escasos días del límite oficial exigido por la Unión Europea para la presentación de sendas de crecimiento, techos de gasto y cuadros macroeconómicos sobre los que habrán de formularse los presupuestos de los Estados miembro para su aprobación supervisora de Bruselas, el gobierno español continúa con su estilo de reclamar de los demás un “compromiso de Estado” por adhesión a todo lo que proponga y soportado en mensajes mediáticos alejados del rigor y contenidos que cualquier negociación exige.
Es el caso de las cuentas públicas, presupuestos 2021 y planes de futuro y sus correspondientes esquemas de financiación. Meses de discusión mediática sobre quién o quiénes posibilitarán su aprobación mientras no hay nadie capaz de explicar su contenido y alcance y ya, hoy mismo, filtran sus portavoces la idea de un retraso en su elaboración y remisión al Congreso. El gobierno pide cheques en blanco y se escuda en el caramelo de los fondos europeos que, milagrosamente, servirían para todo: “reconstruir” la economía, mitigar la consecuencia negativa de la recesión y el desempleo, recuperar los sistemas públicos sanitario y educativo y mantener la planta funcionarial sin retoque alguno.
Entre tanto, la ventanilla de solicitud de aplicación de fondos europeos obliga a presentar propuestas antes del día 15 de octubre. Hoy, ni los ayuntamientos saben ni si disponen del uso de sus reservas ni si tienen o no capacidad de endeudamiento y las Comunidades Autónomas desconocen su grado de autonomía presupuestaria y financiera y, por supuesto, desconocen la idea del gobierno sobre la mejor aplicación y gestión de los mencionados fondos europeos y su impacto en la programación presupuestaria correspondiente, no ya para el próximo e inmediato ejercicio, sino para el próximo quinquenio (al menos). Las patronales, organizaciones empresariales, entes intermedios, voces académicas, promueven iniciativas para recomendar al gobierno instrumentos de aprobación, gestión y evaluación de proyectos “transformadores, tractores” y/o, simplemente, “contenedores” de una larga crisis, temerosos de un potencial despilfarro del maná europeo prometido. Así, la CEOE (desde el sobreprotagonismo que el gobierno le concede), por ejemplo, apoyada en servicios externos de consultoría, pretende sugerir al gobierno proponer a Bruselas “15 Proyectos Tractores” que propicien una “profunda transformación del aparato productivo español” bajo el liderazgo de empresas referentes en determinados sectores, mientras algunas Comunidades Autónomas advierten al gobierno del peligro -históricamente demostrado- de evitar asignaciones concretas y finalistas bajo la tentación de desviar los fondos hacia esquemas centralizados de reparto, generalistas, que encubran sus déficits presupuestarios y distribuyan recursos horizontales en un café para todos, con resultados mediocres, alejados de cualquier transformación real imprescindible. Otros sugieren constituir una Agencia Independiente para su administración y los menos, claman por una estrategia-país.
En esta línea, el Tribunal de Cuentas Europeo, en su informe sobre la propuesta de un futuro fondo de recuperación y resiliencia de la Unión, recientemente publicado, incluye un gráfico de “absorción de fondos” por Estados miembro que explica el fracaso español en su capacidad histórica para absorber los fondos asignados (a la cola europea, solamente por delante de Italia y Croacia, en el periodo 2014-2027), dejando sin utilizar el 70 % de lo inicialmente consignado. Huir de proyectos finalistas diferenciados, carecer de instrumentos institucionales adecuados para su gestión, evitar la evaluación del impacto de recursos elegidos, incapacidad de articulación público-privada, ausencia de una política y estrategia industrial realista y falta de claridad y decisión sobre una visión completa, soportada en planes coherentes y medios y recursos que los hacen posible, ofrece estos resultados desoladores.
El pasado 25 de junio tuve la oportunidad de comparecer en el Congreso de los Diputados ante la “Comisión para la reconstrucción social y económica”, constituida con el objetivo de establecer la ruta transformadora que, tras la embestida de la covid-19, requiere el Estado. En mi informe (https://enovatinglab.com/comision-de-reconstruccion-social-y-economica/) calificaba el momento de “oportunidad” y sugería adecuar las medidas a tomar al marco de agendas e instrumentos que la Unión Europea ponía a disposición de los Estados Miembro (Next Generation EU), la anunciada política de salud europea (EU4Health), las condiciones financieras internacionales (para un horizonte especial de endeudamiento hasta el 2050), las medidas sociales (y laborales) implementadas para paliar de forma coyuntural el impacto negativo de la pandemia y la nueva ruta para acelerar, sin excusas, la transición hacia las revoluciones y desafíos pre-covid, post-covid y otras pendientes: digitalización, manufactura inteligente y política industrial, transición energética verde, economía azul (mares, puertos, océanos, agua), zonas rurales y aisladas, infraestructuras y, por supuesto, los nuevos mundos de la salud, la educación y el empleo del futuro, además de la imprescindible reforma (en profundidad) de la gobernanza y administración pública y del nuevo orden del sistema futuro de prevención, protección y seguridad social. Esfuerzo posible, complejo, intergeneracional, de largo plazo, financiable y sostenible en un horizonte de endeudamiento y generación de riqueza, viables en el horizonte 2050. Ni panacea, ni caja de pandora, ni sencillo, ni espontáneo. Realizable con esfuerzo, rigor y compromiso.
