A Alejandro Valverde, capaz de enumerar 133 victorias en su biografía, le distingue del resto su capacidad competitiva a los 42 años, que cumple este lunes. Es una rareza tal Valverde que le convierte en un caso único. Valverde es ajeno al sentido común. Refractario a la lógica y a la leyes de la naturaleza, continúa siendo el estandarte del Movistar, su hogar, con distintas denominaciones, durante 18 años. No se puede entender al uno sin el otro. Es más difícil encajar, sin embargo, su extraordinario rendimiento en el ciclismo pujante de los jóvenes fenómenos.

Dicen los que le conocen que el secreto de su eternidad radica en su amor por el ciclismo. El romanticismo como relato. La Lieja-Bastoña-Lieja que descorchó el prodigioso Evenepoel, un estallido de 22 años, descubrió la séptima plaza de Valverde, que estuvo con todos los favoritos. Apenas unos días antes, solo Dylan Teuns fue capaz de derrotarle en la Flecha Valona. Fue el único en sentarle. En el presente curso, el de su retirada, alzó los brazos en uno de los trofeos de la Challenge de Mallorca. También venció una etapa en O Gran Camino, carrera que conquistó.

El Imbatido, apelativo que le acompaña desde su juventud por eso de su capacidad rematadora, de su voracidad ante las pancartas de meta, también denominado el Bala, por lo veloz y certero, cubre un arco temporal de dos décadas que sirven para desentrañar un ciclista que ha sido testigo de al menos tres generaciones. Valverde es una distopía en sí mismo.

DEBUT EN 2002

Debutó en el Kelme en 2002, el año en el que nació el euro. Por él transcurren tres generaciones de ciclistas. Conviene situarse para comprender el fenómeno. 2002 fue el inicio de una andadura estratosférica en la que el dopaje también le manchó. Fue sancionado por el Comité Olímpico Italiano (CONI) después de ser uno de los nombres de la Operación Puerto. Se perdió dos años de competición con el castigo.

PRIMERA VICTORIA

No pudo estrenarse en su año de debut Valverde. Se bautizó en la Vuelta al País Vasco de 2003 en un esprint en Gasteiz. A partir de ahí logró una cascada de victorias. En la Vuelta obtuvo dos triunfos de etapa y fue tercero en la general. Iniciaba Valverde su acumulación de éxitos, uno sobre otro, a modo de los cortes que exhiben los flysch y reflejan las distintas edades de la historia.

Continuó con la cosecha en 2004, su última campaña en el Kelme. Se mudó al Illes Balears, heredero del Banesto, a su vez hijo del Reynolds. Esa campaña supo lo que era ganar en el Tour. Batió en la cima de Courchevel a Armstrong. Valverde acumula cuatro victorias parciales en la Grande Boucle, una prueba que le obsesionó. Se subió al podio en 2015.

IDILIO CON LAS ARDENAS

En 2006, Valverde se encaramó al cielo de las Ardenas. Anudó el triunfo en la Flecha Valona y en la Lieja-Bastoña-Lieja. Fue el amanecer de una relación idílica con ambas clásicas. Sumó cinco triunfos en el Muro de Huy y cuatro en La Decana. Cotos de caza para Valverde, convertido para entonces en un depredador con enorme colmillo. Después de un discreto 2007, se subrayó al siguiente curso con la victoria en el Dauphiné y dos etapas en el Tour. En 2009 repitió en el Dauphiné y conquistó la Vuelta a España, su única grande.

CASTIGO POR DOPAJE

Valverde soñaba en ese mismo tamaño hasta que su nombre en clave, 18-Valv. Piti (era el nombre de su perro) estuvo entre las bolsas de sangre que escondía el arcón frigorífico más famoso y pringoso del ciclismo, el de Eufemiano Fuentes. La Operación Puerto le señaló. Ante la desidia mostrada por las autoridades deportivas españolas, al CONI no le tembló el pulso.

Sancionó a Valverde en 2009 dos años sin correr en su territorio. Las autoridades italianas cotejaron el ADN que disponían con el de la sangre hallada. Eso imposibilitó su presencia en el Tour 2009 porque una etapa pasaba por Italia. La Unión Ciclista Internacional (UCI) extendió el castigo en 2010 (ese año compitió hasta abril) a todo el calendario. No regresó hasta 2012.

PODIO EN EL TOUR

Su ausencia de las competiciones no tuvo reflejo alguno en su posterior singladura, cosida al Movistar, que esperó al hijo pródigo. No amainó su rendimiento Valverde. Logró una etapa en el Tour Down Under. Marcaba su regreso y, según sus palabras, “sentimentalmente, es la victoria más importante de mi carrera”. Ese curso celebró una victoria de etapa en el Tour y el segundo puesto en la general de la Vuelta.

2015 enfatizó a Valverde. Hizo doblete en la Flecha Valona y en la Lieja-Bastoña-Lieja. Sin embargo, siempre recordará su foto en los Campos Elíseos de París. Fue tercero en plena era Froome. Dos años después enlazó las victorias en la Flecha Valona y en La Decana. En el Tour sufrió una durísima caída que le borró el resto de la temporada. Se fracturó la rótula en la crono de Düsseldorf.CAMPEÓN DEL MUNDO

Si el Tour fue una obsesión para Valverde, la consecución de un Mundial era su razón de ser. Varias veces medallista, Valverde deseaba fervientemente proclamarse campeón del Mundo. El arcoíris representaba para él la búsqueda infatigable del Vellocino de Oro. Fue una persecución implacable durante años. Encontró la redención en Innsbruck, Austria. En 2018 se proclamó campeón del Mundo. Valverde era feliz. Al fin pudo descansar.

No frenó Valverde, incapaz de bajarse de la bici, su pasión, lo que le da vida. En 2019 fue segundo en la Vuelta tras Roglic. En 2020, en el que la pandemia del coronavirus azotó el mundo y alteró para siempre algunos paradigmas, Valverde se alejó de las victorias. El pasado curso recuperó el olfato con una etapa en el Dauphiné y otra en el Giro de Sicilia. Certificada la presente campaña como la de su despedida, Valverde aún quiere ser una anomalía.