La posible (y negativa) novedad entró en escena esta misma semana, cuando las alineaciones de los diferentes equipos depararon una primera estadística: solo cinco ciclistas del Estado español iniciarán este sábado el Giro de Italia en Turín. Se trata del murciano Rubén Fernández (Cofidis), del andaluz Juanpe López (Lidl Trek), del balear Albert Torres (Movistar) y de los asturianos Pelayo Sánchez (también en el Movistar) y Fran Muñoz (Polti Kometa). Así, sin vascos en nómina, la presente edición es la primera desde 1997 en que la corsa rosa no integra en su pelotón a representantes de Euskal Herria. El Groupama FDJ sí dispone en Italia de un corredor con raíces en el ciclismo euskaldun, Cyril Barthe, pero el galo es natural de Sauveterre de Béarn, a escasos kilómetros de Iparralde.
Curiosidades y matices al margen, el dato es el que es y habla bien a las claras de un fenómeno que cabe situar en la veteranía de una generación cuyos integrantes apenas han encontrado relevo. En cuestión de solo cuatro años nacieron Jonathan Castroviejo, Gorka Izagirre (1987), Mikel Landa, Ion Izagirre (1989), Omar Fraile y Pello Bilbao (1990), principal representación de una exitosa hornada de ciclistas vascos. Todos salvo el propio Gorka, quien tuvo que utilizar como puente al profesionalismo al Contentpolis, encontraron en el Orbea, paso previo al antiguo Euskaltel, una plataforma perfecta para foguearse en la élite, opción que las estructuras actuales ya no conceden.
Así, no parece descabellado situar el comienzo del presente vacío en aquel apagón de la pirámide naranja tras la temporada 2013. Desde entonces, y siguiendo desde más cerca o desde más lejos la estela de todos los ciclistas mencionados, corredores como Jonathan Lastra (1993) o Alex Aranburu (1995) han contribuido a hacer más pasajera la travesía del desierto. Y es ahora cuando comienzan a asomar en el horizonte los brotes verdes que significan figuras como las de Oier Lazkano (1999), Igor Arrieta (2002) o Markel Beloki (2005), igual que representantes aún en el campo amateur como Haimar Etxeberria (2003). En cualquier caso, el denominador común de todos estos nombres es que ninguno ha crecido bajo el paraguas de una Fundación Euskadi debilitada respecto a su prolífica etapa anterior.