Apenas la nube baja que mantenía fresco el ambiente en la ciudad se evapora, y el ardiente sol del veranillo de San Miguel se arranca a caldear el ambiente, el Casco Medieval empieza a recibir a miles de visitantes dispuestos a disfrutar del día grande el Mercado Medieval, que cumple dos décadas sin haber perdido su esencia, pese a los cambios introducidos a lo largo de los años. Ahí siguen los puestos de venta de todo tipo de productos, los espectáculos callejeros, los disfraces, los puestos de comida o los juegos infantiles.

En estos tres días se puede comprar de todo en la almendra medieval. Espadas de madera, peluches joyas, perfumes, jabones, inciensos, cerámica, bolsos y cinturones, camisetas, pulseras, figuras de cristal, productos de aloe vera... Los Arquillos, la Cuesta, la plaza del Machete, Fray Zacarías, Santa María y Las Escuelas son este fin de semana un inmenso mercado en el que encontrar productos medievales y no tanto. Y, como siempre, la comida forma parte del espectáculo, para llevar y para comer en el sitio. Los visitantes curiosean entre los puestos de rosquillas, chorizos de jabalí, alubias, pasteles, queso idazábal, pastel vasco o panes cocidos en el sitio en hornos de leña portátiles, como portátil es la kupela de sidra que no falta nigún año a la cita medieval gasteiztarra.

Un grupo de turistas que sigue a duras penas a su guía entre la cada vez más espesa marea humana llega a uno de los lugares mas especiales del casco antiguo y de toda la ciudad. Allí, en la plaza del Machete, un círculo de niños sentados y madres y padres de pie, ya empezando a sufrir los rigores del calor otoñal, aguardan a conocer al dragón Otto.

El dragón inofensivo

El bicho aparece con su aspecto afable, acompañado por un druida y una princesa, y va saludando a los niños, se deja tocar, mientras mueve las alas y los párpados con tal realismo que algunos, los más pequeños, y por muy simpático que sea el sintético animal mitológico, estallan en un grito de horror. No pasa nada, Otto es inofensivo, como el guerrero bárbaro con la cara pintada, una enorme hacha y un cuerno que choca su puño amistosamente con los pequeños visitantes del Mercado Medieval.

Niños y niñas son quienes sin duda más disfrutan de este fin de semana de viaje en el tiempo, y es que además tienen su propio espacio. En la plaza Martín Ttipia, junto a la vieja nevera de piedra de la ciudad, los pequeños tratan abarcar todo, de probar todo, de jugar a todo. Hay ajedrez, damas y tres en raya gigantes, camas elásticas, un viejo barco y espectáculos, además de talleres de tiro con arco, esgrima, percusión o malabares.

Cruzar desde allí hasta la plaza Euskaldunberri, frente a Escoriaza-Esquível, se hace ya harto complicado, por la cantidad de gente que curiosea en los puestos, si bien las ventas no parecen ser todavía muy abundantes. Allí, bajo la muralla de Gasteiz, Se encuentra el espacio reservado para la cultura árabe. Los más apetecibles dulces, el cus cus, el té y el kebab dan la bienvenida a los visitantes a la espera de que empiecen los espectáculos de música y danzas.

La historia de Vitoria

Si hay un lugar de la capital alavesa capaz de retrotraer al visitante unos cuantos siglos atrás esa es la plaza de la Burullería. Bajando hacia allí desde Santa María, varios carteles explican los principales hitos de aquella ciudad medieval que pasó de pequeña aldea a villa gracias a Sancho el Sabio y al carácter estratégico de la colina en las pugnas ente navarros y castellanos. Luego llegó el crecimiento colina abajo, hacia el este, el auge comercial, la entrega a Castilla, el devastador incendio y la reconstrucción y ampliación hacia el oeste.

Un par de siglos después se erigiría la torre de los Anda bajo la que están los carteles históricos. Hoy Vitoria ha regresado a aquella época, y los miles de visitantes disfrutan de la música itinerante celta por todo el Casco Medieval, de la exposición de armas de la plaza de Santa María, o del campamento de los jardines de Echanove, donde las cotas de malla, los cascos, los escudos y las sillas de montar hacen las delicias de los más pequeños.