El Tour de Francia regresa a Donostia y a Gipuzkoa más de tres décadas después de su última visita. Esta tuvo lugar en 1992, y a lo grande además, con motivo de un Grand Départ que instaló a la caravana de la ronda gala en nuestro territorio durante un fin de semana completo: prólogo urbano el sábado, etapa en línea el domingo y salida hacia Pau el lunes por la mañana. Aquelllo significó todo un acontecimiento en lo deportivo, pero el hito fue más allá y resultó también noticioso en lo socio-político. Euskadi vivía aún tiempos muy distintos con los que los organizadores tuvieron que lidiar.
Hablamos, obviamente, de la amenaza de ETA y de las tensiones que esta generó, durante todos los meses anteriores a la cita e igualmente en las horas previas. Pequeñas explosiones en Hondarribia y en el parking donostiarra de Okendo calcinaron vehículos de la organización cuando ya olía a prólogo. Y la etapa del domingo se vio afectada por el lanzamiento a la carretera, a la altura de Aizpurutxo (entre Azkoitia y Zumarraga), de numerosas chinchetas que causaron una veintena de pinchazos en el pelotón. Más allá de todo ello, en cualquier caso, la salida del Tour significó un rotundo éxito que conviene valorar en su justa medida: por aquel entonces, resultaba delicado y poco sencillo albergar aquí eventos de semejante calado internacional.
La economía
Los tiempos han cambiado durante estos últimos 31 años. Problemas que antes podían darse han desaparecido ya del mapa. Y las tarifas y los precios a pagar por traer a Euskadi la mejor carrera del mundo se han encarecido sobremanera. La prensa tasó en su día la salida del Tour de 1992 en 150 millones de las antiguas pesetas, asumidos a partes iguales (50 kilos cada institución) por Ayuntamiento de Donostia, Diputación Foral de Gipuzkoa y Gobierno Vasco. En 2023, mientras, el coste de albergar el inicio de la ronda gala ha ascendido a doce millones de euros, cantidad de la que el Consistorio donostiarra y la propia Diputación participan con 750.000 cada entidad.
Siempre resultará lógico que estas cantidades suban con el paso del tiempo, por el simple efecto de la inflación. Pero es que, además, el peso del Tour como producto ha ganado enteros a lo largo de estas décadas. La carrera francesa se televista ahora en casi todos los países del mundo. Y, más importante aún, llega a los hogares más recónditos del planeta a través de emisiones de etapas íntegras. Hay señal en directo desde el banderazo de salida hasta la llegada a meta del último ciclista, lo que convierte los ciento y pico kilómetros de cada jornada en un magnífico escaparate publicitario. Euskadi va a disfrutar, con motivo de esta próxima ronda francesa, de en torno a quince horas de televisión para venderse, sobre todo, como destino turístico. Solo queda confiar en que las condiciones meteorológicas colaboren y marquen así la diferencia respecto a 1992, cuando un verano típicamente vasco, fresco y lluvioso, acogió y despidió a toda la caravana.
De Indurain a Vingegaard
Lo que rodea a un Tour es mucho. El Tour en sí mismo, eso sí, es solo una carrera, por mucho que se trate de la mejor del mundo. En este sentido, la ronda de 2023 se presenta sobre el papel como un apasionante mano a mano entre el defensor del título Jonas Vingegaard (Jumbo-Visma) y Tadej Pogacar (UAE), con permiso del resto de aspirantes. El panorama previo en 1992, mientras, resultaba diferente, con Miguel Indurain estrenando rol de favorito. El navarro venía de adjudicarse su primera ronda gala el año antes y de ganar el Giro aquel mismo mes de mayo, saliendo de la prueba italiana sus principales adversarios.
Allí había compartido podio con Claudio Chiapucci (Carrera) y Franco Chioccioli (GB-MG Maglificio), a quienes se consideró posibles alternativas al propio Indurain. Pero la cosa no quedó ahí, pues de la carrera transalpina también procedía, de forma indirecta en este caso, el principal rival del de Villava: Gianni Bugno. Este había sido segundo tras el navarro en el podio de los Campos Elíseos en 1991. Y durante los meses previos a este nuevo Tour había decidido no correr el Giro para preparar mejor el asalto al amarillo. Con permiso de los Lemond (Z), Mottet (RMO), Hampsten (Motorola) o Breukink (PDM), Bugno parecía de antemano el mejor situado para poner en apuros al vigente campeón.
La prueba terminaría saldándose después con una contundente victoria de Indurain, la segunda en el Tour, dentro de una edición que homenajeó con su recorrido al Tratado de la Unión Europea firmado en febrero de aquel mismo año en Maastricht. La carrera salió desde el Estado español para pisar luego suelos francés, belga, holandés, alemán, luxemburgués e italiano. En total, siete países y una ausencia, la de Suiza, que no respondió a la casualidad, ya que la nación helvética no participó en el mencionado acuerdo.