n la tribuna del Fondo Monetario Internacional (Finanzas y Desarrollo), el profesor de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard Jeffry Frieden publica un artículo, La economía política de la política económica, sugiriendo que “deberíamos prestar más atención a la interacción entre la política, la economía y otros ámbitos…”. El citado artículo sirve como entrada a una serie de autores y artículos que parecerían situarnos en un punto de inflexión para replantearnos un nuevo orden social y económico en el enésimo anuncio de una reinvención y construcción de un mundo mejor postcrisis pandémica, en palabras de la directora del FMI, Kristalina Georgieva. Ésta, por cierto, esta semana insiste en su blog en la desigual respuesta a la pandemia en curso, como consecuencia, también, no de buenas o malas decisiones de gobiernos o responsables de salud o malos o buenos comportamientos sociales por libre elección, sino por sus condicionantes sociales y económicas, la geografía de la crisis o las necesidades urgentes de la población afectada.
Sin duda, resultan innumerables los estudios, debates, análisis y ejercicios de prospectiva que tratan de anticipar escenarios futuros, suponiendo, como no podría ser de otra manera, el desarrollo de la economía, el rol de las diferentes instituciones, el comportamiento social y las consecuencias cambiantes de la actual crisis, inicialmente de salud, que han de conjugarse para conformar un espacio distinto. Demasiadas variables inciertas cuya convergencia determinará un mundo distinto al actual.
Desgraciadamente, observamos una confrontación teórica y limitante entre lo que al parecer serían decisiones y recomendaciones “objetivas, racionales, científicas, tecnócratas y progresistas no condicionadas por ideología alguna” que ofrecerían “recetas científicas” (ya sea para aplicar políticas económicas, sanitarias, financieras…) y aquellas supuestamente interesadas, al servicio de lobbies, grandes corporaciones o grupos de interés, “nacionalistas y populistas” de “cortedad de miras” que condicionan políticas contrarias no seguidoras al 100% de lo exigible por los primeros y basadas en intereses electorales en beneficio propio. Así, “científicos y tecnócratas”, infalibles, se ven investidos de auto legitimidad (generalmente otorgada por sus pares), mientras los actores políticos conformarían grupos descalificables por definición. En este esquema bipolar, resultaría imprescindible incorporar un tercer jugador, esencial: la sociedad.
Si bien se supone que tanto quienes proponen “la buena economía”, como quienes “aplican políticas equivocadas”, no olvidan a la sociedad como destinatario de sus posiciones y decisiones, la realidad del análisis publicado parecería prescindir del hecho de que las personas, los individuos, queremos apoyamos y exigimos decisiones diferentes según el lugar y rol que desempeñamos en cada momento. Somos, como individuos y colectivos, a la vez “grupos de interés” y jugamos un rol determinante según la economía dominante en el resultado final. Detrás de cada gobierno o agente político, desde el voto y representación (esperemos que democrático) y en el día a día de nuestra actividad, condicionamos, en menor o mayor medida, esa “deficiente acción política” que no dejaría al funcionariado internacional de éxito diseñar programas y políticas públicas a aplicar como mantra en cada país, en cada momento, para diferentes contextos, necesidades sociales, vocaciones de autogobierno o apuestas personales y colectivas por tipos, modos y estilos de vida propios. Sin embargo, parecería dominar la sensación de que la tecnocracia, la academia pura o funcionarial (en especial internacionalizada y global) estarían investidas de la autoridad suficiente para decidir entre políticas A o B, sin el necesario control democrático, ni el contexto cambiante al que han de atender. Si en 2008 imponían austeridad y recortes sociales, ahora endeudamiento perpetuo, ayer globalización ilimitada y hoy mundialización próxima, multilateral y regionalizada, la responsabilidad de sus consecuencias sería siempre de la “mala política”. Bandera impecable como salvoconducto liberador de todos y cada uno de los individuos que así podemos autoexcluirnos del compromiso y responsabilidad respecto de nuestro propio futuro y, sobre todo, de nuestro hacer o no hacer del pasado. Siempre queda culpabilizar a terceros. El soporte y lenguaje mediático sería el amplificador de la asignación de papeles entre buenos y malos y, en consecuencia, sus buenas o malas políticas económicas.
