El templo sagrado de Markina no es una iglesia, tampoco una basílica, ni tan siquiera una ermita. En el pueblo se rinde culto a una religión pagana, la cesta punta, alfa y omega de un localidad que adora la cultura del mimbre y la piedra.
Artistas que tallan con manos de mimbre y pelotas de cuero las entrañas de sus canteras, el mármol negro, en un juego bello y frenético. De las tripas de las montañas se cubrieron los rostros de los frontis de numerosos frontones de Euskal Herria. Allí se graduaron las leyendas, los mitos y el txi-txak.
Frente a la piedra de la Universidad, ante el panteón de la mitología de los puntistas, cinceló su nombre Joao Almeida. Inmisericorde el portugués en Matsaria para subirse al trono de la Itzulia. La Piedad la talló Miguel Ángel, el hombre capaz de hablar con el mármol, de hacerlo humano, de darle vida. El suyo era el mármol de Carrara. Blanco. Puro.
En la tierra del mármol negro Almeida extrajo el amarillo del líder tras una actuación formidable que evidenció su rango. “No iba súper, no tenía las mejores piernas, pero ha sido suficiente. La gente estaba cansada. He puesto mi ritmo y aquí estoy. He dado todo lo que tenía”, expuso Almeida, sólido como el mármol.
Exuberante en Matsaria, donde despegó, el luso descendió deprisa y aplastó el asfalto para subirse de un respigo al cielo de la carrera en Markina. Venció como los grandes campeones, en solitario, en su bautismo en la prueba vasca. Almeida se consagró con un sensacional movimiento que le concedió el bastón de mando de la Itzulia.
Almeida toma mucha ventaja
Logró la victoria con 28 segundos de renta sobre Del Toro, su compañero, Schachmann y el resto de candidatos. Gobierna la general Almeida con 30 segundos respecto al alemán, 38 con Lipowitz, 49 con Van Wilder y 50 con Skjelmose. Alex Aranburu, formidable, es séptimo, a 1:37 del luso.
Dispone de un botín precioso Almeida. Además del tiempo a favor, dispone de una gran guardia pretoriana para embridar la carrera en los capítulos que restan.
Itzulia
Cuarta etapa
1. Joao Almeida (UAE) 3h52:39
2. Isaac del Toro (UAE) a 28’’
3. Max. Schachmann (Soudal) m.t.
4. Clément Champoussin (Astana) m.t.
5. Alex Aranburu (Cofidis) m.t.
6. Clément Berthet (Decathlon) m.t.
7. Simone Velasco (Astana) m.t.
20. Unai Iribar (Kern Pharma) a 1:23
41. Gotzon Martín (Euskaltel-Eus.) a 2:44
44. Mikel Bizkarra (Euskaltel-Eus.) a 3:55
General
1. Joao Almeida (UAE) 12h10:20
2. Max. Schachmann (Soudal) a 30’’
3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 38’’
4. llan van Wilder (Soudal) a 49’’
5. Mattias Skjelmose (Lidl) a 50’’
6.Wilco Kelderman (Visma) a 1:11
7. Alex Aranburu (Cofidis) a 1:37
8. Enric Mas (Movistar) a 1:38
9. Steff Cras (TotalEnergies) a 2:11
10. Simone Velasco (Astana) a 2:18
22. Unai Iribar (Kern Pharma) a 3:56
51. Gotzon Martín (Euskaltel-Eus.) a 18:01
67. Ander Okamika (Burgos-BH) a 20:55
76. Ion Izagirre (Cofidis) a 23:02
77. Igor Arrieta (UAE) a 23:05
El día se irguió con un acto de contrición, con la petición pública de perdón a Aranburu y el reconocimiento del error de la víspera. La Itzulia quería subsanar la grieta del desencanto con un ramo de flores, el calor de la afición y los aplausos reparadores. El ceremonial del podio tras las victoria. Aranburu pisó el podio antes de partir hacia Markina-Xemein.
