oy se cumplen dos semanas desde que el Gobierno Vasco y el lehendakari Iñigo Urkullu decretaran el estado de emergencia sanitaria que les habilitaba para tomar medidas de aislamiento social. Horas después, Pedro Sánchez decretaba el estado de alarma. Desde entonces, los casos y fallecimientos por covid-19, la enfermedad producida por el coronavirus SARS-CoV-2, se han expandido no solo en Euskadi o el Estado sino en todo el mundo: 177 de los 193 países de la Asamblea General de la ONU han reportado ya casos de coronavirus. En los cinco continentes. En el europeo, 44 países lo han hecho y, de ellos, 37 ya han contabilizado víctimas mortales. La estadística es tan expansiva como dramática. Y ni siquiera sus datos dan la auténtica realidad de la transmisión del virus, mucho más amplia que la de la enfermedad que provoca y, por tanto, aun susceptible de seguir incrementando la altura de la curva epidémica que en Hegoalde reflejaba ayer 6.242 casos y 265 fallecidos (4.601 y 207 en la CAPV, 103 de ellos en Araba, y 1.641 y 58 en Nafarroa). Pero han pasado dos semanas, las dos primeras de una situación excepcional, inédita, que se prevé prolongar al menos otras dos. Y la respuesta de la sociedad vasca a través del enorme esfuerzo humano y material, de la ahora como nunca contrastada capacidad de nuestras estructuras sanitarias, también de los servicios esenciales, tanto o más con su generalizada responsabilidad cívica, con el compromiso individual y el reflejo práctico de una cohesión social que históricamente ha llevado a Euskadi a superar los retos y superarse, permite confiar en que la generosidad y la comprensión de la renuncia comiencen a cambiar esos gráficos que, en su frialdad, ni siquiera llegan a reflejar la crudeza de la pandemia, todavía en sus momentos más duros. Y es ahora, en los días sucesivos, cuando mantener ese pulso que late en la sociedad vasca será esencial. Porque es el que realmente posibilita e impulsa desde la cercanía la lucha sanitaria y científica contra el covid-19, el que permite mantener las funciones imprescindibles para compaginar la asepsia que debe cortar la transmisión del virus con la actividad que impida la parálisis económica, el que impulsa también el esfuerzo de quienes desde las instituciones deben tomar decisiones comprometidas, el que llevará, también esta vez, a rehacer, mejorado, nuestro bienestar y modo de vida.
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