¿Os acordáis de un País llamado Libia, su guerra civil y la caída del régimen de Gadafi?
Hace unos días recibía la invitación a una conferencia del profesor Mustafa Abushagur. No se trataba de aprender ni de su experiencia emprendedora, ni sobre su especialidad en sistemas ópticos, ni su extensa y reconocida actividad en el mundo de la microelectrónica. Su larga trayectoria académica profesional podría resultarnos de interés en Euskadi cara a nuestra búsqueda innovadora acercándonos, por ejemplo, a su Rochester Institute of Technology y aprovechar sus redes de conocimiento para reforzar nuestra industria de futuro.
Se trataba de escuchar y debatir en torno a las estrategias de liderazgo en regiones complejas. El profesor Abushagur, fue el primer ministro de Libia, electo tras la derrota y muerte de Gadafi, liderando la transición en el aún reciente 2011. Enseguida fue destituido una vez que el Congreso Nacional rechazara las primeras propuestas de su gabinete de gobierno. Hoy, tan solo escasos dos años desde aquel cambio de régimen que ocupaba -lógicamente- las portadas de los periódicos e iniciaba los informativos a lo largo del mundo, ha desaparecido de la actualidad y se sume en la ignorancia y el olvido. Parecería que Libia ha dejado de ser un país de influencia en la zona, que sus reservas energéticas han desaparecido y que el drama humano vivido ha dejado de importar fuera de sus fronteras.
Llama la atención, una vez más, la relatividad de los casos cuando dependen de las "siete noticias" que los principales medios de comunicación se encargan de globalizar, de modo que aparcamos guerras (Irak y Afganistán se traducen en imágenes de "atentados aislados" y da la impresión que ya no resulta necesaria ni la pacificación, ni la reconstrucción de los países, ni la normalización de sus vidas), movimientos populares y reivindicativos (una vez que "La Roja" fuera derrotada en la Copa Confederaciones parecería que en Brasil se han acabado las protestas populares), invasiones (la ya mencionada Libia cuyo valor e importancia estratégica se ha difuminado), genocidios (Siria desaparece del mapa y tan solo ocupa coletillas finales al hablar de Egipto, de cuyo golpe de Estado parecerían cuidarse de hablar con claridad a lo largo y ancho de la Comunidad Internacional, silenciando cualquier crítica a la imposición militar), e incluso asuntos domésticos que parecen diluirse según el "interés de Estado" (léase monarquía española, por ejemplo). Esta reflexión viene a cuento al repasar la pregunta que daba pie a la ya mencionada conferencia: ¿Cómo liderar la reconversión de un país tras 40 años de dictadura? Pues bien. Conviene recordar como no muy lejos de Libia, escasamente separada por las aguas del Mediterráneo, otro Estado (el español) también hubo de enfrentarse a esa pregunta tras la caída (en este caso, en la cama) de su dictador. La "transición perfecta" que pareció sucederle en ese nuevo "liderazgo y reconversión", muestra en estos últimos meses su verdadera imperfección. Un gobierno silente e inactivo se esconde ante la evidencia de la corrupción, la desafección ciudadana, el corporativismo cómplice y una ausente jefatura de Estado, confiando en que la crisis económica desaparezca por arte de magia y florezca un nuevo mundo por generación espontánea. Las noticias sobre el panorama español son deprimentes. El espectáculo mediático que, de la mano de una percepción corrupta del proceso institucional y la "transición hacia la democracia" condiciona toda credibilidad y capacidad de liderazgo del gobierno, destaca de forma negativa cuando más se necesita.
Precisamente, en una semana de mensajes optimistas del Gobierno español, anunciando "el principio del final de la crisis" superando los llamados "brotes verdes" de gobiernos anteriores para anunciar "una recuperación, moderada, pero sostenible", la desconfianza aflora. A favor se destacan las cifras del paro registrado (siguen aumentando pero "detienen su destrucción"), las previsiones de un verano turístico de éxito ("la situación en Egipto y los precios españoles incrementan la demanda extranjera"), las buenas expectativas exportadoras (concentrados en "empresas líderes en mercados emergentes") y el anuncio de nuevas políticas europeas ("el Banco Central europeo mantendrá a la baja el tipo de interés en un plazo suficientemente largo" y "Europa creará un fondo para favorecer el empleo juvenil") y el Gobierno se apresura en vender su interpretación parcial, una vez más, de la supuesta excelencia de la banca española y las felicitaciones a la reestructuración financiera emprendida. ¿En contra?
