El covid-19 no ha desaparecido de nuestras vidas en los últimos meses, en los que estamos disfrutando de una normalidad cada vez más parecida a la realidad social, laboral y de ocio prepandémica tras el fin de las restricciones que marcaron la época más dura de la lucha contra la enfermedad. Esta relajación y la aparición y extensión de las variantes AB4 y AB5 del virus, procedentes del linaje de ómicron y que son mucho más infecciosas, están provocando un importante repunte de contagios y hospitalizaciones que debe preocupar tanto a las autoridades sanitarias como a la ciudadanía en general. Los datos del último boletín epidemiológico actualizado ayer por el Gobierno Vasco son elocuentes respecto al impacto que está teniendo el covid en Euskadi. Más de mil contagiados diarios, 527 personas ingresadas en los hospitales, 23 de ellas en las UCI –casi el doble que la semana anterior–, 22 fallecidos y una alta tasa de incidencia acumulada en 14 días por cada 100.000 habitantes, sobre todo en el colectivo más vulnerable de mayores de 60 años situada en 1.249,66, indican a las claras que, según observan los expertos, nos encontramos en plena séptima ola –denominada “silenciosa”– y con riesgo de poder entrar incluso en una octava. Aunque las nuevas variantes que están siendo predominantes parecen ser menos graves, su altísima capacidad de transmisión –el exconsejero de Sanidad Rafael Bengoa la comparó ayer prácticamente con la del sarampión– y su mayor sintomatología obligan a no bajar la guardia. Hay que tener en cuenta que este repunte del covid-19 se produce en puertas de la apertura del calendario festivo en Euskal Herria –mañana mismo será el txupinazo de San Fermín, que arranca las fiestas en las capitales vascas– y con la previsión de otros grandes eventos multitudinarios como festivales, conciertos, etc. en los que ya no existen restricciones ni medidas como el uso de la mascarilla. La situación es, pues, preocupante. El Departamento de Salud y los profesionales han pedido prudencia ante este aumento de las interacciones sociales en un momento complicado. Especialmente, en los grupos vulnerables como los mayores de 60 años. El uso de la mascarilla, cada vez más minoritario incluso en interiores, debe ser una medida tanto de protección como solidaria, así como las habituales recomendaciones de higiene de manos y ventilación suficiente y permanente. l