la negativa coyuntura vivida durante los últimos días en la práctica totalidad de las principales ciudades del Estado español, en un vertiginoso colapso del servicio público, la ausencia de alternativas reales de atención a la ciudadanía, el descontrolado imperio de miles de vehículos, conductores y simpatizantes tomando el espacio público, en una mal llamada huelga ajena a los requisitos legales que garantizan servicios esenciales compatibles con reivindicaciones y derechos laborales y la tolerada inacción de las autoridades (laborales, seguridad vial, interior, transporte?) ha puesto de manifiesto una serie de debates de gran calado más allá del aparente conflicto único en torno a las licencias de actividad para el mundo del taxi, de los vehículos con o sin conductor y la ya más que evidente realidad de nuevas empresas y modelos de negocio reflejadas en las marcas de Uber y Cabify en referencia evidente a la conocida como nueva economía colaborativa, que, aplicada a esta industria, provoca la disyuntiva entre las condiciones de acceso, competencia, carácter de servicio público o no del servicio, derechos de un trabajo formal, derechos de trabajadores y usuarios (consumidores o no de dichas ofertas) y, por supuesto, del papel que han de jugar las diferentes administraciones públicas en la materia.
Una primera aproximación un tanto simplificada nos llevaría a centrar el debate en la coexistencia de un servicio público regulado (el taxi en sus diferentes modalidades) y los nuevos servicios y negocios en torno a la llamada economía colaborativa y concentrar las posibles soluciones en una inmediata regulación buscando una posición intermedia que aporte una cierta paz social, con carácter temporal, a la espera de nuevos momentos y acontecimientos, confiando en una cierta convivencia relativamente ordenada en el tiempo. Sin embargo, más allá del conflicto en curso (sujeto a tregua estival) resulta imprescindible adentrarnos en la esencia que hoy afecta a este modo de transporte y a todo tipo de industria y actividad, de una u otra forma e intensidad, como consecuencia de la irrupción de nuevas economías exponenciales y emergentes que no solamente incorporan las oportunidades que la tecnología ofrece sino que abren todo un mundo de disyuntivas tanto en la desmaterialización de activos, la digitalización de las industrias, los nuevos modelos de desintermediación, el papel esperable por el ciudadano-consumidor, la inevitable reinvención de los gobiernos ante un nuevo fenómeno demandante de nuevos perfiles profesionales, nuevas habilidades, competencias y capacidades, nuevas actitudes ante el mundo del empleo y las condiciones del mismo y, en definitiva, una nueva manera de entender y comprender los roles sociales, en los que las personas y actores del sistema jugamos y asumimos papeles muy diferentes en función del rol protagonista que nos corresponda en cada momento, ya sea como consumidor, como observador no usuario de un nuevo servicio, propietario, profesional del servicio, administrador, contribuyente o gobernante. Las nuevas ofertas de valor esperables están por venir, desbordando un espacio tradicional que nos obliga, a todos, a repensar nuestros modelos de negocio, nuestra formación y nuestra empleabilidad, así como a rediseñar nuestras administraciones, la forma de normar y regular este nuevo mundo y a adentrarnos en una nueva manera de entender la forma de satisfacer necesidades sociales desde el valor compartido empresa-sociedad, en nuevas formas de interacción entre personas, entre personas y gobiernos, entre gobiernos, entre empresas y entre gobiernos y empresas. La buena noticia es la esperanza en que la confianza que seamos capaz de generar y la búsqueda de nuevos caminos se traduzca en un mayor beneficio inclusivo. La mala, la complejidad y el esfuerzo del camino por recorrer.