Esta semana, con ocasión del “Estado de la Unión Europea 2020”, la presidenta de la Comisión, Úrsula Von der Leyen, ha presentado ante el Parlamento un discurso (“Construyendo el mundo en el que queremos vivir: Una unión de vitalidad en un mundo de fragilidad”) fresco, ilusionante, provocador y con alma. Nos ha recordado “la fragilidad en la que realmente se asienta nuestra Comunidad de Valores” para destacar que “es el momento de Europa para liderar el tránsito desde la fragilidad hacia una nueva vitalidad”, señalando que el programa de futuro, en respuesta al momento que vivimos, “Next Generation EU”, es la oportunidad de hacer el cambio necesario diseñado y no condicionado por catástrofes o bajo el dictado de terceros.
Von der Leyen, fijó los “marcos y criterios” principales sobre los que pretende moverse (movernos) hacia ese futuro y que son el concepto de juego al que deben ceñirse los “proyectos” que acudan a la oferta de fondos europeos. La Unión Europea de la salud por construir bajo premisas de subsidiaridad, repartos competenciales, necesidades esenciales compartidas y soluciones transfronterizas, bajo un esquema básico repensando la salud del futuro (ni la de hoy, ni la de ayer); ampliar un Plan Sure que no solamente “mantenga el empleo en peligro” o las empresas hoy en crisis, sino que garantice avanzar juntos hacia el futuro, bajo premisas de empleo digno y competitivo; el rol esencial de la política industrial que “debe liderar la transición dual, verde y digital”; el monto de un pacto verde contra la fragilidad planetaria…
Reclamos clave a los que la nueva financiación ha de favorecer canalizando un 37% de recursos al entorno verde, invirtiendo en “proyectos insignia” aún hoy en estado incipiente de viabilidad y desarrollo, y un 20% para la digitalización en una auténtica transformación industrial, social y cultural, facilitando la atención especial y diferenciada a ese 40% de población rural, dispersa, aislada, no suficientemente atendida.
Su discurso pretende recoger el “Círculo Dorado”, que diría Simon Sinek (Piensa, Actúa y Comunica), quien en su trabajo distingue a aquellos líderes que inspiran y lideran a la gente que cree en ellos y con quien comparten deseos y propósitos de quienes dirigen un camino para hacer lo que algunos quieren tener o lograr. Es decir, moverte desde el por qué y para qué de las cosas que haces (el propósito), hacia el qué dar, pasando por el cómo hacerlo. Es evidente que la Comisión Europea, hoy, no es el auténtico depositario de la decisión europea final, que son los Estados Miembro (actuales) quienes han de filtrar, apoyar, impulsar o torpedear estos “principios inspiradores”, pero es de agradecer una propuesta provocadora y de futuro. Lo que no cabe duda es que las áreas de futuro y proyectos elegibles constituyen verdaderas prioridades para la UE. Más allá de la convicción generalizada en los mismos, no es razón menor el hecho de que el modelo de financiación por el que ha apostado la UE está basado, en gran medida, en el renovado “sistema de comercio de emisiones”, cuyo impulso y funcionamiento es la garantía real de la devolución (a 2058) del endeudamiento extraordinario de la Unión.. Su reto pasa por la neutralidad del carbono, reducir la dependencia energética, por continuar liderando el mercado de bonos verdes y emisiones, la eficiencia energética y el liderazgo dual “industrio-digital”. El camino no es sencillo. Los propósitos y compromisos habrán de incorporar grandes dosis de acierto responsable en la recomposición de la gobernanza europea, de la inevitable recomposición del rol de la Europa real y natural.
Sería conveniente, por tanto, volviendo al principio de este artículo, que el gobierno Sánchez transcendiera de la coyuntura oportunista de “conseguir fondos para su presupuesto” y comprometiera una apuesta por un futuro distinto. Que antes de pensar en qué dinero le “puede tocar” para cuadrar sus cuentas tradicionales, pusiera su mira en un futuro deseable, apostando por una estrategia transformadora y no por un parcheo temporal condescendiente con el pasado instalado. Así, sabiendo lo que se quiere hacer, vendría el esfuerzo del cómo y con qué recursos abordarlo.
¿Podríamos soñar y provocar un espacio futuro diferente? Más allá de recuperarnos de la crisis, parecería deseable crear un futuro de éxito. Sombras, sin duda, hay muchas. Luces de ilusión y señales inspiradoras, también.