Les Mosses, montaña blanca, fría y nevada era un lujo para los sentidos, aún el manto novicio. Las crestas níveas, de cabello cano, peinaban el Tour de Romandía, donde los paisajes abruman y entre tanto asoma el plano de la sede de la UCI en Aigle.
El símbolo del poder del ciclismo, engastado a modo de piedra preciosa. La comparación palidecía en un día con el friso azul celeste, el sol estupendo y las laderas exuberantes y verdes los valles.
Parajes fastuosos de un país opulento pero con discreción y secreto bancario. La neutralidad de Suiza siempre tuvo que ver con el dinero. Bienvenido desde cualquier lugar, recoveco o sótano.
La cotización de la carrera esperaba al parqué bursátil de los mejores Les Marécottes, la cumbre que coronaba el juicio de los favoritos. En el mercado de futuros, en su tercer día de competición del curso, se anticipó Thibau Nys, hijo de Sven, un muchacho hecho en el barro, crecido en la modalidad de invierno.
Construido con el adobe del ciclocross, donde su padre alcanzó la gloria y él se empeña entre Van der Poel y Van Aert. Nys, que viajaba en la fuga en la que estuvo Xabier Mikel Azparren hasta que la montaña que coronó al belga le descatalogó, izó la bandera de la supervivencia para pintarse con el amarillo de líder. Godon, velocista, era un brizna de derrota en la montaña. Resistir es vencer.
Nys, que superó a Vendrame, y Plapp, que surgió del salón de la nobleza, cumplió punto por punto con el manual de la resistencia. Soportó la llegada del australiano y se codeó con el italiano en el debate final, para la descarga definitiva. En su esprint, chisposo, joven, apenas 21 años, –campeón del Mundo de ciclocross sub’23 y del Europeo en ruta de la misma categoría–, alcanzó su cumbre en una prueba del WorldTour.
La mejor presentación posible en sociedad. Doble premio, etapa y liderato en una montaña en la que los favoritos, compartiendo plano, prefirieron la cautela y aguardar el juicio de la crono de este viernes.
Xabier Mikel Azparren, migrante en el Q36, estructura helvética que recoge el testigo del Qhubeka, compartía fuga con Roger Adrià, Nys, Meurisse y Vendrame. Era dichoso el donostiarra, un hombre a una fuga pegado. Era su ADN en el Euskaltel-Euskadi. Esa pasión pervive aunque no vista de naranja.
A Azparren le entusiasma desbrozar los caminos aunque le duelan las piernas. Tuvo que estirar la musculatura para continuar con el quinteto, que maniobró con entusiasmo y despachando vatios. Les Marécottes le arrancó la máscara. Tuvo que renunciar, plegado por una puerto de casi ocho kilómetros y con una pendiente media del 7,5%.
Castroviejo pone el ritmo
Los jerarcas, los opositores a la victoria, se examinaban en una ascensión constante, sin sobresaltos, pero sin descansillos para el resuello. Jonathan Castroviejo, un ciclista sensacional, de aliento largo y grandes prestaciones, fijó el compás en un puerto que lo mismo excavaba un túnel para atravesar la montaña que se suspendía sobre un puente para seguir subiendo entre herraduras alicatadas con buen asfalto y vértigo en los costados.
Adrià fue el siguiente en desprenderse de la fuga. Del pelotón se descolgó Godon, el líder, un velocista perdido y extraviado en la montaña, que anulaba las voluntades con silenciador.
Los favoritos se evitan
Vendrame y Nys resistían de mala manera, en la precariedad. Gestionaban el sufrimiento. No estaban dispuestos a claudicar. Pendían de un hilo, estaban a un ataque de distancia. Entre los mejores gobernaba la desconfianza. Remolonearon bizqueando la vista Enric Mas, Juan Ayuso, Hindley, Vlasov, Bernal... Sin decidirse. Amagaron Simon Yates y Carlos Rodríguez.
Ante la indefinición y el sfumato, trazó una línea ascendente Plapp, que se enroscó a Nys y Vendrame sobre la silueta de Salvan, el pueblo de montaña que estrechaba el paso, que comprimía la lengua de asfalto y la verticalizaba. El australiano aceleró. Nys y Vendrame se soldaron a Plapp. La victoria estaba en ese baile de espasmos. Por detrás continuaron ensillados en el diván. Ir o no ir. En ese periodo de reflexión, Nys resistió y venció.