmar esa ansia”. 

Todas esas peripecias las cuentan con sus compañeros y además con humor, que eso siempre ayuda. “Nos hace gracia ver cómo hacíamos cosas que hasta entonces pensabas que solo hacías tú. Te ríes muchísimo y hablas de todo. Era muy típico, por ejemplo, meterte en el cuarto de baño para abrir una lata y para no oír el ‘crack’, poner una toalla”.

Cada persona, como recalca Edurne, ha tenido un fondo que no es común a todos, “pero son todos tan de sufrimiento y desesperanza...”. 

Porque hay mucha resistencia a reconocer que tienes un problema. “Porque es un fracaso personal”, dice.

Y entonces admitir que tienes un problema cuesta, “cuando tú igual has conseguido muchas cosas. Yo he hecho oposiciones. He hecho un montón de cosas en mi vida. Pero esa no has sido capaz de superarla”.

De todo tipo

“La cura es el grupo”, subrayan.

Y en él hay personas de todo tipo de profesiones y edades. “Que no piensen que el alcohólico es el de la barba larga pegado a un cartón de vino”, matiza Jesús.

“Tenemos todo tipo de profesiones: Funcionarios, cocineros, educadores sociales... Es un espejo social y ahora, como la sociedad está más formada, los compañeros que llegan están más formados”.

También los hay de todas las edades. Este pasado lunes entró un joven de 23 años, a las dos de la mañana. Cuanto antes, mejor.