la noticia de una operación de compra, absorción o fusión entre Siemens y Gamesa obliga a una mínima reflexión, al margen de la sacudida bursátil. Unos hablan de OPA amistosa, otros de fusión entre iguales, pero nada se sabe con certeza, salvo que los actores principales son una multinacional alemana y una empresa vasca considerada como uno de los líderes mundiales en la fabricación de aerogeneradores. O, si lo prefieren, la operación se realiza entre una compañía cuya capitalización bursátil es 16 veces mayor y obtiene al año más beneficios que el valor bursátil de la otra compañía.

Es difícil hablar de una negociación entre iguales. No lo son. Estamos ante un nuevo movimiento de concentración empresarial motivado por el hecho de que la empresa pequeña resulta atractiva por su tecnología, cuota de mercado y estructura financiera en el marco de una economía de libre mercado. Lo cual no significa que tenga que ser negativo para el pequeño, si no fuera porque los precedentes aconsejan prudencia a la hora de valorar una operación que, de momento, deja suculentas plusvalías para los grandes accionistas de Gamesa y muchas sombras en las intenciones de Siemens.

Los argumentos son los de siempre. Dicen querer revolucionar juntos el mercado mundial de aerogeneradores. Sus negocios son muy complementarios tecnológica y geográficamente. Siemens es un actor muy potente en aerogeneradores marinos, mientras que Gamesa está muy especializada en el negocio para parques en tierra firme, tiene una fuerte presencia en Sudamérica, India y China, al tiempo que está participada en casi un 20% por Iberdrola. Como resultado de la unión entre ambos se posicionarían como líderes mundiales desbancando a la danesa Vestas.

Pero, quizás, el testimonio más preocupante se produzca hace casi una década, cuando Siemens vivió una crisis inducida por la práctica sistemática de sobornos y por la financiación de un sindicato amarillo para contrarrestar la influencia de IG Metall, la gran central alemana, lo que provocó la dimisión de su presidente ejecutivo. Tres años más tarde, el nuevo ejecutivo, Peter Löscher, aseguraba “un compromiso claro y a largo plazo con Alemania”, que se tradujo en un acuerdo que garantizaba a unos 128.000 empleados sus puestos de trabajo indefinidamente dentro de Alemania, mientras los ajustes de plantilla (reducción, para ser más exactos) se registraban en los otros 300.000 trabajadores que tienen un empleo en otros países.

En el otro lado de la balanza negociadora (¿?) está una empresa mediana. Goza de una estructura financiera saneada, ha duplicado en 2015 sus beneficios respecto al año anterior, según los datos oficiales, y es todo un referente tecnológico en su sector. Claro que, también lo es en el sector de ferrocarriles, la CAF que, con sede en Beasain e independencia, sigue consiguiendo importantes contratos en todo el mundo, mientras que la ACB de Sestao, absorbida por Mittal, vive sus momentos más dramáticos.

Gamesa puede ser un mirlo blanco para las multinacionales depredadoras, lo que no significa que todas las multinacionales actúen igual, ni que sea necesaria la absorción. Es exigible que Gamesa explique con trasparencia sus objetivos, como también es necesario que el principal accionista, Iberdrola, aclare si mantiene su compromiso de país o prefiere el negocio y la especulación.