- Remite inexorablemente Tadej Pogacar a todos los tiempos del ciclismo, elegido otra vez por el insobornable reloj del Tour como campeón imbatible. El esloveno es un prodigio capaz de conquistar dos Tours en menos de un año. Apenas han transcurrido diez meses de su viaje a la historia a través de la crono de La Planche des Belles Filles, la actuación hiperbólica que le impulsó al Olimpo. Pogacar reside ahí desde entonces. Es su reino. El de los cielos. En otra contrarreloj, la de cierre de la Grande Boucle a la espera del confeti y el champán de los Campos Elíseos, Pogacar, embozado de amarillo, remató su segundo Tour de un plumazo. Con Roglic fuera de circulación por una caída que le eliminó de la cartografía del hexágono, nadie pudo competir contra Pogacar. Indiscutible. Inmisericorde. Un logro extraordinario que sitúa al esloveno, aún con aspecto de novicio, en el camino de las grandes luminarias. Pogacar es el ángel exterminador. El esloveno aniquila de un chasquido a la oposición. Su carrera es él mismo. Sus registros residen en su sombra. Es tal su dominio que es capaz de atravesar el tiempo. Puede viajar por él.
El esloveno es el elegido que cruza la puerta a la otra dimensión. Su arco temporal une el pasado de Eddy Merckx con el futuro, donde nació el esloveno, un adelantado a su tiempo. Exuberante campeón en el presente, Pogacar imberbe, apenas un querubín, es un campeón de punta a punta. El material con el que están hechos los sueños. Un jovenzuelo con el alma guerrera e irreductible de los viejos campeones, tipos inclementes, ciclistas a dos tintas, en blanco y negro. A todo o nada. Merckx reconoce en Pogacar a uno de su misma especie, a su heredero. “El nuevo Caníbal”, describe la leyenda, el mito. El belga bendice al esloveno voraz, hambriento y despiadado. Es como él era. Su versión joven y rubia. A Merckx pertenecieron los 70. Medio siglo después, el domino es de Pogacar. Tanto que en la crono del ocaso del Tour, donde disponía de rentas que bordeaban los seis minutos con Vingegaard (5:45) y Carapaz (5:51) eligió pasearse entre vides iluminadas por el sol.
Para el esloveno, vencedor de la primera crono, conquistador del Col de Portet y Luz Ardiden, el remate a su aplastante dominio a través de los Alpes, donde dejó a enfriar el champán después de una exhibición colosal del ciclismo en sepia en Le Grand-Bornard n la que tumbó el Tour de un directo, la crono que desembocaba en Saint-Émilion desde Libourne tras 30,8 kilómetros, fue una paseo triunfal. Lejos del estrés, el frenesí y el éxtasis de La Planche des Belles Filles, un lugar para siempre en la memoria del Tour. Vestido de amarillo, Pogacar no forzó ni un ápice. Vingegaard, buenísima su puesta en escena, lijó 36 segundos con el líder y metió 1:37 a Carapaz. El danés acentuó su segunda plaza. El ecuatoriano será tercero. La crono fue el reconocimiento al reinado de Pogacar en la Grande Boucle. Todo resulta desmedido en el esloveno, que compite contra sí mismo. Frente a su ambicioso reflejo. Él solo se basta para derribar a un pelotón entero. Caballo salvaje. El modelo Ineos, heredero del Sky que tomó la idea del US Postal de Armstrong, disponía un tren que ahogaba a los rivales para que su líder se disparase a un par de brazadas de meta. Incluso en aquellos tiempos, Chris Froome, epítome de la era, nunca asustó del modo en el que lo hace el esloveno.
Entre el aroma de los viñedos que maduran su néctar al sol, compitieron por las migas que dejó Pogacar, líder, rey de la montaña y mejor joven de la carrera, Vingegaard y Carapaz, en su duelo al sol por ordenarse en el podio de París. Les separaban seis segundos. El danés se ató a su sueño con determinación y reafirmó su segunda plaza en el Tour. Vingegaard, el único ciclista que laminó al líder en el Ventoux, escoltará al esloveno. Ambos son jóvenes y no es descartable que crucen sus caminos en el porvenir de la carrera francesa. Aún está lejos el danés de Pogacar, pero probablemente el tiempo les igualará. A esa pelea se sumará Carapaz. El ecuatoriano siempre está dispuesto para la batalla. Será tercero en la foto de cierre de París. Pogacar ha derribado los lugares comunes que se presuponen a la maduración de un corredor para estallar en el paladar del Tour, embriagado por el impacto del esloveno, al que difícilmente se le intuyen los límites. El monstruo que todo lo devora.
De otro perfil, pero también un ciclista tremendista, capaz de derribar montañas, batirse con Cavendish al esprint y sobresalir en las cronos, Wout Van Aert, domador del Ventoux, conquistó la crono de Saint-Émilion por delante de Asgreen. Fue su segunda victoria de etapa en el Tour. El belga es otro vino de altísima calidad y que entronca con las escasa tradición de los ciclistas que son capaces de brillar en distintos ecosistemas. Los romanos plantaron viñedos en el siglo II a.C. En el siglo IV, el poeta latino Ausonio alabó el fruto de la copiosa vid que rinde pleitesía al dios Baco con cepas de Merlot y de Cabernet-Sauvignon . La ciudad que recogió el reloj de arena de los ciclistas fue bautizada por el monje Émilion, un confesor viajero, que se estableció en una ermita horadada en la roca. Los monjes que lo siguieron comenzaron la producción comercial de vino en la zona. En esta era del ciclismo, existe un a. P y un d.P (antes de Pogacar y después de Pogacar), la mayor sacudida al árbol genealógico del Tour en varias décadas. Un vino jovencísimo con el bouquet de un gran reserva. En los otros frentes, Pello Bilbao trató se superar a Guillaume Martin. El gernikarra, ciclista de aliento largo, se quedó muy cerca del francés, al que le alcanzó para sujetarse en la octava plaza que pretendía el vizcaíno. Pello Bilbao se peleó con el recorrido y con la emisora, que desobediente, se le saltó del maillot. Cuando quiso colocarla de nuevo, se le escurrió. También Martin. Lejos de esa lucha, Van Aert se tomó de trago el mejor vino de Saint-Émilion. El líder eligió la bebida de los campeones. Tras refrescarse con agua, descorchó el champán para empuñar su segundo Tour.