Los disturbios en el norte de Kosovo afloran un conflicto de profundas raíces y difícil solución para el que la supervisión militar o policial de la ONU no es suficiente. Kosovo, reconocido como país independiente por casi un centenar de estados, no goza, sin embargo, de la sustancia legal que el derecho internacional debería aportarle. El componente emocional y étnico, añadido a años de represión de la mayoría albanesa por parte de las autoridades yugoslavas provocó el estallido independentista en la última década del siglo pasado. Desde entonces, el problema de definir un estatus y relación entre las autoridades de Pristina y Belgrado sigue sin encararse. Las resoluciones de la ONU que autorizaron la intervención de la OTAN y su protección mediante el despliegue militar en la región no contemplaban la modificación de estatus y abogaron por la integridad territorial de Yugoslavia con una amplia autonomía real de los kosovares, pero no su independencia. Yugoslavia desapareció pero Serbia mantiene la reivindicación sobre un territorio cuya población eslava es minoritaria desde hace siglos pero que considera el “corazón” de la nación serbia, como reivindicaba esta semana el tenista de esa nacionalidad Novak Djokovic. Al amparo de la OTAN se ha sostenido una administración que ha permitido desarrollar estructuras propias de gestión kosovar pero que no ha resuelto el choque social. El último estallido tiene como origen el boicot de la mayoría de población serbia a las elecciones locales en cinco municipios del norte del territorio. Su intento de impedir que se constituyan los gobiernos municipales con alcaldes de etnia albanesa ha sido respondido con la intervención de la policía kosovar y ha derivado en enfrentamientos con las tropas italianas y húngaras de la KFOR (la misión de la ONU). Un escenario que solo podrá desatascarse y contener una escalada violenta encarando la estabilización de la Kosovo independiente y Serbia, cuya reivindicación nacional también reconocían las resoluciones de la ONU. La negativa a consolidar la ruptura definitiva del territorio por parte de Belgrado y el anhelo kosovar de que se realice reclaman una vía definitiva, como se alcanzó en Montenegro y Macedonia del Norte con el mutuo reconocimiento de derechos. Cualquier alternativa es volver al bucle irresoluble.