ñigo y Álvaro son los Roe. Desde el principio, los hermanos Roa, no me preguntéis por qué, eran los Roe, pronunciado “Rou”, en británico de los UK. No tiene ningún sentido, pero siempre serán los Roe, e irán juntos, los Roa Menoyo, de 48 años el mayor -en mayo cumplirá 49- y de 47 el pequeño, Álvaro, hijos de José Santos, “por quien comenzamos a jugar a esto”, dicen al unísono. El patriarca jugaba los fines de semana con una cuadrilla, siempre los mismos -Trocóniz, Laño...- y cierto día, para completar el grupo, por las bajas, “tiró de los de casa”. Los chavales quedaron enganchados. Para siempre, o hasta que en 2018, en el provincial mixto junto a Miren Angulo, algo hizo crack en el cuerpo de Álvaro; tenía las caderas como un pelotari de 60 años. Las dos tocadas, muy desgastadas. Se operó la derecha y la recuperación no fue la esperada. Tenía que hacerse la otra y lo dejó para más adelante. Ahí acabó todo. Adiós al pádel y nada de correr. Dejó la pala y se agarró al palo de golf. Su mujer, Dina Abouzeid, practicante -le pega a todo- le tiene más tiempo al lado. De seguido, los hermanos disputaron el Campeonato de Álava, siempre al lado el uno del otro los últimos 15 años. Hasta ahí llegó la cosa. No pudo ser. Al principio lo jugaban todo en pareja, desde 2002, hasta que un día decidieron separar sus caminos; “me tiraba los partidos”, dice Íñigo medio en broma, y sigue, “teníamos que mezclar si queríamos sumar puntos y... dejar de discutir”. Por entonces, los Iriondo -Luis e Iñaki- y los Fernández-Miranda -Gorka y Jokin- eran rivales habituales. El menor de los hermanos era “el mago”, un virtuoso “aunque con un estilo un poco raro”; la trompa del elefante le decían cuando le pegaba por alto. Álvaro admite que “al final tuve que dejarle ponerse a la izquierda”. El hermano mayor sabía decidir mejor y “tenía una bandeja más que interesante”. “El hombre elefante” y “la masa” jugaron una semifinal en primera. “Nos zumbó Ariño”, recuerdan. También juntos, con Rupérez, Oquiñena, Juste, Goitia, Xabi Pascual y Koldo Aldaiturriaga entre otros, parieron Play Pádel, una escisión de Jakintza, club virtual con sede en las municipales de Mendizorroza que, en 2010, cuando se fundó el BAKH, encontró su actual ubicación. Íñigo fue presidente al inicio y regresó al cargo en 2020, mientras su hermano se hizo cargo de las cuentas. Al poco, Íñigo pegó un salto al vacío y pasó a ocupar un puesto en el organigrama de la Federación Española, donde “el sistema informático operativo es cosa mía”; los cuadros, las licencias, el mantenimiento... son su asunto. “El pádel pasó de ser una actividad recreativa para convertirse en mi profesión”, resume. Así de sencillo. “A mí me permitió conocer a mi mujer”, subraya con énfasis Álvaro. El pádel es vida y parte de la vida de los dos.
A Íñigo le gusta Juan Martín Díaz porque “es puro talento y un jugador espectacular”. De los jugadores de casa, “hay muchos, muy jóvenes y muy buenos”, destaca a uno de los suyos, a Álvaro Rodríguez, a quien ha visto hacerse desde muy abajo. Pero entre todos, “me quedo con Txema Kantxero, con quien sintonizo perfecto dentro y fuera de la pista”; acaban de jugar juntos el campeonato alavés de segunda categoría con suerte dispar. Álvaro siempre fue de Lamperti; “tenía 6 ó 7 palas, pero una de ellas era mi favorita, la ML10 que utilizaba Miguel. Cuando la rompía hacía lo que fuera por conseguir otra”, reconoce. De los cercanos, su preferido es Iván Uriarte; “es compañero y amigo, siempre sacaba lo mejor de mí y jamás permitía que me fuera del partido”, dice. Dejó el pádel -“fue muy duro”- se decantó por el golf y sigue feliz, con Dina y Lara. Íñigo tiene un clon en casa, un pecholata con la armadura esa de romanos que marca todo bajo el jersey, Unai, portero de fútbol, y una chavala, Maialen, jugadora de baloncesto. “Me acuerdo”, dice para acabar, “de un partido con mi padre, al principio, en un día de lluvia y viento en una descubierta, contra Urbina y Fernando Martínez, de la nevera a la que me sometieron y de que perdimos”. Ay Roe, Roe... ¡siempre el compañero!