l segundo aniversario de la declaración del estado de alarma y del confinamiento obligado de toda la población en sus casas, así como el cese de toda actividad no esencial debido al primer gran impacto del coronavirus coincide con las voces, cada vez más mayoritarias, que piden ya rebajar la pandemia a la categoría de endemia, lo que vendría a ser la “gripalización” del covid, con una vuelta a la normalidad casi absoluta. Es este, por tanto, un buen momento para analizar de manera crítica las consecuencias globales que ha traído el covid-19 en sus diferentes aspectos -sanitario, social, económico y político-institucional- y la gestión que se ha realizado desde los distintos ámbitos y responsabilidades para combatirlo. Máxime en el momento actual en el que estamos ante otra gravísima crisis como es una guerra a las puertas de Europa, de naturaleza muy diferente pero cuyas consecuencias estamos ya padeciendo y a buen seguro se recrudecerán y también hay que gestionar de manera eficaz, para lo que algunas de las experiencias recientes pueden servir de lección. Las cifras que arroja la pandemia en estos 24 meses son demoledoras e indicativas, aunque sea por mera comparación, de la gestión realizada y de las evidentes fragilidades detectadas en el sistema. En estos dos años, en Euskadi han fallecido con covid 6.200 personas, se han detectado más de 666.700 positivos en los más de cinco millones y medio de test realizados y ha habido cerca de 32.500 hospitalizados y 3.350 ingresados en UCI, lo que da la dimensión del drama vivido. La valoración respecto a la gestión de esta crisis debe ser necesariamente crítica pero no puede caer en una frivolización dañina que se ha manifestado muy a menudo en organizaciones y partidos de oposición. Es obvio que el covid-19 ha hecho resentirse de manera notable al sistema sanitario, que no estaba preparado para un impacto semejante, y también ha revelado debilidades en otros servicios públicos, lo que obliga a reformas urgentes, de manera primordial en la asistencia sanitaria y en especial en la atención primaria y en los cuidados. Con todo, el tejido institucional y social ha funcionado de manera eficaz pese a la insólita inseguridad jurídica en la que han debido actuar las administraciones. En todo caso, la última lección a tener en cuenta ahora es una inquietante certeza: el covid no ha desaparecido, la pandemia aún no ha terminado.