Con los pies en la tierra es un documental realizado por la asociación de mujeres agrarias Gure Soroa en colaboración con la Diputación de Álava para reflejar más de dos décadas de trayectoria de un colectivo que da visibilidad a su labor y a la realidad de las mujeres agroganaderas del territorio. El vídeo, presentado en Samaniego, pone en valor su trabajo en el campo, tantos años invisibilizado, y retrata sus preocupaciones, aspiraciones y sentimientos.
Con los pies en la tierra pone en boca de una veintena de mujeres agroganaderas los interrogantes a las que se enfrentan a diario; el camino andado y el que resta por andar. “Si estamos solas, ni nos ven ni nos vemos, por eso hay que visibilizar que los pueblos también existen y que las mujeres tenemos mucho que ver para que no se vacíen”, clama Gure Soroa.
Con los pies en la tierra ven bastante negro el futuro del campo: no hay relevo generacional, sobre todo femenino, un pilar fundamental en el agro; los precios son difíciles de ajustar a sus productos; les desbordan las trabas burocráticas y dificultades para cumplimentar todo el papeleo exigido; faltan servicios en el mundo rural; los costes de producción van al alza, con precios abusivos y cada vez las explotaciones están en menos manos.
Con los pies en la tierra opinan unas y otras que “la gente joven se tendrá que poner las pilas y no rendirse, que agro aún, pero ganadero, olvídate, que si no nos abren un poco la puerta lo vamos a tener muy complicado y que se necesitan políticas agrarias activas y mucha concienciación para que la gente consuma productos locales”.
Con los pies en la tierra abre el documental quien fuera la primera presidenta de Gure Soroa recordando los inicios de la asociación allá por 1996. “En aquellos tiempos teníamos la necesidad de juntarnos, de aprender unas de otras, de cambiar la manera de convivir y de salir al mundo porque la vida no es sólo trabajo; todo surgió porque quince mujeres se decidieron a dar ese salto”, cuenta Judit González de Matauco. Hoy ya son 91 mujeres de 53 pueblos alaveses diferentes. “Somos el resultado de esa cosecha”, apunta Espe García de Caballero, agricultora y expresidenta de un colectivo que forma, informa y promociona a la mujer agraria.
“Se podría decir que somos como piezas de un puzle; por separado tenemos nuestra función, pero no visibilidad; gracias a Gure Soroa, las piezas han ido encajando hasta revelar una fotografía final
Con los pies en la tierra, la asociación les ha dado la oportunidad de salir y participar en cursos, charlas, foros y actividades de entretenimiento, lo que les ha permitido unirse y conocerse, recuerda Yolanda Granja, clavera del Archivo de Hijosdalgo de Elorriaga. “Se podría decir que somos como piezas de un puzle; por separado tenemos nuestra función, pero no visibilidad; gracias a Gure Soroa, las piezas han ido encajando hasta revelar una fotografía final que nos representa a todas las mujeres, nuestras inquietudes y necesidades”, explica.
Una auténtica revolución
“En su momento fue una auténtica revolución porque pasamos de no salir de casa a, de repente, empezar a hacer cursos e ir a sitios”, reconoce María Ángeles García Nieto, vocal de la junta administrativa de Arbulo. “Gracias a eso, hemos quitado el miedo a participar en cooperativas, asociaciones, sindicatos, etc., Gure Soroa nos ha quitado el miedo”, añade María Ángeles Tojal, presidenta de la junta administrativa de Aberasturi.
Con los pies en la tierra, Nerea Urtaran gestiona un agroturismo. Destaca cómo se ayudan unas a otras informándose de todo lo que se enteran, una unión con la que luchan contra la dispersión del mundo rural. “Para mí ha sido la salvación porque estaba tan sola...”, dice Begoña Fernández de Larrea, socia fundadora.
Con los pies en la tierra, el documental, narra todo lo aprendido por estas mujeres en el transcurso de 26 años, una vez quitado el miedo inicial a dejarse ver. Les ha servido para tejer redes y para empoderar a la mujer agroganadera, es decir, para que pueda hacer y decidir sobre las cosas que le afectan directamente. Sólo han pasado catorce años desde que la ONU reconoció por vez primera la labor de la mujer agroganadera. El Ministerio de Agricultura ni siquiera distingue a día de hoy lo que es una mujer rural de una mujer agroganadera, lamenta María Alonso de Artaza, comisionada de la sierra Brava de Badaya: “no es lo mismo vivir en un pueblo que vivir del trabajo del pueblo”, matiza.
