me noto nervioso. Ha sonado el despertador a las 5:50 de la mañana y no me ha costado nada levantarme. He saltado de la cama como un resorte, muy diferente a mi día a día, donde me hago el remolón y le robo cinco minutos más a la jornada quedándome entre las sábanas.

Hoy hay carrera, ese es el motivo. Más de 15 meses después, la marcha de Artziniega fue a primeros de marzo de 2020, me vuelvo a poner un dorsal. Ese gusanillo me vuelve a correr por dentro. Incluso el desayuno tan temprano me apetece. La mochila y la ropa habían quedado preparadas desde la noche anterior. Esta emoción es buena, esta ilusión es la que nos gusta tener a los que amamos esto de la montaña y sus carreras, marcha, pruebas de fondo, como a cada uno le guste llamarlo.

Tras un trayecto en coche escuchando música y noticias a partes iguales, aparco en la pequeña localidad vizcaína de Galdames (en el barrio de San Pedro). Ya se respira ambiente de carrera. Gente en los coches ultimando detalles en la mochila o eligiendo unas zapatillas con más o menos taco, viendo que el día no amenaza con lluvia. Ya he hablado con Vero, la cual me espera en una cafetería cercana a la línea de salida donde aprovecho esos minutos antes de salir para tomar un con leche.

Ya en los cajones de salida vamos pasando con los pertinentes protocolos anti covid. Toma de temperatura, gel para las manos, entrega de la hoja de responsabilidad y por último ponernos el dorsal y debido a que no va a haber más que agua en los avituallamientos, la organización nos proporciona comida y sales isotónicas antes de salir.

Todo preparado y salimos por fin. Si bien es cierto que de esta forma la salida queda un poco deslavada, ya que salimos en grupos de diez, no deja de ser emocionante volver a tomarla de nuevo tras tatos meses. Al de poco de arrancar me quedo en un lateral esperando a Vero ya que ella sale un par de grupos más atrás. Y después de unos pocos minutos aparece subiendo por el primer repecho de la prueba.

Por ahora todo son sonrisas. Acabamos de empezar, pero lo que tenemos por delante no deja de ser la subida más dura, en cuanto a desnivel se refiere. El ritmo que llevamos es cómodo. Vero es la que va marcando todo el rato el ritmo, ya que no quiero yo ponerme delante y hacerle llevar más velocidad de la que ella puede. La carrera es larga y esto son solo los primeros cuatro kilómetros de la misma. Lo cierto es que se sube bien, el terreno no es especialmente técnico y además según vamos subiendo la niebla queda por debajo para dejarnos a la vista un precioso espectáculo con el inconfundible Eretza, el cual no subiremos, delante de nosotros.

Coronamos el Gasterantz en menos de una hora. Puede parecer lento al tratarse de 4 kilómetros solo, pero hemos salvado casi 600 metros de desnivel positivo. Según vamos para nuestra segunda cima del día, el Ganeran, a Vero le llega una grata sorpresa. Se trata de su compañero de los “Beer Runners”, Fontso, el cual ha aprovechado la mañana para entrenar y de paso acompañarnos unos kilómetros. La verdad es que nos vino bien, sobre todo a ella, ya que esos kilómetros pasaron más rápido entre charlas y risas. Después del primer avituallamiento, llegamos a una zona rompe piernas.

Pasamos por cuatro cimas más. Pico Mayor, Galdames, La Rasa, donde estaba el segundo avituallamiento y Ventuña. Se trata de un encadenar picos subiendo y bajando todo el rato, con zonas donde incluso el terreno te deja correr, pero sin descanso aparente. Una vez pasada la cima de Ventuña, paramos ligeramente para comer algo y reponer fuerzas. Lo de parar es relativo ya que lo que hacemos es andar un poco más lento. En esos momentos tienen lugar dos cosas que hay que poner en conocimiento de todo el mundo y como no de la organización.

La primera de ellas es la desaparición durante más de 300 metros de las marcas que señalizan el recorrido. No sabemos quién fue, ni que pretendían con ello. El caso es que estuvimos más de 5 minutos intentando averiguar por donde era, con continuas idas y venidas hasta que encontramos por un lado otra marca y por el otro escondidas en una pequeña cueva 4 o cinco de estas cintas rojiblancas que marcan el trazado correcto.

La segunda es la continua aparición en el suelo, en la hierba y en árboles de restos de envoltorios de barritas, geles, sales isotónicas, tanto de las proporcionadas por la organización, como de otras marcas y colores. En ambos casos, por supuesto, la organización no tiene nada que ver, pero a los responsables deberían de prohibirles participar, ya que ni es deportivo ni ecológico nada de lo que hicieron.Dejando este penoso episodio nosotros dos nos disponíamos a afrontar lo que a priori era el tramo más asequible de la prueba. Se trata de una bajada hasta el kilómetro 16, o sea de unos cinco de recorrido, por pistas fáciles y sobre todo por senderos espectaculares, hasta dar con la Vía verde de Galdames donde teníamos otro avituallamiento.