Desgraciadamente, la deseada llegada de buenas noticias continúa empañada por una realidad incierta, con pequeñas variaciones coyunturales que no inciden ni en cambios profundos ni de actitud ni de modelos de negocio o de políticas públicas innovadoras o de estilos de liderazgo y gobernanza. Las amenazas reales de nuevas crisis y vueltas de tuerca a los rescates griego y portugués son evidentes, nadie puede ocultar la clara incapacidad para gobernar la política económica desde un des-gobierno inmerso en la desconfianza y sospecha de legitimidad del propio presidente y su partido, ni las señales de ralentización en la economía de países emergentes ni minimizar la ya cansina experiencia europea de anunciar planes, presupuestos y políticas que no pasan de ruedas de prensa.
En este permanente doble estadio, desde el optimismo deseable y necesario hasta el realismo inhibidor resaltan las declaraciones oficiales (Patronales, Gobierno -desde diferentes Ministerios- Banco de España, analistas) poniendo el acento en el "CERO": "el decrecimiento de nuestra economía será cero" versus "el crecimiento negativo alcanzará el cero?", "nos aproximamos a un punto cero, inicio de la inflexión?". Es decir, el optimismo, en el mejor de los casos, nos llevaría a un punto cero. ¡Qué gran ilusión motivadora de un esperanzador futuro! Sin crecimiento, sin creación de empleo, sin generar nueva riqueza? ¿es éste el futuro que nos espera? ¿Es la propuesta a la Sociedad?
Desgraciadamente, las ya escasamente creíbles previsiones de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional inciden en su anuncio de "una desaceleración de los mercados emergentes", "una renovada crisis en la eurozona" y "un claro fracaso de la política monetaria aplicada" animando a reforzar políticas no convencionales que posibiliten "consolidar y estabilizar" los logros obtenidos.
Así, la señora Lagarde -desde su blog- nos recuerda una salida desigual de la economía mundial y la necesidad de cambiar las viejas recetas (que ha impuesto su propia casa) con nuevas medidas no convencionales (se resiste a explicar a que se refiere en realidad) "para aquellos países que aún tienen un largo viaje que emprender", como es el caso de la eurozona mediterránea. Advierte que si bien pueden observar algunos rayos de esperanza, predominan riesgos de catástrofe. Eso sí, nos anima (como lo hiciera en una reciente conferencia en la prestigiosa Brookings Institute en Washington) a enfrentarnos al toro en un lenguaje sanferminero, propio de la época festiva, aludiendo a Ernest Hemingway: "Hoy es tan solo uno de todos los días por venir. Pero lo que pasará en cualquier otro día dependerá de lo que hagas hoy".
Pues eso. Para pensar menos en quien tiene razón y si hemos llegado o no al momento del cambio, si los brotes son verdes o se trata de percepciones cromáticas equivocadas o si estamos en lo cierto pese a ser daltónicos, y centrarnos en lo relevante, que no es otra cosa que construir hoy ese mañana incierto, necesitamos un liderazgo claro que nos recuerde que cuando esto toque fondo y logremos remontar el principio, no volveremos al punto de partida sino que será un punto nuevo, diferente. Que habrá otra realidad, nuevos jugadores (empresas, empleos, condiciones, competidores, mercados) y nuevas reglas de juego. Alguien que nos ofrezca la confianza necesaria para convencernos que ese punto de llegada no será cero.
Sin duda, existen innumerables signos de esperanza. Trascendiendo de la cruda realidad del desempleo galopante, de la imparable ola de cierres empresariales, de la agonía financiera y, sobre todo, del pesimismo generalizado que el esperpéntico espectáculo público que nos rodea no hace sino aumentar, existe otra realidad positiva emergente. Día a día, nuevas fuentes de riqueza, innovación creciente en organizaciones y estructuras empresariales, nuevos productos, soluciones y mercados, nuevas actitudes, sueños y compromisos de personas que apuestan por ese día a día constructivo de Hemingway? Una sociedad empeñada en hacer realidad el valor infinito (demasiado) de actuar sobre el cero y no quedarse en él. Sin duda, no resulta fácil superar la desazón pero el resultado de hacerlo no es solamente satisfactorio sino inevitable.
Y este aprendizaje de la historia cobra especial relevancia cuando la superación de la grave crisis por la que atravesamos demanda un "liderazgo especial", no solamente capaz de reconducir un país desde la hipoteca de la dictadura hacia un nuevo espacio de éxito, sino que la transición está acompañada de escasa credibilidad en su "clase dirigente". Un buen ejemplo (o nulo atendiendo a sus consecuencias) son los mensajes recibidos a lo largo de esta semana. No se trata de constatar datos sino, sobre todo, de proyectar futuro. ¿Para qué las reformas en curso? ¿Cuáles son las verdaderas claves del cambio estructural necesario?, ¿Quién y cómo ha de liderarlo? ¿Cómo crear las complicidades necesarias para hacerlo?