Los fracasos no suelen tener padre ni madre, pero los éxitos acumulan miles de progenitores. Lo estamos viendo con el acuerdo político que ha hecho posible la recuperación de la prevalencia de los convenios locales (autonómicos o provinciales) en el caso de que sean más beneficiosos para los trabajadores. Apenas se anunció, la llamada mayoría sindical vasca –ELA y LAB, no hace falta explicarlo– celebró el logro, lo que está muy bien, pero en lugar de reconocer a quienes lo habían hecho posible, se lo atribuyeron a las huelgas y la lucha en la calle. Nadie va a negar que esas movilizaciones han existido y que la reivindicación de aplicar los convenios propios está desde el minuto uno en las agendas de las centrales. Pero bastaría media gota de sinceridad para reconocer que lo que ha inclinado la balanza ha sido la perseverante (casi obcecada) actuación del PNV, tanto desde Sabin Etxea como, a modo de gota malaya, desde el propio Congreso de los Diputados, con Aitor Esteban a la cabeza.

A veces, la historia se escribe así. Resulta que ha sido el partido “neoliberal, burgués, defensor de los explotadores” (y me llevo una) el que ha conseguido que se apruebe una medida que mejorará las condiciones laborales de las y los currelas no solo de Euskal Herria sino de todo el Estado español. Uno de los hitos de la exigencia jeltzale fue su voto contrario a la reforma de la reforma laboral porque no contemplaba la prevalencia local. Lo anoto porque el probable próximo vicelehendakari Eneko Andueza tuvo el cuajo de afirmar ayer que esto se habría resuelto de haber salido adelante la contrarreforma. Lo más triste es que el líder de los socialistas vascos ni siquiera sabía que mentía. Solo mostraba su proverbial desconocimiento de la actualidad política. Su inminente nuevo cargo le va a exigir que se esfuerce un poco más. Y EH Bildu, a todo esto, como convidado de piedra aplaudiendo desde la grada. ¡Aaaay!