Un guion impecable, remate de alta costura, colofón extraordinario a la carrera perfecta, así acabaría la historia de media vida en las canchas en élite pluscuamperfecta, lo que no significa que el viejuno vaya a dedicarse a partir de ahora a la mera contemplación, pero “ya está, se acabó, este iba a ser mi último vals, y creo que he bailado mucho mejor de lo esperado”, sale de la boca de Jon García-Ariño nada más rematar, por dos veces, el último tanto de la final absoluta de pádel contra la pareja favorita Rodriguez y Cañete. Un abrazo interminable en la cancha junto al compañero, la cara encarnada y una sonrisa panorámica controlada y radiante que el público quiso compartir. El príncipe tiró su pala al suelo para señalar con ambas manos al héroe tras la victoria, como había hecho tras el último tanto del segundo set, una paralela imposible apoyándose en la pared y tres defensas numantinas frente a tres malintencionados envíos de los rivales justo antes.
Ariño comenzó la cita, tímido y conservador. Un cincuentón que se sabía el punto débil, diana principal de la ofensiva rival, recientemente intervenido en el codo, con menos punch y el mismo fuelle. Se fue calentando, alimentó muy bien sus viejas calderas y soltó luego el brazo, casi como en sus buenos años mozos.
El heredero y aprendiz Arija, Eneko Arija, el chico perfecto, el mejor de los cuatro, buscó el segundo plano excepto cuando debió intervenir para decantar los signos del partido. Porque la final vino y se fue, del uno al otro lado, tras un tercer set de desempate en el que el diésel pudo con la gasolina súper. El pequeño saltamontes aprendió a caminar solo. Absorbió técnica y táctica, cuidó su físico mejor que nadie, vigiló la alimentación y observó cómo debe vivir su vida un deportista que quiere estar en la élite. El maestro Po le insistió sobre la manera de encarar diferentes escenarios según las condiciones, el estado de forma y la calidad y de los rivales. A veces “es necesario que los de enfrente jueguen a lo que uno quiere”, dice el maestro del templo Saholin en el que Kwai Chang Caine Arija se ha preparado desde que quiso ser profesional con ¿nueve, diez años?
Kung Fu fue una mítica serie de finales de los 70 y principios de los 80, en la que un joven alumno aprendía de su maestro lo que luego le vendría bien fuera del monasterio. Arija igual. Ha escuchado, absorbido, fermentado, escudriñado y llevado a la práctica lo que el viejo maestro le enseñó. El saltamontes ha mutado.
El pádel alavés queda en buenas manos. Es un animal bicéfalo, de doble quilla, dos personalidades diferentes, cualidades diferenciadas y dos maneras bien distintas de entender la vida, el mundo, los futuros, el presente y los caminos.
Garayo Jr y Arija están todo lo arriba que se puede estar dada su juventud. Nadie les tose hoy en día en casa, caminan por encima del agua, son el milagro alavés fruto del esfuerzo, de los sacrificios de tantos años y un talento descomunal.
Eneko Arija ha seguido las directrices del maestro a rajatabla. De mentalidad germánica, austero, empecinado y trabajador, ha sido un alumno esponja y permeable con quien la pelea ha ido en sentido contrario al de los demás en muchos casos. Nunca era suficiente. Físico poderoso, técnica depurada, ambición máxima, alimentación apropiada, una vida regulada, descanso activo y mucho entrenamiento. Así, desde los 10 años, una línea marcada en su cabeza desde tan temprana edad que llamaba la atención; era la cabeza de un adulto en un cuerpo chiquito. En hora y media, el último domingo, uno bailó por última vez y al joven se le abrió un mundo por conquistar. En las canchas y fuera de ellas.