Ya en 2016, el profesor Arun Sundararajan publicaba uno de los más completos e interesantes libros sobre la economía colaborativa, bajo el título Sharing Economy: The end of employment and the rise of crowd-based capitalism (Economía colaborativa: el final del empleo y crecimiento del capitalismo basado en la multitud). Desde su experiencia y trabajo asesor en las principales empresas que lideran este complejo mundo, destacaba la enorme contribución esperable con esta nueva modalidad económica, desde la generación de nuevas oportunidades, mercados, facilitadores de mejores bienes y servicios emergentes, incrementando el nivel de desarrollo y actividad económica, revalorizando todo tipo de activos e industrias que han de reinventarse y renacer de la mano de nuevos talentos a incorporar o desarrollar, reduciendo la inoperancia o sobre coste de muchas intermediaciones innecesarias, en un intenso movimiento generador de todo tipo de redes, con una importante supresión entre las categorías persona/trabajador/empleado y la ruptura de barreras y diferencias entre tipos de trabajadores y la ruptura de jerarquías acercando los espacios de comercialización mercantil al de la donación, trueque o intercambio libre de cualidades, conocimiento y valor. Relevantes aportaciones que, no obstante, exigen abordar, como nos advertía, las grandes contradicciones que generaría y que, inevitablemente, hemos de resolver, como sociedad, en el complejo proceso permanente de toma de decisiones al que nos enfrentamos. La innovación “social y política” ha de asumir un rol esencial: ¿Mano invisible del libre mercado o dirección e intervención pública? ¿Hacia una reinvención del capitalismo u otros sistemas por reformar o transformar? ¿Decisiones y ámbitos locales o globales de actuación? ¿Descentralizar, desconcentrar o centralizar? ¿Arbitraje regulatorio o autorregulación? ¿Empleo fijo y de por vida para todos, para unos pocos o nuevos conceptos de empleabilidad? ¿Sociedades aisladas o interconectadas? Oportunidades y desafíos en este nuevo mundo de la economía en el que la fuerza colaborativa o cooperativa de l individuo en red, en multitud, alberga una fortaleza inmensurable. Como Sundararajan prefiere llamarla, tras las realidades observables, la crowd based partnership (partenariados basados en la multitud), supone el verdadero espacio de transformación que se está configurando.
Adicionalmente, como indicaba al inicio de este artículo, el conflicto de esta semana ha puesto de manifiesto relevantes reflexiones, asociables a las contradicciones antes mencionadas. ¿Cómo es posible que el Gobierno español y su todopoderosa administración central se haya empeñado a lo largo de 40 años en la no transferencias de las competencias de regulación y administración del taxi a las diferentes comunidades autónomas, entes metropolitanos y municipios, incumpliendo normas, leyes orgánicas y sentido común, desde su prerrogativa de unilateralidad y que, en unos días de conflicto, haga gala de conceptos como “principio de subsidiaridad, administración natural, eficiencia y eficacia local, simplificación y proximidad, asimilación a la práctica europea?” para “ofrecer” a todas las comunidades autónomas, con o sin competencias reales, la capacidad de decidir la forma de regular y autorizar la competencia? Bienvenido el cambio de criterio, así como las razones esgrimidas que confiemos sean de aplicación generalizada no al taxi sino a todo tipo de actividades y competencias administrativas y políticas en juego.
Con o sin problemas, se trata de profundizar, de forma responsable, en el autogobierno. Confiemos sea el nuevo camino a seguir, por ejemplo, cumpliendo el inacabado desarrollo del Estatuto de Gernika para Euskadi, o el cepillado Estatut catalán, que sufren la parálisis unilateral, de modo que cuestiones tan sencillas de gestionar desde la proximidad, el ámbito local, la subsidiaridad y la eficiencia como son los ferrocarriles, autopistas, puertos y aeropuertos, la dependencia, los mercados de valores, el ahorro, la previsión y las pensiones, la función pública o la gestión del régimen económico de la Seguridad Social, o la administración de prisiones, en el territorio autonómico, pasen a mejores manos a la mayor brevedad posible. También hemos visto el doble rasero en la interpretación de la seguridad vial, la seguridad ciudadana, la ocupación del espacio público, el derecho a la huelga y los servicios esenciales. Todo un escaparate para comprobar como parece opinable el momento y forma de intervenir desde el ejercicio de la Autoridad, lo que pone en claro que los relatos inamovibles que sirven para observar “una Barcelona violenta, sediciosa y rebelde en una consulta no vinculante como la del pasado 1 de octubre” no genera problema alguno cuando miles de taxis ocupan las calles, piquetes informativos se convierten en bandas organizadas de “intimidación y agresión a terceros”, retransmitidos no ya por una televisión politizada como TV3, atendiendo a la valoración de los autores del relato, sino por todo medio de comunicación a lo largo y ancho del Estado, más allá de Barcelona o Catalunya.
En definitiva, nuevos espacios, nueva economía colaborativa, nuevas contradicciones. Será, sin duda, el momento de recordar a Proust: “El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes sino en verlos con otros ojos”. Lecciones aprendidas.