Lo complicado y lo fascinante que es este mundo de los medios de comunicación. Al menos, desde el punto de vista de quien lleva eones en él y, por lo tanto, debería peinar canas, pero que por aquello de la alopecia cruel y temprana, solo puede atusarse la barba como sustitutivo capilar. Al bagaje acumulado después de siglos de edición de periódicos de todo tipo y condición se suma la evolución natural y diaria que experimenta el sector al calor de una digitalización que no conoce puertas y que ha modificado (y seguirá haciéndolo) los usos y costumbres de quienes nos dedicamos a estos menesteres. No es una exageración. El panorama es tan amplio y diverso que requiere de un aprendizaje diario para no descarrilar de la senda marcada por quienes actúan como visionarios y pueden ver nítidamente dónde se sitúa el futuro del negocio y de la práctica periodística. Es un ejercicio interesante este de aprender de manera constante, aunque siempre desde una base profesional que Dios quiera que no se modifique ni un ápice, porque es la que sustenta el espíritu de todo este tinglado. Sin la misma, esto sería otra cosa bien distinta, dominada por ese perfil ahora tan en boga y con tanto predicamento entre aquellos que prefieren berrerar a comunicarse.
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