Los veinte Estados económicamente más fuertes del mundo suelen convertir sus cumbres en termómetro de la actualidad según sus actitudes, prioridades y objeciones. De estas citas se pueden extraer lecciones leyendo entre líneas en los gestos diplomáticos que no suelen caer en saco roto. La jornada de ayer en Bali tuvo bastante que analizar y algunas señales esperanzadoras contuvo, aunque no hasta el extremo de considerar que el escenario de crisis vigente vaya a dar un cambio de guion de modo inmediato. El principal asunto que planeó ayer sobre la cita de mandatarios fue la invasión rusa de Ucrania y de lo acontecido cabe hacer lecturas positivas. En primer lugar, si la diplomacia debe ocupar el lugar de las armas, el hecho de que los interlocutores se escuchen es imprescindible. Ayer, el ministro de Exteriores ruso, Lavrov, aguantó los reproches de la intervención del presidente ucraniano, Zelenski, y le respondió incluso, aunque fuera indirectamente y para, durante su turno, considerar sus demandas imposibles. Por contra, la propia intervención de Lavrov no provocó la habitual espantada de representantes occidentales. El diálogo empieza por el reconocimiento de que la otra parte tiene algo que decir. Las miradas de casi todos se fijaban en la actitud china, valedor fundamental de los intereses de Moscú en esta crisis, siempre reluctante a debilitar la posición de su aliado. El hecho de que la postura oficial china incidiera en el final imperioso del conflicto armado se interpreta como un mensaje de su disposición a propiciar el final de la agresión, aunque sus términos aún están muy lejos de estar definidos. China, como el resto del mundo, ya padece la dilatada crisis bélica en Ucrania en su economía y, si bien nunca atravesará la línea que agrupa a los socios occidentales frente a la agresión rusa, empieza a transmitir con reiteración que la aventura de Moscú ya no cuenta con sus simpatías. Xi es el principal interlocutor capacitado para propiciar un cambio de actitud de Putin y ayer le dejó claro que la amenaza nuclear que esgrime es más de lo que está dispuesto a asumir. A Moscú le toca leer entre líneas y percibir la debilidad creciente de su huida militar hacia adelante. El G20 le ha recordado que, si nunca fue aceptable su agresión, ya no es soportable el efecto sobre la estabilidad política y económica mundial.