“No es lo mismo vivir en un pueblo que vivir del trabajo del pueblo”
Con los pies en la tierra, Edurne Basterra sigue los pasos de su familia al frente de una explotación en Aberasturi, con campos de cereal, ganado porcino, un vivero de plantas y alguna abeja. La tesorera del área de Desarrollo Rural de Lautada está encantada de vivir donde vive y como vive, aunque echa en falta más apoyo de las instituciones. “No nos ayudan nada, para realizar todo el papeleo que nos exigen necesitamos ocho horas diarias; no sé qué pretenden, que seamos agricultoras, ingenieras, administrativas y de todo; no entienden que nuestro trabajo es producir y criar buenos animales, que no nos da para tener contratada a una persona en la oficina”, se queja.
Con los pies en la tierra, Mónica Cardoso empezó cultivando alubia pinta, pronto creó una línea de productos, una etiqueta identificativa y estudió las posibilidades de comercializar sus productos; ahora vende directamente al consumidor. “Es lo que hay que hacer, comprarnos a nosotras, de ganar que ganemos los agricultores, no las grandes comercializadoras que adquieren a bajo precio y luego lo inflan en las grandes superficies”, apela.
Vocacional, pero duro
Su trabajo es vocacional, pero esclavo y a la vez primordial para las explotaciones agroganaderas, puesto que la mujer es la que toda la vida ha asumido el bienestar de la familia, con todo lo que ello conlleva. “Las ovejas comen todos los días, el 5 de agosto, igual hay que cosechar y una vaca perfectamente se puede poner de parto en Nochebuena”, ejemplifica María Alonso de Artaza, comisionada de la sierra Brava de Badaya.
Con los pies en la tierra, su padre no quería esa vida tan dura para ella; en cambio, a Felisa Galdós le gustaba el campo y vio que podía salir adelante igual que cualquier hombre. “Desde los 14 años andaba con tractores, mi padre pensaba que no necesitaba carné de conducir porque ya tenía él, pero yo tenía otras ideas; una vez, mis hermanos me dieron 4.700 pesetas para que me comprara una pulsera, fui y me saqué el carné con ese dinero; después, me ha hecho más falta que comer”, narra desde su explotación.
Con los pies en la tierra, Milagros López de Munain considera que el reparto de tareas no es equitativo en el campo. “Los hombres ayudan, pero no tienen responsabilidad en el ámbito familiar; así, mientras hay mujeres que llevan una explotación agroganadera, todavía se ve a muy pocos hombres que cambian pañales o ponen el termómetro a la abuela”, apunta María Alonso de Artaza. Al final, al implicarse en los ámbitos hasta ahora considerados masculinos, estas mujeres sienten que se echan otra mochila la espalda.
Titularidad de las explotaciones
Con los pies en la tierra, Marian Bejarano preside en la actualidad Gure Soroa. Al echar la vista atrás, rememora lo importante que fue la aprobación de la ley de titularidad compartida aprobada en 2011. “Buscaba favorecer la participación de la mujer en las explotaciones familiares para que en su vejez pudieran tener una jubilación digna como todo trabajador”. Además de fomentar la igualdad entre la pareja, la titularidad compartida nace de la necesidad de dignificar el trabajo de las mujeres en el campo, ya que su tarea sólo se consideraba hasta entonces una ayuda porque la titularidad del negocio únicamente estaba en manos de los maridos.
“Ahora, el trabajo de la mujer agraria está más reconocido, tras años y años a la sombra de los maridos, de los hombres en general, pese a que en la sombra trabajaban tanto como ellos, solo que no se les veía”, señala Lourdes Etayo, vocal de la junta de Remolacha de UAGA. La Diputación también reconoce su papel. “Es necesario reconocer el papel de la mujer en el ámbito rural, de la agricultura y de la ganadería, un trabajo invisibilizado durante demasiados años”, cree el diputado general, Ramiro González.
“Ahora, el trabajo de la mujer agraria está más reconocido, tras años y años a la sombra de los maridos, de los hombres en general"
Con los pies en la tierra, otro hito fue, sin duda, la aprobación del Estatuto de las mujeres agricultoras en 2015 que sirvió para visibilizar la situación de las mujeres en el campo. Y partió de Gure Soroa. “Nació de la necesidad que teníamos de visibilizarnos en los órganos de decisión; lo viví en primera persona y entonces lo disfruté”, rememora la ganadera Eva López de Arróyabe, ahora más enfadada, no solo porque no se cumple sino porque “lo que se obliga a cumplir genera más problemas que facilidades”.
“Si el sector primario en Araba tiene un futuro, desde luego lo va a tener con las mujeres”
Con los pies en la tierra, en la misma línea apunta Nieves Quintana, presidenta de la asociación de concejos de Vitoria. “Todavía no se ha puesto en marcha al cien por cien, así que hay carencias y es la administración la que tiene que tomar decisiones ya”. Ambas piensan que es necesario darle una vuelta y, por supuesto, ahí tienen que estar las mujeres para opinar, ahí tiene que estar Gure Soroa, con los pies en la tierra. “Si el sector primario en Araba tiene un futuro, desde luego lo va a tener con las mujeres”, indica López de Arróyabe. Mujeres con los pies en la tierra.