avi es un tipo reservado y serio pero atento y juicioso. “Un buen juez” según Jaime Otxoa de Alda, quien fuera, media vida casi, hasta hace bien poco, el presidente de los Jueces de Pelota de Álava, “casi un padre para mí, mi tutor y principal valedor”, se explica Javier Gómez Torres. Otxoa de Alda, ya en la reserva, le tuvo muy cerca mientras gobernaba con mano de hierro Betiko Jokoa, nave nodriza del Colegio Alavés de Jueces de Pelota, cuyo timón maneja ahora una mujer de igual fuerza, carácter y capacidad de mando, Edurne Junguitu. A Javi casi le pusimos la etiqueta de “continuador” cuando Jaime estaba llegando al apeadero tras una prolongada carrera. “Quizá existían esas expectativas”, reconoce Javier, “pero el cargo me superaba. Yo no tengo ni su carácter, ni las cualidades para estar al frente y coger las riendas”. Jaime, de la vieja escuela y de fuerte personalidad, y Javi, siempre a la sombra, en un segundo plano -“más conciliador y participativo”- trabajaron codo con codo hasta el final. De hecho, no mucho después de integrarse en Betiko Jokoa, Javier, que había estudiado Administrativo, es designado Tesorero, cargo que abandona en 2021 y pasa a ser cometido del joven Euken Maíz.

Javier fue pelotari “muy poco tiempo; era muy malo, no tenía nivel”, dice. Y para refrendo de la sentencia me cuenta cuando “Tomás Asurmendi, medio en serio pero en tono de bromame decía: dedícate a otra cosa Javi”. De los Asurmendi, Pedro era el serio y Tomás, “el que te metía puñales sin parar”. Con uno y con otro, “nunca había partido, casi siempre me dejaban hacer uno o dos tantos a lo sumo”. Los hermanos eran quienes destacaban en Adurtza cuando Javi era todavía cadete y ya pensaba en la retirada; “el bueno era Herrería”, termina para resumir su breve paso por la pelota. No obstante, y aunque solo jugó el social de Zaramaga, tuvo el honor de participar en la inauguración de los frontones de Mendizorrotza en el 79, muy por delante de un estelar en el que Julián Retegui apuntaba más alto que nadie; al año siguiente ganaría su primera txapela del manomanista. Ahí estuvo Javi con sus inseparables Miguel Ángel Román y Villullas. “Yo era malo, más bien mediocre, un zaguero que no llevaba una...”, insiste.

Entró en el club Zaramaga con 9 años, en cuanto se abrió el frontón del barrio en 1978, pero le pegó a la pelota un par de años antes en el colegio del barrio, “donde había una pequeña pared de no más de 4 o 5 metros” y poco después en el colegio Jesús López de Torre. “Jugábamos poco más que al puche en los recreos con la pelota que fuere...”.

Javier, con 20 años, en el cambio del siglo -nació en febrero de 1970-, apagaba los viejos rescoldos de su pasión Pelotazale jugando al frontenis con la cuadrilla. Por aquel entonces, un día que coincidía con la disputa de un partido oficial en el frontón Ogueta, Javier y su cuadrilla habían quedado a jugar a frontenis justo por delante. Estarían, además de Javi, algunos de los habituales de Gamarra, “donde jugábamos casi todas las semanas”: Etxebarría, Buenvarón, las hermanas Nuria y Verónica Pérez, Hermosillo, Rubio, Marta... “Fue verme José Antonio Ortiz, que estaba con Jaime, y proponerme a la de ya: y tú de juez ¿qué?”; Javier y Ortiz se conocían del frontón de Zaramaga, y surgió el flechazo. “Llamádme cuando haya examen, y si no tengo nada que hacer pues igual...”. Unos meses después “me llamaron”. Aunque no pudo presentarse al curso para juez de pelota -“era por el Pilar, me fui a Zaragoza con la cuadrilla”- se llevó no obstante los apuntes, se preparó por su cuenta y a la vuelta se examinó. “Aprobé. Y no creo que fallara ninguna cuestión”.

Hasta que los jueces vascos de pelota y la LEP.M perdieron la relación en 2019, “no respetaron el convenio y tiraron de jueces contratados”, Javier intervino durante años en la liga profesional. Debutó -como juez de mesa- en Donostia, “en una final del Cuatro y Medio que Olaizola ganó a Salaberria por 22 a 5”. En cierta ocasión, en el Ogueta, hubo de lidiar con Irujo, “un miura que me echó la mirada más asesina que haya recibido nunca en una cancha”. Javi dejó pasar “un dos botes” de Olaizola en respuesta a una cortada del de Ibero que al ir luego a rematar la falló. “Me la he comido”, asumió lastimosamente el juez, “eso me salvó”. Olaizola “era más respetuoso”, con él, “cada uno iba a lo suyo”.

En el campo aficionado también experimentó un par de partidos con lío. “Grande el que se montó en Amurrio”. Resulta que un pelotari local agarró una pelota que se marchaba fuera y, mientras está en juego, “eso no se puede hacer”. El pueblo “se nos echó encima” aunque uno de los jueces era de casa -Faustino Vadillo-. Menos mal. En otra ocasión, con un cambio de normativa reciente, debió recoger en acta una parada para beber agua de los hermanos Angulo. El acta llegó a la vasca que sancionó con dureza a la pareja de Legutiano. Parece que Jaime intervino para evitar la sanción y calmar las aguas, “pero Raúl y Joseba anduvieron un tiempo muy enfurruñados”.

Dice que la gente de pala es muy cariñosa, “pero también peleaban lo suyo y te buscaban cuando había mucho en juego”. Muy diferente a los de frontenis, que “van a divertirse sobre todo, a pasarlo bien y no te complican”. En este punto, hace un paréntesis para echar flores a Coto y Sergio Martínez, a Tomás Lacalle, Temprano y Orlando Gaviña, por comportamiento y dedicación y a los manistas Miguel Pérez, Iribarren, Uribe y Alvarado, que “tratan siempre de facilitarte las cosas”. Por último, subraya el poder, la calidad y categoría “de nuestras chicas, están en lo más alto de la ola”.

Irujo ha sido el mejor”, reconoce, “pero Abel Barriola ha sido el más completo en cualquier escenario y un señor dentro y fuera de la cancha”. De los paisanos destaca a la pareja de Txukun Uribe y Pérez, “aunque el artista de todos ellos ha sido Alvarado, el hombre capaz de lo mejor y también de lo peor”.

Entre lo más divertido, hace memoria y cuenta: “repescado por Aspe, en la Feria de Gasteiz, Mikel Goñi se tiró a una pelota cuando había dado por lo menos 3 ó 4 botes”. No es que fuera imposible haber llegado, “es que era inútil intentarlo”. Goñi era así. Impredecible.

Y así es Javier Gómez, un delfín varado en la orilla, un juez respetado que prefiere el segundo plano. Llegó de casualidad y sigue por convicción.