Volvemos a recargar agua, a comer algo y con las piernas cansadas, pero casi con la mitad del recorrido hecho, vamos en busca del siguiente avituallamiento, a partir del cual las cosas se ponían cuesta arriba nuevamente. El terreno que afrontamos ahora es engañoso, ya que a pesar de no subir ni bajar en demasía durante los siguientes 7 kilómetros, es un andar farragoso por senderos embarrados, estrechos y subidas incomodas por el cansancio acumulado.

Bien es cierto que en este tramo nos encontramos con Guipu, un voluntario amigo, con el que hemos coincidido en varias pruebas, el cual nos saca una sonrisa y además de ayudarnos a cruzar una carretera sin peligro, nos da ánimos para lo que nos queda. Gracias a gente como esta las carreras y marchas son posibles. No me cansare de ensalzar la labor de todos ellos, desde el que pone las marcas, a los avituallamientos, reparto de dorsales, etc.

Pasamos el cuarto avituallamiento y ya en nuestra mente está la Torre Loizaga, donde hay un corte a las cinco horas. Vamos bien, pero Vero empieza a notar molestias en forma de tirón. Pasamos por zonas corribles, donde preferimos andar para no cargar más esa pierna. Llegamos a la Torre, precioso entorno donde podemos desde casarnos, hasta comprar txakoli, vino y demás. Nosotros esta vez paramos, ya que vamos con tiempo, para que Vero tome unas sales y ver si remiten las molestias.

Llegamos al corte sin problemas, en menos de cuatro horas y veinte, con margen. Rehusamos un bocadillo de chorizo que nos ofrece una voluntaria, ahora me arrepiento, y comenzamos con la que, sí que iba a ser una subida muy dura, por desnivel y por kilómetros recorridos. Se trata de la subida a Ubietamendi (Zipar). La verdad es que no se sube mal, es empinada, el sendero es estrecho, no da tregua, pero sobre todo nos cuesta por los kilómetros acumulados.

Vas subiendo entre árboles enlazando pistas que faldean la montaña y pudiendo observar cada vez más abajo la torre que acabamos de pasar. Aquí a Vero le cuesta. A pesar de que el tirón ha remitido ligeramente, empieza a acusar las horas. Ya llevamos más de cinco. Intento no alejarme demasiado y esperarle cada poco para que tenga una referencia, pero se le hace duro. No deja de sonreír, cosa que le engrandece, pero su cara denota mucho esfuerzo y dureza.

Finalmente llegamos a otro avituallamiento antes de la pala final de Ubietamendi, una terrible vertical, la cual subimos mientras observamos cómo van desmantelando el puesto donde hemos recargado agua. Es lo que tiene ir de los últimos, que vas viendo como desmontan todo, pero bueno subimos lento, pero disfrutando de las vistas que nos deja esta imponente ladera.

Terminada la subida enlazamos con el monte Larrea, no sin antes arreglarnos un poco para posar ante un fotógrafo de la organización. Como diría Vero, antes muerta que sencilla. Coronado Larrea ya solo nos queda bajar o eso pensamos.

La primera parte se hace dura por la inclinación, pero una vez terminado este tramo, podemos trotar suave, no hay que forzar y romperse, hasta otro cruce de carretera. Superado el mismo llega la sorpresa. En lugar de bajar directos a San Pedro, nos llevan por unos caminos, sendas pistas varias que, llenas de barro, acaban con las pocas fuerzas que tenemos. Eso si pasamos a algunos participantes en estos últimos kilómetros que van peor que nosotros. La carrera se ha hecho dura y eso que no hemos tenido calor, sino una temperatura ideal.

Finalmente 34 kilómetros y 1900 metros de desnivel positivo después veo con una sonrisa como Vero cruza la línea de meta. Estoy muy orgulloso y honrado de haber podido acompañarla en este súper reto que se había marcado. Esta feliz, contenta, incluso diría que con ganas de más. Es la emoción del momento, pero lo que ha logrado es muy grande. Incluso le han sobrado cerca de 40 minutos del tiempo límite marcado por la organización. Zorionak Vero.

Por último nos dan la bolsa con una camiseta muy chula, unas galletas, agua y lo mejor de todo con un choripán del cual damos buena cuenta junto con una refrescante cerveza. Nos falta un río para meter las piernas y ya la felicidad sería completa.

No quiero terminar esta crónica sin dar las gracias a la organización por sacar con nota muy alta una carrera de este tipo en tiempos de pandemia. Volveré en 2022 seguro, mientras tanto ya hay otras pruebas cercanas de las que hablare en estas líneas. ¿Corréis conmigo?