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Los jueces devuelven la alegría a Alex Aranburu

Los comisarios que determinaron que el de Ezkio tomó ventaja ilegalmente en una rotonda, si bien era la trazada que indicaba el libro de ruta, le otorgan de nuevo la victoria tras una profunda deliberación

Los jueces devuelven la alegría a Alex AranburuEfe

La Itzulia palpitó su esencia al tercer día de competición, cuando el relieve manteó la orografía y se dibujaron los dientes de sierra, una cordillera de siete cotas para convocar la rebeldía y los asaltos. El alma deletreó el pasaje entre caminos de cuatreros, asfalto para emboscadas, carreteras secundarias que transpiraban y jadeaban esfuerzo para reclutar a los valientes.

Nadie mejor que Alex Aranburu, genial su exhibición. El de Ezkio ofreció una clase magistral en una jornada loca, que invocó a la Itzulia de siempre.

La que recordaba Aranburu, vencedor hace cuatro años en Sestao. El guipuzcoano recuperó aquella jornada de su memoria, de su arcano vital, para reproducirla en las carreteras de su infancia.

Aranburu conocía cada pulgada del terreno. Eso le impulsó en un descenso formidable, donde conectó con Almeida, torpe en la resolución final. El luso se equivocó en una rotonda. La vida son elecciones. La de Almeida fue la mala. O no.

Aranburu hace un recto, mientras Almeida traza por el otro lado.

La peor fue la de Aranburu, que trazó con el pulso de un cirujano por el lugar incorrecto para los jueces, si bien el libro de ruta, algo así como la Biblia de las carreras, fijaba que su trazada era la correcta. Legal.

Revisión de los jueces

El de Ezkio tomó unos metros de oro para desplegar la alfombra roja de la victoria en Beasain, que recibió a Aranburu con una salva de reconocimiento, cariño y entusiasmo. Un general romano tras la batalla.

Cuatro años después, el ezkiotarra disfrutó de una victoria formidable en la Itzulia hasta que la revisión de los comisarios de carrera determinó que tomó la rotonda de manera incorrecta.

La polémica, en un principio, concluyó con el triunfo de Grégoire, que recibió el logro en diferido y subió al podio. La desolación se posó sobre Aranburu, que lo hizo perfecto, salvo por un detalle. Sucede que los detalles lo son todo. Tras una profunda deliberación, los jueces optaron por restituir el triunfo al guipuzcoano porque no había cometido ninguna infracción.

El francés Romain Grégoire, proclamado vencedor, que luego no fue.

En la carrera de casa, Aranburu se siente en su hogar. Profeta en su tierra. Festejó con saña el laurel, con las manos en la cabeza y los brazos abiertos para abrazar ese cariño. El de Ezkio no solo debía de dar gracias al empuje y el motor de sus piernas, imbatibles en la resolución.

Aranburu venció desde la mente, desde la gestión de un final trepidante y desbocado. En medio del tiroteo, de la asfixia de Lazkaomendi, mantuvo la calma hasta quitarse la camisa de fuerza en un descenso loco.

Tocó el hombro de Almeida y se despidió del luso, que se enredó de mala manera hasta que se supo que fue él el que se perdió en la interpretación de los jueces. Dos horas después del final de etapa, los comisarios rectificaron. Devolvieron a Aranburu lo que era suyo.

Lucha cerrada

Eso le concedió la ventaja exacta para coser en su pechera su segunda medalla de la Itzulia, hasta que se la arrancaron los jueces. La carrera vasca revivió en Beasain una lucha a cara descubierta entre Schachmann, tercero, Lipowitz y Almeida.

El alemán, que solo contó penurias en Mandubia, se recompuso en un final pleno de emoción. Lipowitz y Almeida mostraron colmillo. Pello Bilbao e Ion Izagirre eran el gesto de la derrota, baqueteado el cuerpo.

Itzulia

Tercera etapa 

1. Alex Aranburu (Cofidis) 3h45:21

2. Romain Grégoire (Groupama) a 3’’

3. Max. Schachmann (Soudal) m.t.

4. Joao Almeida (UAE) m.t.

5. Enric Mas (Movistar) m.t.

6. Mattias Skjelmose (Lidl) m.t.

7. Wilco Kelderman (Visma) m.t.

24. Unai Iribar (Kern Pharma) a 58’’

47. Gotzon Martin (Euskaltel-Eus.) a 12:26

62. Ander Okamika (Burgos-BH) a 13:49

82. Ion Izagirre (Cofidis) m.t.

92. Pello Bilbao (Bahrain) a 16:39


General

1. Max. Schachmann (Soudal) 8h17:47

2. Florian Lipowitz (Red Bull) a 4’’

3. Joao Almeida (UAE) m.t.

4. llan van Wilder (Soudal) a 15’’

5. Mattias Skjelmose (Lidl) a 16’’

6.Wilco Kelderman (Visma) a 37’’

7. Romain Grégoire (Groupama) a 40’’

8. Steff Cras (TotalEnergies) a 46’’

9. Alex Aranburu (Cofidis) a 1:03

10. Enric Mas (Movistar) a 1:14

26. Unai Iribar (Bahrain) a 2:27

60. Ion Izagirre (Cofidis) a 14:31

El de Gernika se fue al suelo camino de Lodosa. El de Ormaiztegi aún padece la caída del G.P. Miguel Indurain. Los dos se despiden de brillar en la zona alta.

