El 19 de septiembre de 2020, en plena pandemia, de ahí que el Tour se disputase lejos de julio, se vivió uno de los episodios más sorprendentes y estimulantes de la centenaria historia de la Grande Boucle. Un muchacho de 21 años, esloveno, nacido en Komenda, volteó la historia con una actuación lisérgica en la crono que debía coronar a Primoz Roglic como monarca del Tour. Eso no ocurrió. La historia está repleta de casis. De cosas que debían suceder pero que los giros de guion del destino negaron. Tadej Pogacar, su compatriota, tenía otros planes. En una exhibición colosal, el pizpireto muchacho mandó a la lona el sueño de Roglic, que parecía una realidad, pero fue una pesadilla. “Me trae buenos recuerdos, pero para mí lo más importante es que mi familia estará en la carretera. Por eso estoy deseando que llegue la etapa”, apuntó el líder.

La remontada de Pogacar conectó irremediablemente con aquel episodio de la sublimación de Lemond sobre Fignon en el Tour de 1989. Vasos comunicantes. El norteamericano derrotó al francés, que contaba con una renta cómoda para alcanzar su tercer Tour en una crono que finalizó en los Campos Elíseos de París. Nunca lo conseguiría. Lemond derribó los adentros de Fignon, vacío. Ese capítulo pertenece desde entonces a la memoria colectiva. 8 segundos les separaron. Apenas nada, la eternidad. Pogacar recuperó aquel metraje de la biografía del Tour y posó su obra maestra en la biblioteca de los incunables de la Grande Boucle. Desde aquel instante, –el de Roglic con el casco torcido, sentado en el suelo, con la mirada perdida, y el del éxtasis de Pogacar conquistando un imposible– el joven esloveno es un ciclista inaccesible. Venció el Tour del pasado curso y condecora su pechera de general con descaro y valentía. Es un ciclista venido del futuro. El Tour certifica hoy el regreso al futuro. La Planche des Belles Filles descerraja la montaña en la carrera francesa después de la contrarreloj de Copenhague y los adoquines de Arenberg. Remata la Planche des Belles Filles la Santísima Trinidad de los primeros días de competición. “Llega el primer gran test y voy a tratar de estar a la altura”, analiza Pogacar.

Primer gran test

Aguarda un examen de montaña con el esloveno en lo más alto. La ascensión, donde se cruza el recuerdo dulce de Pogacar y la hiel de Roglic, es una subida exigente, con rampas punzantes y hoscos desniveles. La subida al macizo de los Vosgos deberá cribar aún más el Tour. Aunque de momento no deja de ser Pogacar, el vacío y el resto, que es donde se presupone la competencia porque el esloveno está fuera de concurso. No hay ascensor que dé a su ático en París. El puerto, de 7 kilómetros al 8,7%, medirá cara a cara a los mejores. La ascensión esconde rampas del 20% y una repecho final que apunta directamente hasta el cielo, con un escalofriante 24%. Antes se encontrarán con varios tramos por encima del 10%. Nadie podrá esconderse.

La Planche des Belles Filles nació para el Tour en 2012. Froome fue el pionero en hollar la cumbre. De líder se visitó Wiggins, vencedor final en París. Le siguió Nibali en 2014. De amarillo en la cima, de amarillo en los Campos Elíseos. Aru se encaramó en la cima en 2017. El liderato abrazó a Froome, campeón final. En 2020, Pogacar agarró el liderato que luciría un día después en la capital gala. Desde la Planche des Belles Filles se ve París. Están unidos. Entre medias, venció Teuns en 2019. Ciccone era el líder. Es la única ocasión en la que se rompió el vínculo entre el amarillo del macizo de los Vosgos y los Campos Elíseos.