Es miércoles por la mañana y una nube blanca sale del extremo del polígono de Gojain más cercano a Urrunaga. El persistente viento sur de este otoño la dispersa hacia el pueblo, donde el olor es más que perceptible, al igual que el ruido constante de maquinaria industrial y el intermitente de las excavadoras. Prácticamente en todas las casas del pueblo cuelgan carteles que reclaman una solución a la contaminación causada por las empresas de reciclaje de metales del grupo Otua, al que el Gobierno Vasco quiere obligar a desarrollar su actividad bajo techo.

Un vecino del pueblo que prefiere no dar su nombre explica a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA que el día que hay visita o inspección en la zona los olores desaparecen, para dejarse sentir de nuevo en cuanto cesa la vigilancia. “Se marcharon, pusieron las máquinas en marcha y olía otra vez que se jodía, y no para ningún día, domingos y todo”, afirma el hombre, quien asegura que por las noches se queman las ruedas de los coches destinados al reciclaje.

El relato de Iratxe es similar. “El día que se hizo la visita de las Juntas Generales estuvieron antes recogiendo mierda, y todavía quedaba. De vez en cuando limpian, en cuanto ven que va a haber movida, pero en la carretera está todo lleno de hierros, ha habido tantas denuncias de trabajadores de Gojain que de vez en cuando pasan la barredora, pero hay muchas partículas de hierro que pinchan las ruedas”.

Iratxe vive en la parte baja del pueblo, en una casa protegida por una colina del polígono industrial, pero aún así el ruido y los olores llegan hasta su vivienda. “Esto fue ayer, 25 de octubre, a las dos del mediodía, (muestra una fotografía de una colina de la que emerge un gran frente de humo). Es horrible, es todos los días así, es inhumano”, narra Iratxe, quien asegura que el olor llega hasta Elosu, al otro lado del monte.

La vecina de Urrunaga dice que “la noche es lo peor porque es cuando aprovechan, parece que tenemos los pitidos de la excavadora cuando da marcha atrás aquí mismo, y en verano no podemos abrir las ventanas porque el ruido y el olor son continuos, te pica la garganta y la nariz”. También la quincena de menores que viven en el pueblo sufren esas molestias físicas, y de hecho en verano tienen que pasar su tiempo libre en la bolera, protegidos del ambiente exterior. “Hacer deporte ni nos lo planteamos”, añade Iratxe.

Ante este panorama, denuncia que “las instituciones no hacen caso. El Ayuntamiento de Legutio dice que ya han hecho lo que tenían que hacer, que no pueden hacer más, el Gobierno Vasco dice que lo va a cerrar, pero si las normas subsidiarias de Legutio no lo permiten no se va a poder hacer”.

Los vecinos de la zona se han organizado en torno a la plataforma Herriak Bizirik, y a través de su chat llegan fotos como la que muestra Iratxe, de aguas llenas de espumas, plásticos y aceites, y de acequias negras. “Aquí hay cereal sembrado, y no se quieren hacer catas de tierra ni de agua, ¿por qué? Además el pantano está aquí mismo”, señala Iratxe, quien explica que cualquier día a las cinco de la madrugada se amontonan camiones llegados de toda Europa a las puertas del polígono.

Herriak Bizirik ha acudido a las Juntas Generales y lo hará al Parlamento, ha abierto una petición en change.org y pone todas las denuncias que cree oportunas. Las empresas, afirma, “dicen que quieren hacer algo, pero no hacen nada, es muy bonito ganar mucho dinero e invertir poco”.

Iratxe asegura que hay varios casos en el pueblo de gente con cáncer, “gente que ha muerto, y ya no sabes si puede derivar de ahí o no”. Otros han decidido marcharse a Vitoria, otra gente “está de baja, desquiciada”, y por todo ello o a pesar de ello, Iratxe concluye: “No nos rendiremos”.

Historiales clínicos

Felisa regenta una explotación ganadera en el pueblo de Gojain, en una colina desde la que se ven las fábricas de reciclaje, y coincide en el relato de los demás vecinos. “El día que van a venir a inspeccionar no trabaja nadie”, afirma.

La mujer recuerda el trauma que supuso para los vecinos de la zona la construcción del embalse de Urrunaga, cómo “la gente se quedó sin nada” y personas como su padre malvendieron sus tierras para que llegaran industrias y el municipio de Legutio pudiera prosperar. “No nos hemos lucrado, lo hicimos para dar trabajo”, insiste la mujer, quien advierte de que no solo es el grupo Otua el que contamina, otras empresas “funden aluminio con pintura y ha habido que cortar la carretera, han venido ambulancias y bomberos, pero nos dicen que es normal, que es vapor”.

Felisa pide que les escuchen, que dejen de sentirse ninguneados porque, afirma, el daño psicológico empieza a superar al físico, y eso que “hay gente con historiales clínicos enormes”. Su marido, asmático, sale cada mañana a pasear a sus perros y “la mayoría de los días se tiene que dar la vuelta o ponerse una mascarilla. A mi hija –prosigue– le han llegado a decir que ya sabía dónde venía a vivir, cuando llevamos nosotros bastante más tiempo aquí que el polígono”.

Además del “ruido, el humo y la dificultad para respirar”, a Felisa la contaminación le ha inutilizado parte de los pastos que utiliza para dar de comer a su ganado, y que han sido separados de forma escrupulosa para que no los consuman las vacas de leche. Otras bolas de pasto han ido directamente a la basura. “Más de una vez” su casa ha quedado cubierta por la nube procedente del polígono, y hasta su vivienda llegan multitud de camiones guiados erróneamente hasta allí por el GPS.

Sin embargo, Felisa insiste. “Lo hemos dicho cien mil veces, no estamos en contra del polígono, estamos en contra de las medidas que se aplican con estas empresas. Si no estuviese aquí el reciclaje sería mucho mejor, pero está, y si está, y está dando mucho dinero, por favor, que pongan medidas”.

La vecina de Gojain reclama que haya un diálogo. “Vamos a dar nosotros nuestras razones y vosotros las vuestras, vamos a llegar un acuerdo y que las vidas importen, que no nos digan siempre que esto está dentro de lo normal”.

“Ahora vienen los junteros, pero estamos en el tiempo que estamos”. señala, y pide que la interlocución sea del más alto nivel. “Yo le pediría a la señora Tapia (Arantxa Tapia, consejera de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente) que nos escuche cara a cara, verbalmente, que vea la angustia que tenemos, la gente que se ha tenido hasta que marchar de aquí, y a otros no sabemos hasta qué punto les ha afectado en su salud”. Felisa insiste en su petición: “Que nos veamos más arropados y escuchados”.