Una alarma por emergencia no es un escenario tan remoto después de las experiencias de la pandemia covid o los fenómenos meteorológicos extremos –desde las sequías a las lluvias y el viento– que se han tenido que encarar recientemente. Eslovaquia se encuentra ahora mismo en estado de emergencia por la extensión de la fiebre aftosa entre su cabaña ganadera y varios gobiernos escandinavos recomendaron hace ya meses la preparación de kits personales a las familias ante la percepción de inseguridad que proyecta la actitud belicista de Moscú. Quiere esto decir que no es preciso generar una alarma sobreponderada en la ciudadanía para transmitir lo oportuno de disponer de mecanismos de autosuficiencia. La Comisión Europea ultima un plan de contingencia ante emergencias extremas que incluye la disposición de los materiales para que las personas sean autosuficientes al menos 72 horas ante la eventualidad de no poder recibir asistencia. Lo llamativo del caso es la explídita alusión a un hipotético conflicto bélico, pero lo cierto es que no hace falta llegar a este extremo, que rememora el alarmismo de la Guerra Fría, para tomar medidas que eviten, por ejemplo, el desabastecimiento de determinados productos vivido en los primeros días de pandemia por la dificultad de mantener las redes de producción y distribución. La iniciativa europea apunta a disponer de reservas propias de agua, alimentos básicos, medicamentos y suministro eléctrico alternativo (baterías) ante un eventual problema extremo. El debate de las formas puede polarizarse entre quienes consideran imprescindible asumir el estado de preocupante escalada de las amenazas y quienes denuncian una intención alarmista para conducir a la opinión pública a asumir otras decisiones. No cabe duda de que los mecanismos que pueden prevenir estas situaciones extremas son otros. Los compromisos ambientales globales, la diplomacia internacional y la cooperación en lugar del modelo de conflicto que se está imponiendo son las vías para evitar estos escenarios. Pero no deja de ser cierto que, en ausencia de todos ellos y ante el deterioro consecuente, tan grave como el alarmismo innecesario es la imprudencia de renunciar a estar preparados. Sin alimentar el pánico ni los intereses particulares, la prevención aporta estabilidad.