a gravedad de la tragedia bélica y humanitaria en Ucrania, además de sus consecuencias sociales, goepolíticas y económicas en todo el continente europeo debieron ser causa suficiente para que el debate del asunto en el Congreso de los Diputados hubiese estado centrado en el modo de incidir en la crisis desde la diplomacia y el papel del Estado en el concierto europeo. Sin embargo, el debate derivó en un protagonismo absurdo del eventual desencuentro entre los socios del Gobierno Sánchez. Pareció que era más importante constatar y afianzar las diferencias de opinión entre Unidas Podemos y el PSOE que de compartir un diagnóstico certero y unas iniciativas acordes al mismo que contaran con el consenso suficiente desde principios como la soberanía, la preservación de los derechos humanos y el papel de las democracias ante la amenaza de la imposición militar. El debate forjó como grandes titulares la decisión de Sánchez de sumarse al suministro de material militar a Ucrania con el que responder a la agresión de Vladimir Putin y el desmarque del bloque de la izquierda al respecto. Es una espinosa situación en la que es difícil separar la legítima vocación pacifista de la indolencia ante crímenes de lesa humanidad y la aceptación de hechos consumados por la fuerza de la violencia. En estos casos, obviar la realidad conduce a un buenismo estéril que en nada ayuda a consolidar la fórmula de la diplomacia y el diálogo en otras situaciones en las que sí pueden ser mecanismos útiles. Parece obvio que a Ucrania, a la voluntad soberana de su ciudadanía, no la van a salvar las poses compungidas. El ejército ruso no va a dar media vuelta por propia voluntad y, en tanto no se imponga un alto el fuego, no habrá una negociación cierta para una salida diplomática. Por ello, no basta con hacer votos por la paz, negar a Kiev el derecho a defenderse y aceptar el abuso para su consecución. La paz de los cementerios, el irónico punto de partida a partir del que Immanuel Kant desarrolló hace más de 200 años su tratado Sobre la paz perpetua entre los Estados, es la única alternativa que se ofrece ahora a Ucrania si renuncia a la autodefensa. Por consiguiente, abogar por el apaciguamiento en estos momentos o fiarlo todo a la voluntad de Putin es abogar por el sometimiento a una violencia que ya está desatada. Debemos estar contra la guerra y el militarismo activamente, pero no desde la pasividad de aceptar el sacrificio de Ucrania.