"Buenas tardes, estimados compatriotas. En el día de hoy, he comunicado al jefe del Estado, la celebración de mañana de un consejo de ministros extraordinario para decretar el estado de alarma en todo el país durante los próximos 15 días”.
Con estas palabras, un viernes 13, sí el de la fecha por excelencia de la mala suerte en los países anglosajones, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba un marzo de hace cinco años, con caras de circunstancias, manos entrelazadas sobre el atril y ante la mirada de incredulidad de los espectadores, este instrumento recogido en la Constitución para afrontar crisis tan extraordinarias como las que desgraciadamente sufría el mundo en ese momento por el SARS-CoV-2, causante del síndrome respiratorio agudo severo.
El coronavirus, un virus que dejó calles apocalípticas, tras la orden de confinamiento, y que “solo” en Euskadi dejó 8.580 fallecidos en tres años.
Y en Álava no es que pasara de largo, precisamente. Fue en su capital, Vitoria, donde un funeral causó más de 60 infectados creando así uno de sus primeros focos. Ocurrió un 23 de febrero. Cinco días después, se confirmó el primer caso de coronavirus en Álava. Era el de una doctora del HUA-Txagorritxu.
Primeros fallecidos
Apenas un mes antes, se pensaba que el covid solo circulaba por China e Italia. Pero el 4 de marzo la sociedad vasca se dio de bruces contra la realidad al conocer su primera víctima mortal en el hospital de Galdakao. Al cabo de dos semanas, Encarni, la enfermera de 52 años, que le cuidaba, perdió la vida.
Cinco días después, un inolvidable 9 de marzo, al mediodía, el territorio volvió a ser tristemente célebre por ser su capital la primera en la que se anunció el cierre de centros escolares.
La medida afectaba a 45.000 estudiantes, desde Infantil, Primaria, Secundaria y Formación Profesional, y a 8.000 universitarios para frenar la expansión de los contagios, que entonces ascendían a 149 en toda la CAV (Comunidad Autónoma Vasca).
“¿Es verdad? ¿Desde cuándo?”, preguntaban los aitas y amas desesperados entre los grupos de WhatsApp, sin despegar su rostro de pánico de sus teléfonos móviles.
Unas pantallas que desde entonces se convirtieron en la mejor arma para conciliar trabajo y familia. Empezó a ponerse en práctica lo que era verdaderamente teletrabajar y a descargarse de forma masiva aplicaciones, como Zoom, para hacer videoconferencias. Y hasta para felicitar cumpleaños en la distancia y ver a familiares en residencias, gracias a la pericia digital de sus trabajadoras, que ejercían de mediadoras.
Imágenes virales
A finales de mes, comenzaron a hacerse virales las primeras escenas en Gasteiz que hasta entonces solo se habían visto en películas de ciencia ficción: las de personas ataviadas de arriba abajo con buzos blancos de protección biológica.
Un equipo de ertzainas empezó así a limpiar algunas calles un 23 de marzo .La ciudad fue pionera en este sentido, ya que después preveían hacer lo mismo también en Bilbao y Donostia.
Ese primer contingente de ocho agentes, miembros ni más ni menos que de la Unidad de Desactivación de Explosivos, conocidos públicamente por su labor en la lucha contra ETA con sus espectaculares uniformes para neutralizar las bombas y otros artefactos, comenzó a desinfectar la estación de autobuses de Lakua, las inmediaciones del HUA-Txagorritxu y de la comisaría de Vitoria.
Poco antes, a mediados de mes, por los móviles también circularon inéditas imágenes de la caravana de vehículos verdes de la UME (Unidad Militar de Emergencias) y de sus rojos camiones de bomberos, en su desplazamiento a la base de Araca, tras cancelarse en el último momento su operación de desinfección del aeropuerto de Loiu.
Miedo al ir al 'súper'
Y empezó a dar miedo ir al supermercado, no solo por ver estanterías arrasadas de papel higiénico, patatas fritas de bolsa y cerveza, sino tras conocer todos los consejos que había que seguir para protegerse al máximo a la hora de hacer la compra, entre guantes, mascarillas caseras, si se habían agotado las que se vendían en farmacias, seguir los itinerarios establecidos e intentar acudir a las horas menos concurridas, si es que so era posible.
No era raro ver en los tendederos, bolsas de tela y hasta de plástico, colgadas tras la visita a estos establecimientos en los que su personal se convirtió en uno de los grandes héroes de la pandemia, que fue declarada como tal por la OMS (Organización Mundial de la Salud) un 11 de marzo.
Ritual colectivo
Los otros superhéroes, tal y como fueron ovacionados durante el confinamiento, a las ocho de la tarde, desde balcones, a modo de ritual colectivo, fueron los sanitarios por cuidarnos, cuando ellos difícilmente lo podían hacer ante el desabastecimiento de EPIs (Equipos de Protección Individual) y un goteo incesante de positivos.
Porque la pandemia también sacó lo mejor de los alaveses, como esa inolvidable ola de solidaridad de ‘makers’ que fabricaban, de forma totalmente desinteresada, pantallas de protección contra el covid o a la que tuvo como protagonista a la Junta Administrativa de Zurbano, donde un grupo de vecinas dedicaron parte de su obligado aislamiento casero a confeccionar mascarillas.
Y hasta ese grupo de jóvenes que se organizó por redes sociales para llevar la compra a ancianos.
Picaresca agudizada
También, eso sí, se agudizó la picaresca ante los cierres perimetrales: desde los que iban a por el pan a kilómetros de casa, a los espías del visillo, que contaban cuánto el vecino sacaba al perro, y hasta el lado más deportivo: entre todas esas personas que, no fueron pocas, que se animaron a pasear, aunque fuera a primera hora, cuando un 2 de mayo se activó la ansiada “desescalada”, después de siete semanas de confinamiento.
Tras meses con la esperanza puesta en la vacunación, el 27 de diciembre de 2020, arrancó en Álava. Consuelo Landa, de 91 años, usuaria de la residencia Ajuria, fue la primera en inmunizarse. Poco después, comenzó a inyectarse por franjas de edad y grupos vulnerables, tras el aviso que hacía Osakidetza vías SMS. Y llegó así el pasaporte covid hasta para entrar en bares.