AGOSTO y septiembre supusieron una verdadera montaña rusa para los mercados financieros. Han sido los dos meses más volátiles desde la crisis financiera que alcanzó su punto máximo en 2008. El viaje en esta especie de tiovivo financiero global está probablemente aún lejos de concluir (¿quién dijo Grecia y deuda soberana?), pero trascurridos tan solo unos pocos meses ya podemos extraer lecciones de algunos de los factores detrás del agitado trayecto recorrido.
Primera lección: ten cuidado con lo que dices ya que los mercados están escuchando. El debate político en Estados Unidos sobre el aumento del techo de la deuda fue mucho más perjudicial de lo que se esperaba. Con14 billones de dólares de deuda nacional, EEUU se aproximaba a su límite de deuda fijado en dólares en 14,29 billones y teniendo en cuenta que el gobierno de EEUU aumenta su deuda a razón de 2,63 millones de dólares por minuto, ese límite estaba a punto de alcanzarse amenazando paralizar la administración estadounidense.
Sin embargo esta, en apariencia, situación límite dista mucho de ser novedosa, tan solo en los últimos tres años el Congreso ha elevado el techo de la deuda federal en seis ocasiones, por lo que cabía esperar que un nuevo cambio no fuera especialmente significativo. ¿Qué ha cambiado?
En noviembre un amplio número de candidatos conservadores cercanos al Tea Party fueron elegidos para la Cámara de Representantes de EEUU, ansiosos por demostrar al público norteamericano su firmeza y compromiso con sus estrictos postulados sobre responsabilidad fiscal. Los demócratas estaban también deseosos por aceptar el reto al mismo tiempo que encaraban otros no menos interesantes desafíos, como el presentar una alternativa consensuada propia.
El pulso fue acompañado por una cascada de desafortunadas declaraciones por parte de los congresistas, alimentando el fuego de la incertidumbre, llegando algunas manifestaciones incluso a poner en duda por primera vez la propia solvencia de Estados Unidos. Por lo visto la fe en la responsabilidad fiscal no está reñida con la irresponsabilidad política. Los mercados financieros, impacientes, extrapolaron la riña política y la volatilidad reflejó en parte el desencanto con este hecho.
Segunda lección: cuando el desempleo se dispara el significado de "inflación alta" se relativiza. Parece que la Reserva Federal (Fed) ha decidido implícitamente que tiene que tratar de rescatar la economía norteamericana. Algo lógico si observamos las dificultades de la administración Obama, en lo que a estas alturas es ya un mal endémico de la misma, para aprobar cualquier tipo de reforma fiscal o estímulo económico que merezca recibir este calificativo. El coste a asumir es el aumento de la inflación pero parece que se antepondrá el proteger al débil crecimiento económico a prevenir que la inflación pase del límite del 2% a tasas cercanas al 4%. El cálculo de la Fed es sencillo, los estadounidenses pueden vivir con una inflación del 4% por un tiempo, pero el 10% de la población no puede vivir sin trabajo.
El banco central norteamericano no cambia no obstante oficialmente su techo de inflación del 2% al 4%. Cambiar este objetivo a largo plazo a un 4% afectaría a las expectativas futuras y por lo tanto el precio de los bonos. Está cambiando de facto con sus actuaciones el objetivo del 2%, pero respetándolo en sus declaraciones, para señalar al mercado que este seguirá siendo el objetivo a largo plazo y que esta relajación es circunstancial. Lo que resulta más difícil determinar es lo que durará este circunstancial periodo, sobre todo sin que se acometan reformas estructurales. La incertidumbre está servida.
A este lado del Atlántico la locomotora alemana superó en agosto con un 2,4% el objetivo de la zona euro, mientras España arrojaba un 3%, alejando de momento los temores de deflación. Gran Bretaña, con un objetivo del 2%, alcanzaba a su vez en agosto el 4,5%. Al parecer el otrora riguroso control sobre la inflación, en la actual coyuntura económica con un corsé macroeconómico impuesto por la combinación de un débil crecimiento económico, austeridad presupuestaria y limitaciones a la capacidad de endeudarse, ha quedado pospuesto hasta, nunca mejor dicho, mejores tiempos. Tercera lección: nunca digas de este agua no beberé y no compraré deuda soberana. O lo que es lo mismo, se puede crear una zona monetaria común y, debido a la negativa de los estados a transferir un mayor grado de soberanía al nivel supraestatal europeo, no proveerla con el diseño institucional e instrumentos comunes necesarios? hasta que llega el primer shock. El Banco Central Europeo (BCE) había indicado que no adquiriría deuda soberana, que no participaría en la solución de los problemas fiscales en Europa y, de la noche a la mañana, comenzó a comprar deuda soberana de aquellos países en problemas.
Al parecer, cuando ha transcurrido más de una década desde la entrada en vigor del Euro, el BCE ha comprendido que habiendo abandonado los países que conforman la zona euro el tipo de cambio como una herramienta de corrección de las perturbaciones externas y ante la falta aún de un presupuesto central europeo que contribuya a través a mitigar los efectos de un shock macroeconómico, estos países requieren que el BCE actué y supla, al menos de momento, las carencias estructurales del diseño institucional del Euro.
Cuarta lección: cuando los incentivos aumentan (si bien hablamos de la posibilidad de recibir una dosis severa "palo" y no tanto de "zanahoria"), los países europeos, como los periféricos Italia, España, Grecia o Irlanda, son capaces de implementar reformas económicas a mayor velocidad que Estados Unidos. Se puede debatir sobre el grado de acierto de las reformas emprendidas, pero no sobre la velocidad de ejecución. El cliché de un Viejo Continente que padece una sempiterna Eurosclerosis a la hora de efectuar reformas económicas, frente a la dinámica Norteamérica, no se ha cumplido.
En pocos meses caen estereotipos económicos como el de la reformista y veloz Norteamérica, se revisan postulados que antes eran dogma como los objetivos inflacionarios, o se desempolvan una década más tarde los planos de esa estructura institucional del euro que se dejó a medio hacer. A falta de diseñar e implementar a nivel global una serie de reformas estructurales que nos traigan un nuevo orden, las turbulencias en los mercados financieros reflejan y seguirán reflejando este continuo carrusel. Qué lejos queda aquella maravillosa y aburrida década de los 90.