Ochenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la sombra del fascismo reaparece con inusitada fuerza en el seno de Europa mutada en una mala imitación del trumpismo dentro de una renovada imagen de la ultraderecha clásica. La fotografía y los mensajes transmitidos desde el cónclave que ha reunido en Madrid a los grandes líderes de los diferentes partidos que impulsan las políticas de extrema derecha en la Unión Europea no deja lugar a dudas sobre sus intenciones últimas, que no son otras que la “reconquista” en forma de toma del poder frente a los valores y principios que han caracterizado desde sus orígenes a la UE. Convocados por el presidente de Vox, Santiago Abascal, la cumbre de los líderes del grupo Patriotas en el Parlamento Europeo, desarrollada en un clima de euforia, ha reunido a Viktor Orbán (Hungría), Marine Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia) y Geert Wilders (Países Bajos), entre otros dirigentes ultras. Más allá de la reiteración de sus mensajes que componen su repugnante ideario xenófobo respecto a la migración, contra la diversidad, las políticas verdes y el cambio climático y, en definitiva, su beligerante guerra cultural, son tres los ejes sobre los que gira el discurso ultra en el continente: la admiración por las políticas que está llevando a cabo Donald Trump en estos sus primeros veinte días como presiente de EEUU, su rechazo cada vez más explícito a las instituciones comunitarias y a la propia Unión Europea de la que sus países forman parte y su llamamiento a la unidad de acción. Hay que tener en cuenta que esta ultraderecha, con algunos matices como la de Giorgia Meloni en Italia, gobierna ya en algunos Estados miembro, crece electoralmente en prácticamente todos y está cerca de alcanzar el poder en varios. Sin ir más lejos, las próximas elecciones del día 23 en Alemania supondrán una prueba de fuego respecto a la fuerza que pueda alcanzar la formación ultra AfD alemana, patrocinada también por Elon Musk. En este escenario, la deriva de la Unión Europea, incapaz de articular una respuesta a los grandes retos que son los que alimentan los discursos ultras y paralizada en la práctica por las amenazas de Trump –aranceles, exigencia de incremento en el gasto militar, etc.–, adolece de una objetiva falta de liderazgo y de impulso político que pueda frenar este tsunami.
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