El Balcón de Alicante, una cornisa de las que entusiasman a la Vuelta, un puerto semiclandestino, apenas conocido, inédito en el vademécum de la carrera y que encontraría la luz y el prestigio en la carrera, palideció por la caída de Alejandro Valverde, que tuvo que abandonar entre lágrimas, colgado del abrazo de su director, Chente García Acosta. Campanas de luto. Réquiem. La memoria recordará una curva maldita en El Collado y el llanto de Valverde, caído en desgracia. Valverde, agarrado a la rueda de Rojas, instigó la revolución. Carapaz y Yates se unieron al acto de rebeldía. Jaque a Roglic. Acelerada la carrera, de repente en estado de pánico, Valverde perdió el control de su bicicleta por culpa de un bache y arrastró su valentía por el asfalto. Milagrosamente, su cuerpo encontró una salida de emergencia en una carretera cosida con guardarraíles. Valverde se coló por el hueco en el que no había quitamiedos.

Tuvo suerte Valverde, que se dañó la clavícula, aunque no hubo fractura, pero pudo ser peor. Rojas, su escudero, le ayudó a subir por el terraplén. Mientras los galenos radiografiaban la salud del murciano, Roglic corrigió la revuelta a la que trató de dar continuidad Miguel Ángel López. Valverde, golpeado y dolorido, regresó a la carrera. Lázaro. Fue una letanía de Valverde, que tuvo que abandonar, pinzado por el dolor y consolado por Chente García Costa. Un abrazo para mitigar las lágrimas. Lloró la Vuelta, que se había encendido, eufórica. El suceso dejó huella entre los favoritos, que bajaron la tensión. Storer, el mejor de la escapada, descorchó el Balcón de Alicante. Lo inauguró. Pocos lo recordarán.

En el día del adiós de Valverde, Primoz Roglic dominó la escena final sin alharacas. Los favoritos, enclaustrados en un puerto con aspecto de desfiladero, convocaron un pacto de no agresión. Mas, López, Bernal y Yates se alinearon alrededor de Roglic, que tachó otro día. Nada ocurrió entre ellos, salvo el desconchamiento de Landa, de nuevo arrodillado por la montaña. Al de Murgia aún le duele la caída del Giro. Se deshilachó medio minuto más en un puerto corto y anónimo, sin apenas metraje. Los jerarcas lo resolvieron a ritmo, atemorizados por el desconocimiento. A Landa, que fintó la punzada del Picón Blanco, se lo tragó la montaña mediterránea. El Balcón de Alicante fue un sótano oscuro para el alavés, trastabillado en los escalones de la ascensión. Landa está a 1:42 de Roglic, al que ahora persigue Grossschartner, a 8 segundos, que se acercó a través de la fuga. Entre los candidatos a la gloria en Santiago, Roglic descontó a Carthy y Valverde -ambos abandonaron- y, prácticamente, a Landa. Mas, López y Bernal compartieron plano en un día con numerosas chepas que dibujaron el skyline sobre un terreno abrupto que crucificó a Valverde.

Una manifestación de dorsales se abrió paso a modo de exploradores. Un puñado de ellos, peones del tablero de ajedrez de la Vuelta; otros buscando la gloria del día. El enjambre sumó 29 identidades. Aranburu, Gorka Izagirre, Lastra, Elissonde, Bardet, Polanc, Grossschartner, Haig, Sivakov, Oliveira, Verona, Storer o Kuss. Todos los favoritos disponían de zapadores para construir puentes para abrir la mirada al Mediterráneo desde la barandilla de una terraza al mar. Para alcanzarla era obligatorio ascender una subida estrecha, claustrofóbica, de 8,4 kilómetros y una pendiente media del 6,4% con rampas que flirtean al 14%. Una vereda sin márgenes, un puerto encajonado en la estrechez, servía de punto de fuga de una etapa que apilaba media docena de puertos de diferente pelaje.

En La Llacuna, el que daba la bienvenida, se garabateó la ventruda fuga. Benilloba y Tudons continuaron con la narrativa montañosa entre el manojo de huidos y el pelotón, que pastoreaban los mastines de Roglic. Hugh Carthy, podio en la pasada edición de la Vuelta, se bajó del calvario aunque antes de salir apeló a la mentalidad positiva para seguir adelante. El inglés que subió una colina pero no bajó una montaña. Carthy abandonó en el meridiano de la etapa de puertos rocosos en su fachada pero más neutros en su naturaleza. Nada de salvajismo a pesar del aspecto de western del paisaje.

CAÍDA DE VALVERDE

En El Collao, el DSM, mayoría en la fuga, sacudió la paz. Valverde agarró la antorcha de la revolución y trató de dar fuego al ignífugo Roglic, al que se le quemó el equipo. La Vuelta entró entró en combustión, con Carapaz y Yates subidos a la ola de Valverde. Entonces, la bicicleta sacudió al murciano. Su Vuelta, rodando por un terraplén tras esquivar la fatalidad del quitamiedos. Asustó la caída de Valverde, que recompuso el gesto tras la exploración de los doctores. Reemprendió el camino Valverde. Diez kilómetros después, recibió el abrazo de Chente García Acosta. Roto por dentro, la mirada acuosa, las lágrimas surcándole el rostro, Valverde dejó a su amada Vuelta.

Plegado el puerto de Tibi, Storer, Sivakov, Kron y Verona se anudaron ante la ascensión definitiva, un puerto con mirada huraña y desprovisto de público. Verona quiso honrar a Valverde, pero Storer, sólido, le impidió el homenaje. El australiano, que combatió en todas las trincheras de la etapa con ferocidad, se cosió a la victoria. Entre los favoritos, sosegados tras el accidente de Valverde, Adam Yates y Miguel Ángel López dieron alguna puntada. Les faltó hilo. A Roglic le bastó con la mirada que esconde en sus gafas y las piernas de acero para sofocar cualquier intención. Landa no estaba allí. Acartonado, apolillado, el alavés se aferró al sufrimiento para minimizar pérdidas. Aún así acumuló más retraso en la cima del Balcón de Alicante. Una habitación sin vistas para él. Roto Valverde, Landa se astilla.