Al fin se desperezó la Itzulia una vez acallado el silencio del fogonazo de Armirail. La carrera subió de decibelios en la rueda de volumen para atronar espectáculo.

Ruido ensordecedor para Pello Bilbao, lacerante el pedaleo tras la caída de la víspera. En el descenso de Santa Ageda, el gernikarra, un experto en las bajadas, emitió señales preocupantes en una jornada para dinamiteros.

El sol suave, la temperatura exacta, el verdor de las laderas, era un paraíso que desde Mandubia quisieron convertir en infierno los mejores. Del Toro tomó carrerilla, Lipowitz agitó el avispero y McNulty se lanzó. Se erizó la carrera, alzó al fin el orgullo y la dignidad como si el mañana fuera una esperanza remota.

Schachmann comprendió de inmediato que el calvario era su destino en un trazado exigente, territorio comanche. Amarillo pálido el suyo. Rodeado de enemigos.

La calma de los caseríos centenarios, enraizados en un paisaje bucólico y pastoril, la estampa de una postal serena, ajena al paso del tiempo, varada en otra época, era un trampantojo. La carrera no daba respiro, siempre en movimiento, un tiovivo de intensidad. Oleaje en la brea, derruidos los muros de contención.

Ataque del líder

Se enajenaron los favoritos hasta que un entente, un pacto de no agresión, detuvo la acción. Tiraron de la maneta la precaución. Plegado Mandubia en el cajón de la mesilla de noche, los jerarcas se convirtieron en estatuas de sal. Tomó oxígeno Schachmann, con el maillot abierto a dos aguas. Se lo ató de nuevo como si tratara de cerrar un chaleco antibalas.

Kevlar amarillo. Resistente. En ese pausa, en la tregua que tamborileaba los dedos a la espera de encontrarse con el muro de Gainza, Soler, Berthet y Molard se destacaron. El UAE movió pieza en el tablero. Querían derribar a Schachmann, boqueante.

Romain Grégoire y Schachmann, a su llegada a meta.

Soler era el líder en ese instante a la espera de lo que determinara Almeida, su jefe. El punto de fuga del Txindoki servía como frontispicio a una carrera liberada, sin ataduras, al galope del quebranto. Belleza salvaje.

El muro de Gainza, apretada la carretera, apenas un hilo de asfalto avejentado repleto de aficionados, acalambró a Schachmann, que no se dejó a pesar del padecimiento. No tenía intención de arrodillarse.

Los nobles, con Almeida, Lipowitz, Vlasov, Skjelmose, Buitrago, Castrillo … bamboleaban los hombros en una subida tensa, que arrugó a Soler. Berthet mantuvo su apuesta en solitario entre sendas vecinales al sol, magnífica la estampa, festoneada por la banda sonora de los ánimos, la cuneta que arenga, anima y grita, el verdadero tesoro de la Itzulia. La tensión se mantuvo en un thriller frenético, al descubierto. Danzad malditos. Nada de máscaras y anonimatos.

Lucha en Lazkaomendi

Schachmann, que cuesta arriba se desenfocaba, borroso por el esfuerzo, soltó un latigazo en el falso llano antes de acometer Lazkaomendi. El gesto le honró. La mejor defensa es un ataque. El toque de corneta del líder provocó un desgarró que zarandeó a Almeida, cortado, al igual que Skjelmose o Izagirre.

Lipowitz comandó el grupo salvaje en el que también estaba el líder, Del Toro (que se dejó caer para ayudar), Vlasov, Laurence y un estupendo Unai Iribar, muy atento a todo lo que acontecía. El guipuzcoano corría a ciegas, en casa, conocedor de cada palmo del terreno.

Se subrayaba con los mejores, dispuesto a todo en una reunión de apenas once dorsales. Berthet, a solas consigo mismo, seguía adelante, sin atender a nada. Liberté. El pulso entre los jerarcas se balanceaba en medio minuto. El Red Bull empujaba por delante con la dupla Vlasov y Lipowitz.

El UAE bramaba por detrás. McNulty reventó. Del Toro también arrió la bandera. Un duelo excelso antes de encaramarse al muro de Lazkaomendi, donde se concentró todo, el éxtasis.

Fue un esfuerzo claustrofóbico, el puñetazo de un muro con aspecto de tragedia griega que escondía unas rampas hoscas, de mirada torva y cuellos almidonados que todo lo desnudó. Schachmann, el líder que penaba, era un coloso. Lipowitz no cedió. Almeida resistía.

En ese ecosistema se abrió paso la ambición de Alex Aramburu, convencido de que la etapa tenía su aroma, de que Beasain le esperaba con los brazos abiertos. La determinación de Almeida, el diésel que es gasolina súper, se lanzó en el descenso.

Kamikaze enamorado, Aranburu rapeló sin arnés de seguridad. En caída libre hasta aterrizar en la gloria de Beasain. Después convertida en rabia y frustración por la decisión de los jueces, que finalmente restituyeron a Aranburu y le devolvieron la alegría.