Vitoria - La negociación del acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos se ha convertido en una historia interminable que no parece que tenga final feliz este año por la suma del cambio de Ejecutivo en el país norteamericano y de la notable oposición popular en Europa, en vísperas electorales en varios países de la UE. Aunque responsables de los gobiernos de Alemania y Francia han comunicado que en 2016 no se llegará a un acuerdo, la pasada semana siguieron las conversaciones y la Comisión Europea destacó que ambas partes han conseguido un “significativo progreso” en algunas de las áreas del tratado. El jefe negociador europeo, Ignacio García Bercero, señaló que en esta parte de la ronda la UE y EEUU se han centrado en los textos consolidados y en eliminar las diferencias existentes sobre la mesa.
Los negociadores han dedicado tiempo a debatir sobre cuestiones normativas, en espacial sobre la coherencia legislativa, las barreras técnicas al comercio, cuestiones sanitarias y fitosanitarias y los nueve sectores específicos identificados antes de que comenzaran las conversaciones.
Los ministros de Comercio de la UE abordarán los avances en su encuentro del 11 de noviembre, mientras que los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea discutirán los avances en las negociaciones en el Consejo europeo de finales de mes.
Los ministros de Comercio de los Veintiocho ya reconocieron durante su última reunión, a finales de septiembre, que no era “realista” la posibilidad de cerrar el acuerdo con EEUU durante el mandato Obama, al mismo tiempo que asumieron una “pausa natural” de las conversaciones hasta que se configure el nuevo Ejecutivo norteamericano, del que quiere formar parte el candidato Donald Trump, contrario a una mayor apertura de fronteras en el país.
Lo que está claro es que el acuerdo comercial para el siglo XXI conocido por sus siglas en inglés TTIP (Transatlantic Trade & Investment Partnership), no es ni la panacea universal como señalan sus partidarios, ni la reencarnación del mal absoluto de capitalismo, según sus detractores.
Lo que sí es cierto es que el TTIP provoca una fuerte oposición en Europa que procede principalmente de varios grupos de ciudadanos: los que temen un recorte de estándares de protección en medio ambiente, calidad médica o alimentaria, protección de datos, etc.; los que temen una nueva pérdida de empleo y rebaja de salarios; y los ideológicos contrarios a la globalización.
El sindicato UGT, según su secretario general, Pepe Álvarez, cree que “se trata de un acuerdo concebido por y para las grandes empresas que antepone los intereses empresariales a los derechos de los trabajadores, ciudadanos y consumidores”.
Para UGT, el TTIP rebaja el nivel de exigencia de la legislación europea en materia laboral, medioambiental o de salud y, por otro, abre la puerta a la posibilidad de que la desregulación sea posible en todos estos ámbitos.
Además, el sindicato considera que se prima los intereses de las grandes empresas y se olvida de las pymes, (más del 90% del tejido empresarial español), pero además haría posible la eliminación de la Denominación de Origen que podrían dañar de forma irreversible las zonas rurales.
Una opinión bien distinta se tiene en la organización empresarial vascas Confebask que considera, al igual que la europarlamentaria del PNV, Izaskun Bilbao, que Euskadi sería uno de los territorios beneficiados con un acuerdo de este tipo.
El tratado, según señala el director de Confebask, Eduardo Arechaga, tiene todo el sentido del mundo para paliar el giro de la economía del mundo “hacia el eje América-Asia en torno al océano Pacífico”. Ese giro no es bueno para Europa que se puede ver desplazada del centro del crecimiento mundial en los próximos años.
Para Arechaga, en principio, un tratado de libre comercio “con supresión de aranceles y homogeneización de estándares y normas es positivo para el comercio y, por tanto, para la economía, máxime para una economía vasca que es claramente exportadora y que, por ejemplo, no tiene un sector agrícola potente, que puede ser, uno de los menos favorecidos por un acuerdo con Estados Unidos”.
No hay que perder de vista las magnitudes de la economía euro-estadounidense. El espacio económico euroatlántico tiene unas dimensiones descomunales, pues concentra casi el 50% de la producción mundial de bienes y servicios. Una de cada cinco exportaciones europeas tiene como destino EEUU, en cambio los productos norteamericanos solo representan un 15% de las importaciones de la UE.
Arechaga recuerda que en la historia “todos los procesos de crecimiento económico y social han ido de la mano de incrementos del comercio”. De hecho, desde que ha estallado la actual crisis, el comercio crece menos que el PIB global y hace falta estimularlo.