Hace tan solo una semana, los vascos acudimos a las urnas para elegir nuestro Parlamento. La sociedad vasca ha tenido la oportunidad de manifestar su interés en unos determinados representantes, en un modo de vida y estrategia de futuro. Se ha manifestado según su propio sentimiento de pertenencia e identidad, según su apuesta de futuro, atendiendo a su grado de confianza en quienes han de gestionar ese tránsito hacia un espacio diferente o no según las expectativas y deseos de cada uno. La sociedad vasca ha elegido con claridad en dónde prefiere depositar su confianza (aunque algunos parecerían creerse sus falsos discursos de triunfadores “ganando las encuestas y no los votos”). La sociedad vasca ha optado por determinadas políticas económicas y no por otras, por liderazgos y gestores diferenciados. Ha afirmado sobre qué valores quiere construir su próximo futuro y no sobre aquellos que prescindieron de la democracia y los derechos humanos, que impedían el desarrollo económico y social y pretendían sumirnos en el sufrimiento y en el pesimismo permanente, ausente de opciones de futuro, que hoy parecen haber olvidado su pasado y responsabilidad, proclamándose líderes de las vanguardias de la inclusión, la reforma y reconstrucción económica y árbitros de los “momentos y ritmos” que ha de seguir la sociedad. La realidad es que, discursos aparte, hoy es tiempo de dar otro paso más, adelante, en la construcción de una sociedad inclusiva para lo que las políticas (económicas y de otros ámbitos) se apliquen desde instituciones próximas, controlables de forma democrática, al servicio de la sociedad compleja y multi grupo de interés para transitar hacia otro escenario futuro.
En este contexto, la economía y, sobre todo, las “buenas políticas económicas”, resultan esenciales, pero son las políticas, con mayúsculas, (políticas de gobierno, políticas de empresa, políticas comunitarias e individuales) las que deben (debemos) marcar las opciones, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad y compromiso en las directrices que han de regir nuestro camino.
Economía, política y sociedad son piezas inseparables, convergentes en una estrategia compartible que viabilice el verdadero propósito y aspiración, en contextos concretos, de la población a la que sirven. Euskadi ha elegido la interacción que desea apoyar. En consecuencia, pasada la resaca electoral merecería la pena que los diferentes actores (económicos, políticos y sociales) nos empeñemos en encontrar dicha convergencia. Son muchas las luces y alertas que los resultados observados nos ofrecen para entender la foto , la película en movimiento, que la sociedad proyecta. El camino parece suficientemente indicado. Su ejecución… Es otra cosa.
Hoy, parece que somos conscientes de la enorme incertidumbre y complejidad que atravesamos. Sabemos que son muchos los elementos cuestionables y que no resulta obvia la práctica ni de recetas mágicas ni de pensamientos únicos y que, sobre todo, más allá del lenguaje que pretende ocultar diferentes opciones y modelos bajo falsas declaraciones simplistas y simplificadoras de unidad, acción global u objetivos auto imputables en términos de buenos y malos, que obligarían a un seguidismo ciego a quien los proclama, existen y perviven las aspiraciones legítimas de una sociedad concreta en un momento específico. Es esta realidad la que recomienda explorar soluciones diferenciadas bajo una convergencia esencial: política económica, economía política y sociedad bajo un propósito de bienestar, riqueza y equidad generando un desarrollo inclusivo, necesariamente cambiante, ante un mundo que ya vive, hoy, el impacto de múltiples novedades determinantes de una transformación radical.
Un buen banco de pruebas lo tenemos delante. En la discusión de los acuerdos necesarios en la Unión Europea para instrumentar su proclamada intervención de rescate y reorientación de políticas económicas y sociales imprescindibles en su ya tardía transformación real, coherente con sus valores constitutivos y fundacionales y las aspiraciones de futuro de sus sociedades miembro, en Madrid, el Congreso de los Diputados ha emitido su “dictamen y resoluciones” para la “reconstrucción social, sanitaria y económica” como respuesta a la crisis del covid-19, incorporando, como su costumbre histórica en cualquier momento de emergencia o crisis, la totalidad de esferas de insuficiencia o debilidad que arrastra por generaciones. Genera una “nueva caja de intenciones, propuestas, y declaraciones variopintas” cuya aplicación real exigiría toda una larga serie de procedimientos, instrumentos, tiempos, actores, recursos, acuerdos... que brillan por su ausencia. Surgen, al menos, dos vías para su hipotética viabilidad: la primera, dejar en vía muerte la inmensa mayoría de puntos recogidos de forma solemne en su resolución y limitarse a aquellas acciones previamente decididas por el Ejecutivo dirigidas a una clara recentralización de la sanidad y que resucitan las viejas estructuras del pasado, refugiadas durante años en sus despachos funcionariales, centros, escuelas e institutos corporativos vestidos de supuesta excelencia y soportados en cuotas de reparto de ex altos cargos de confianza en organismos internacionales. O una segunda, compleja, que impulse procesos organizados y compartidos entre los diferentes actores implicables, pensando en el largo plazo, abordando, de forma rigurosa, los desafíos sociales, sanitarios y económicos desde la política (con mayúsculas) que haga posible responder a las aspiraciones y demandas de una sociedad de futuro, a la luz de los tiempos. Agenda compleja, con visión emprendedora y de futuro, conjugando, en verdad, economía, política y sociedad en una imprescindible convergencia insustituible por atajos hacia escasas e insatisfactorias soluciones.
Son tiempos de estrategia comprometida ante un escenario impredecible que resultará del tránsito progresivo de una sociedad que aspire, desde realidades y voluntades cambiantes, a un espacio que ha de construirse día a día.