Se dice que el pádel saca lo peor de cada uno de nosotros, cuando la realidad es otra; en una cancha nos mostramos como en realidad somos. Viéndonos en la pista, más de uno sería capaz de adivinar cómo somos aunque no nos reconozcamos. Por incapacidad, temor o por las vergüenzas. Haced una prueba con las gentes con quienes compartís la pasión de este deporte. El puto pádel. Gerardo sería capaz de interpretar las señales que vamos dejando en la pista, el perfecto rastro de nuestra personalidad.

Nosotros también seríamos capaces de introducirnos en su juego –yo mismo, incluso– e ir desgranando los perfiles o deshojando las diferentes capas de la personalidad de un hombre metódico, decidido, ambicioso, puntilloso, obsesionado y ordenado así en la vida como en el pádel. El meticuloso Terrazas irá apareciendo entre estas líneas marcado por letras, palabras y frases cuyos trazos no servirían para un estudio grafológico. Algunos nos dejamos llevar por donde el río de la vida tome a bien conducirnos, a tal o cual orilla.

Con fortuna puede que topemos con su desembocadura o, por contra, en su tránsito topemos con el lugar ideal. Él no, de piñón fijo, introduce las coordenadas precisas, rumbo y velocidad, tonelaje y previsiones para encallar en el punto elegido; su destino. Así es él.

Gerardo Terrazas Aguirre, bilbaíno del 95, llegó a Gasteiz para hacerse cargo de GEMETIK donde atiende y da servicio a quienes vemos que todo se complica frente al monitor de un ordenador. Ex jugador del Atlhetic Club de joven, quien está a punto de hacerse súper mayor, en mayo cumplirá 60 –“versión 6.0, donde pienso asumir cada uno de los retos que me presente el pádel de la tercera etapa”, dice y promete llevar a cabo–, llegó al pádel “de casualidad y por culpa de mi mujer”.

En 2016 Mertxe González, “mi mujer”, se apuntó a un cursillo y “me arrastró, no quería ir sola; no sabía lo que hacía. A partir de ahí me atrapó la secta”. De la obsesión nació el amor y, como todo en lo que se mete, lo lleva al límite y hasta el final: “voy a probar llegar a lo máximo en esta categoría, aquí, en España y en el mundial; gracias a Dios, físicamente estoy muy bien”. Sabe que deberá pagar con salud y dolor “lo que venga; si tengo salud no dejaré el pádel al margen”. A partir de los 65, “cuando me jubile, sólo pádel. Me haré entrenador”.

Jaime Verastegui y Julio Aniel-Quiroga le iniciaron en un deporte en el que ha quedado atrapado, modelado “por quien más ha tenido que ver, puesto que ha sido el responsable de mi evolución: Andoni Moreno”. Debutó con ficha en 2018, en el Provincial de veteranos ante Patxi Criado; debió ser un cruzado aquello, “una primer experiencia bastante curiosa”. En 2020 ocupó el segundo peldaño del ranking de veteranos. Dos años después subió al primero. Lleva tres como número 1. “He ganado con Tito Subero –compañero predilecto–, con Tavárez, Subi, Urbina y Llona, y ando descubriendo mi mejor versión junto a Clemente Bolaños”.

Cierto día, mientras esperaba en la calle para una reunión de trabajo, se fijó en un cartel que, justo a esa hora, anunciaba la primera cita para un curso de grafología. “Pues voy”, se dijo. Cinco años después terminó el cursillo que tan bien le ha servido para el trabajo y la vida; “le he sacado provecho”. Hoy es el día que este admirador de Yanguas, Coello y Tapia, seguidor de Cañete de los de casa, dinamizador y alma mater del grupo de veteranos reactivados del pádel alavés, es capaz de escudriñar tu espiral de ADN al completo, descubrir tu carácter, los defectos, vicios y virtudes de tu personalidad a través de firma; por cómo cierras la “a”, bajas el palito de la “ge”, cuadras la “erre” mayúscula o le pones el ribete a tu nombre. ¡Ojo, peligro!

En Grandoso, y en un pueblo próximo, Boñar, en la provincia de León, dice Terrazas que es el rey. Preparan allí una súper maratón de pádel “donde al principio se sorprendieron y ahora no pueden conmigo. Es el único lugar en el que mi hija Uxue se convierte en mi fan número 1”. Es lo mejor del verano. Con él no sería posible, pero sólo basta verle en una cancha para examinarle y ver de qué pasta está hecho. Un duro de pelar, activo y sin perdón como Eastwood. Un seis pies al que el pádel le “tarumbea” como el wiski al bueno de don Clint en el papel de viejo pistolero encarnado en el ángel de la muerte que se lleva por delante a todo un pueblo.