ágina coral con gentes extraordinarias que han ligado sus vidas, un par de ratos a la semana, al deporte de la pelota vasca. Variopintos los personajes y protagonistas de vidas tan separadas y diferentes como las razones y sentido de sus decisiones. Unidos por un idílico amor al frontón, que les ha llegado de manera dispersa, fagocitados por el mítico aroma de una actividad ancestral y los sonidos viejos de la piel contra la piedra.
Con alguna y sin experiencia ninguna, este grupo de jóvenes ha decidido citarse en una cancha para tomar contactos personales, afectivos, del recuerdo y la memoria y aprender de las cosas mundanas y excepcionales de un mundo distinto al suyo o al que quieren estar un poco más unidos todavía.
Llama la atención el doctor Gómez Quesada, Alberto, un espigado joven del 94 que asomó a la vida en Almuñecar, Granada que, según sus propias palabras, nació "negado para el deporte". Es médico residente en el hospital Santiago Apóstol de Miranda de Ebro, a unos pocos kilómetros de aparecérsele ese paraje, hostil, oscuro y tenebroso que parece separar el País Vasco del resto de la península; "me sentí un personaje más de Ocho Apellidos Vascos", reconoce acompañando el comentario con una tímida sonrisa. En Ameyudo dan fe, el desfiladero y el monumental conjunto de pastor y perro que recibe a quienes nos visitan por carretera desde el sur. La familia ganará un buen médico, y la pelota, un chaval que quiere aprender y hacer ejercicio. "El ocio y la práctica del deporte son un derecho de todos. Hasta de los que de coordinación andamos escasos", defiende. "Además", añade, "qué mejor que la pelota para cultivar el espíritu -necesidad de la mente- y motivar el aparato motor". Alucinó con la pelota, de ahí su elección, "cuando la vi por primera vez en ETB, por el juego y por el idioma en el que lo contaban". The good doctor buscó un grupo y se puso a txapelketear.
La vida de Oscar Saiz Juan pegó un alarido al tener que cerrar un negocio en plena crisis. La depresión subsiguiente y una patología de dos cabezas le sumieron en un hondo agujero "del que trato de salir". El joven portugalujo, entre tratamiento y deporte -"de por vida"-, trata de asomar la cabeza, volver donde estaba "y recuperar el sentido y la dirección". En el grupo de pelota "me siento vivo otra vez". Ha adelgazado 20 kilos en medio año y ha recobrado las ganas de vivir "a través de la pelota. Es mi terapia". Estudió y jugó a pelota en el colegio Santa María de Portugalete, desde los cinco, y lo dejó poco después, pero con una txapela en su haber, "la de campeón escolar de Portugalete con mi compañero Oliver en el frontón de San Roque". Se le nota que disfruta. Y le pega duro.
Bittor González Villamayor es gasteiztarra. Del 77. "Ojalá hubiera probado antes", cuenta mientras conversamos, "porque empecé muy mayor y de cero casi", hace cuatro años. La pelota es un deporte "que me gustó desde siempre, desde los tiempos del gran Retegui", así que, el siguiente paso parecía lógico: "me apunté al curso municipal de pelota y lo disfruto al máximo". Dos veces por semana vive la experiencia junto a otros que, como él, se obligan a ponerse el chándal y "correr un poco".
A Markel Amuniza Hernando, uno de los jóvenes del grupo, vitoriano del 95, la pelota le entró por los ojos desde crío. Asier e Iker, padre y hermano, fueron pelotaris federados, "pero yo nunca jugué por ningún club". Se conformó con la práctica anónima, "por mi cuenta" y, la compaginó con el fútbol y el baloncesto. "El grupo es fenómeno, con gente muy maja", me dice. Sus pelotaris favoritos son Irujo y Olaizola "y también Bengoetxea", todos delanteros como él.
Asier Sojo Álvarez de Eulate -"ese tiene nivel", me había avisado Markel-, ha llegado al curso aprendido. Empezó a jugar de niño en la Ikastola Abendaño y hasta se estrenó en el Campeonato Escolar formando un trío "con un chaval de Oion y otro de Zuya". Probó con el baloncesto y el tenis y ha vuelto a la pelota, como integrante del grupo de ocio de pelota a mano, tras culminar con éxito la carrera de Ingeniería en la rama de industria digital. Se está poniendo a tono y, verá, por qué no, "si es posible que con 25 todavía estoy a tiempo de jugar el Provincial un día".
Pablo González de Zárate es el veterano. Tiene 63 años y un hijo, Aitor, que jugó hasta los 16. Es de la generación de quienes "sobábamos las pelotas que nos dejaba Txuske, el canchero del vitoriano". Pelotari por afición y habitual del viejo frontón de la calle La Paz y del Seminario cuando era un crío. Empezó con la actividad cuando Igor Azpiazu se encargaba del curso años atrás. "Siempre he jugado", nos dice. Lo mamó desde que "el abuelo me llevaba al frontón de la calle San Prudencio los sábados por la mañana". La hora se le hace corta y el monitor, Mikel Rafael está al cargo, "nos lleva de maravilla".
Javier Marín Querol es castellonense, de Corella, donde vino al mundo en agosto del año 1996. Trabaja en el sector primario en una granja de Foronda desde hace año y medio. "En el curro me toca de todo un poco, cuadra y papeleo. Estoy muy a gusto". Es un chaval joven que, en pandemia, apenas ha tenido la oportunidad de relacionarse con nadie; "con los del curro todo perfecto, pero quería algo más, algo diferente" y se decidió por la pelota, "quise probar con algo de aquí, un poco por curiosidad". La pelota era perfecta para el joven levantino; "un deporte practicado en grupo pero individual a la vez, si fallo no pasa nada". Al principio sufrió un poco -"la pelota me hacía daño"-, pero se acostumbró. "Es fácil devolver", dice, "pero apuntar no es tan sencillo". Y claro, a él, lo que le gusta es atacar. Y relacionarse.
Terminamos con el irlandés, con Niall Cullen, profesor de inglés y traductor. Lleva con nosotros un lustro y, aunque en su día, siendo más joven -nació en marzo del 93- había visto algo de cesta punta, fue el suegro, el padre de su chica, Aiala, quien le mostró las primeras imágenes de pelota a través del televisor; "veíamos juntos algunos partidos de mano por la ETB". El año pasado decidió probar. Y aquí sigue, "con Mikel, buen profesor. Siempre tiene buenos consejos para que la mano no duela tanto". El de las tierras verdes acaba de defender su tesis post-carrera -Historia Contemporánea- sobreConexiones y Similitudes de los Nacionalismos Irlandés y Vasco. "Me gusta mucho la pelota", me dice mostrándome unas manos protegidas ligeramente con tacos; "es la única manera de darle", reconoce.
En Innisfree, en este apartado y reconocible lugar del País Vasco, también verde y mágico, el buen doctor y sus colegas, autóctonos o foráneos, comparten frontón, pelota y luego pub. O Kutxi.