as imágenes del recibimiento realizado el pasado lunes en Bilbao al expreso de ETA Agustín Almaraz han vuelto a generar dolor e irritación en las víctimas y en la inmensa mayoría de la sociedad y han agitado de nuevo el debate político, aletargado debido al periodo vacacional en el que nos encontramos. Lo sucedido el lunes en Santutxu es grave, aunque conviene analizarlo en su contexto. Es obvio que un acto celebrado en el espacio público a plena luz del día, en el que participan decenas de personas, con banderas, paseíllo con txistularis y efusivas muestras de afecto y reconocimiento a una persona que ha salido de prisión tras cumplir 25 años de condena por cuatro asesinatos es un homenaje en toda regla, inaceptable en una sociedad democrática por cuanto significa una glorificación de la trayectoria de quien utilizó las armas para eliminar a seres humanos inocentes y una revictimización de todos los daminficados por la banda terrorista. Es, por tanto, una práctica execrable que no debería tener lugar en nuestras calles. Lo saben quienes los organizan, quienes participan en los ongietorri y quienes los reciben. Hace unos meses, el Foro Social Permanente elaboró un informe que entregó al Parlamento Vasco en el que constataba, mediante el testimonio de siete víctimas de ETA, el rechazo generalizado a estos recibimientos públicos, que han sido denunciados por instituciones, partidos y organizaciones de víctimas y de defensa de los derechos humanos. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, tiene previsto abordar con urgencia una reforma de la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo con el objetivo de que puedan sancionarse estos homenajes a expresos de ETA. Son actos que no tienen cabida -y nunca debieron tenerla- en nuestra sociedad, pese a la evidente permisividad con que se han desarrollado, sobre todo en años anteriores. El rechazo social y político a los ongietorri, pese a la contumacia con la que los defiende o se niega a rechazarlos EH Bildu -que tampoco puede ocultar su incomodidad-, ha provocado su práctica desaparición, salvo casos aislados como el del lunes, que se ha convertido en el primero que se ha realizado en todo lo que llevamos de año. Sería de esperar que sea también el último y definitivo, por la dignidad de las víctimas y de toda la sociedad vasca.
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