La Itzulia se reconcilió con el de Ezkio y continuó con su cuarto acto en otro día de la primavera que sonaba como los violines de Vivaldi. Picos de intensidad febril en una sinfonía de belleza, la melodía de la Itzulia que enloquece cuando las montañas reclaman a los suyos, a los ciclistas valerosos y con arrojo dispuestos a sublimarse. Lo hizo Almeida.
Corría la carrera por parajes verdes, bajo la cúpula azul, por el callejero biográfico de Txomin Juaristi, natural de Markina, que defendió el honor de los suyos adentrándose junto al lekeitiarra Ander Okamika por las carreteras de su infancia, por las subidas de su adolescencia. La cartografía indicaba un cargador de seis colinas y una montaña entre Gipuzkoa y Bizkaia, nuevo asentamiento de la Itzulia.
Asentzio, Muniketagane, Bizkaiko Begiratokia, Gontzagarigana, Lekoitzegane y Milloi eran pellizcos en las piernas, chasquidos de sufrimiento, antes del bocado de realidad de Izua, Ixua para los eibarreses, a los que les duele esa zeta porque le quita identidad al puerto.
Para que el pasillo hacia Matsaria serenara el espíritu, la Itzulia festoneó la costa para mejorar las vistas a modo de última voluntad. Un belvedere para reconciliarse con la belleza y extraer un trozo de paraíso antes de encontrarse con el paredón, decorado con el inquietante rostro de El grito de Munch.
Una fuga de calidad
Juaristi y Okamika se engancharon a un grupo de calidad, donde revoloteaban dorsales selectos y alfiles de la general, con Soler, Fisher-Black, Simmons, Kuss, Schmid o Healy. Por detrás, Schachmann, el líder, no se apuraba.
Era el Bahrain de Pello Bilbao, dolorido en Lodosa y penitente la víspera, el que ordenó la persecución en busca de Izua, que aunque escrito con zeta, era la equis de la Itzulia. Antes de las rampas que sueltan directos a la mandíbula y queman los pulmones capituló la fuga.
El susto de la Itzulia es una subida de miedo, con la cara abrupta y nariz respingona. Era la radiografía de Matsaria, descubierta su fiereza por la carrera en 2016. Su punto de referencia, la zona cero de la Itzulia.
En la espalda de Arrate esperaba la detonación, un cadalso para acceder al cielo que supondría reptar el infierno de Matsaria, la cuesta que tuerce voluntades y arruga los cuerpos, los apalea. Una ascensión retorcida, salvaje y cruel, que emboca en la paz del santuario de Arrate. Se arrodillaron todos. Penitentes.
Ataque de Almeida
Buitrago, un escalador puro, ligero, tomó unos palmos en una subida a cámara lenta, donde se avanzaba con la nariz chata y el gesto torcido. Almeida, el caminar regular, de aire marcial, barrió el frente con las manos engarfiando el manillar.
Lipowitz, sentado, tiraba chepazos a este y oeste. Palidecía Schachmann, de pie, desfigurado. El luso se quedó a solas con la montaña. Quería domarla. Mandaba. Aranburu, acentuado por la victoria en Beasain, perseguía al portugués.
La misma escena que en Lazkaomendi. La memoria reciente. Con el de Ezkio respiraban el resto de favoritos, que al paso por el santuario de Arrate, arropado por gargantas animosas, ikurriñas y el rastro de la marea naranja, acumulaban un retraso de medio minuto en la bisagra del alto.
La Itzulia, desatada, se lanzaba otra vez cuesta abajo. Schachmann se recompuso y conectó en el descenso, veloz y voraz, con el grupo perseguidor, que no veía a Almeida. Tampoco lo intuía. Demasiado lejos.
Almeida emprendió una crono camino de Markina sin atender al retrovisor. Quería reinar. El debate era intenso entre el deseo del luso y la ambición del resto, afilado el colmillo, en busca de Almeida, excelso.
La literatura ciclista está repleta de episodios donde triunfa el que no arriesga, el que no colabora, el rácano, el jeta, el trilero, el insolidario.
Un poco como en la vida, pero dando pedales. El tira tú que a mí me da la risa. Eso no sucedió con el portugués. Jugó a ganar. Los intereses cruzados, empero, sonreían al luso, que solo trabajaba para él. Almeida agarra la Itzulia.