Cohabitan en Tadej Pogacar, el hombre y la máquina, el ángel y el demonio, la bendición y la maldición, el genio y el contable, el espectáculo y el tedio.

Es un ser de otro planeta el esloveno, que deshojó la margarita del Europeo con el patrón de siempre, otra descomunal exhibición que para él es lo cotidiano.

La monotonía de un campeón que entierra cualquier disputa, que aniquila la disidencia, que extermina la incertidumbre. No existe alternativa a Pogacar, tan hambriento y eficaz. Omnipotente.

Pogacar festeja la victoria. UEC

Nada humano derrota al esloveno, el hombre a la victoria pegado. Tras él, la nada y después la desesperación y la impotencia. Vive en el cielo Pogacar, que a todos manda al infierno con desdén.

Agarró el Europeo el campeón del mundo después de un ataque telescópico que nubló a Remco Evenepoel, otra vez persiguiendo al esloveno en una reproducción a escala del Mundial una semana atrás.

El belga fue segundo, a 31 segundos del gran prodigio. Danzó los hombros Pogacar y el belga giró el cuello asimilando la derrota un kilómetro después. Guillotinado.

Ayuso, Scaroni y Seixas se unieron en la comitiva que perseguía un fantasma y se midieron por el bronce. Se lo quedó el joven francés, de apenas 19 años. El fenómeno francés cerró el podio del Europeo a 3:41 del esloveno. La incertidumbre solo descendió hasta el cierre del podio.

Exhibición de Pogacar

En la azotea, Pogacar es el chico de oro con piernas de platino y Evenepoel es el muchacho de plata que viste de oro en las cronos. Cada uno ocupa su espacio, jerarquizados en castas. No se mezcla el esloveno en el ascensor social. Emperador del ciclismo.

En su enésimo alarde, el arcoíris se desplegó con la furia de la tormenta, de la tempestad que todo lo arrasa en un día dichoso para posar en el podio con un maillot que después no utilizará porque se impone la jerarquía del campeón del mundo.

Pogacar luce el maillot de campeón de Europa. UAE / Sprint Cycling

¿Tiene sentido Pogacar, capaz de doblegar a todos siempre que quiere? El astro esloveno fichó de nuevo para entronizarse. Rey del mundo. Rey de Europa. Rey de reyes.

Otro día en la oficina del costumbrismo del campeón infatigable. No tiene sentido Pogacar, una fantasía, un ente, un ser alado. Hace tiempo que dejó de pertenecer a este mundo, si es que alguna vez lo fue. En los dos últimos cursos no hay kryptonita para el Superman del ciclismo.

En Francia alcanzó las estrellas, otra cumbre para su colección de logros, para su infinita vitrina. Pogacar es una cordillera, una fuerza de la naturaleza que desató su ambición en el Europeo.

Vingegaard, superado

Para entonces no había rastro de Vingegaard, que paseó la bandera danesa sin demasiado entusiasmo. Su temporada finalizó en la cumbre de la Bola del Mundo, cuando ganó la Vuelta.

Se alistó a los Europeos por eso del orgullo. Pogacar solo compite para ganar. Sin alternativas. Ganar o ganar para seguir ganando. Entronizado.

En esta era, siempre existe un lugar propiedad de Pogacar, como siempre existe un bar que se llama Las Vegas en alguna parte.

El dueño del mundo, pizpireto, feliz y travieso, de estreno con su segundo arcoíris, se entusiasmó en la Côte de Saint-Romain-de Lerpos, una subida de 7 kilómetros al 7,2% de pendiente media que le invitaba a levitar en el Europeo, otra cita para su historia de rey absolutista.

Ataque de lejos

Faltaban 75 kilómetros para el final, pero Pogacar tenía la prisa adolescente por llegar. "Ahí vi también a otros cuatro o cinco belgas y quedé aislado. Era mejor atacarlos yo mismo que quedarme en un grupo que podría haberme atacado. Y lo conseguí", reflexionó Pogacar.

Es todos los ciclistas en uno el esloveno, campeón del Tour, del mundo y de Europa el mismo curso, además de vencedor del Tour de Flandes o la Lieja. En una semana le espera Il Lombardia. Su Europeo fue el entrenamiento para la Clásica de las hojas muertas.

Siempre acelerado, plegando el futuro sobre el presente, el esloveno ofreció otro recital que mortifica al resto, convertidos en mero atrezzo de sus diabluras.

Podio del Europeo con Evenepoel, plata, Pogacar, oro, y Seixas, bronce. Soudal / Billy Ceuters

En realidad corre en solitario el esloveno, que es fiesta y confeti, algarabía y fanfarria. El festejo que nunca acaba. Una rave. Fuera de concurso, aplastando otra vez a sus rivales, que en realidad nunca lo son, porque son circunstancias.

Pogacar, en su superioridad, en su endiosamiento, está matando la emoción de las carreras. No deja de ser un hombre siempre en fuga. La misma pose, el gesto idéntico, el caminar sideral, la victoria que se repite.

Un bucle triunfal. Un paseo tras otro. Una fotocopia. Un autohomenaje perpetuo. Otro capricho que darse. Pogacar se regala el Europeo.