n clave de sol: “somos campeones del muuuundooooo”. Todos juntos, “yo soy campeón, campeón, campeón”. También en pádel, y en unas cuántas ocasiones, hemos sido y somos campeones del mundo. Vamos a repasar la breve historia que comienza con el primero, el chaval al que, desde entonces, hace unos años ya, me dirijo no ya por su nombre de pila sino con el título; campeón del mundo, le aclamo cuando le veo o hablamos. Es Iñigo Alegría Vidal-Abarca. El que abrió brecha y protagonizó el hito.

Iñigo I, tricampeón del mundo, alevín por parejas en 2005 en Badajoz junto a Andoni Bardasco y con eco y relevancia internacional, en el Mundial de Argentina de 2007, dos veces más, otra vez por parejas con el vizcaíno al lado y por selecciones con la estatal de menores. Digamos que, en categorías alevín e infantil, el campeón del mundo era el no va más. Por aquel tiempo, tres lustros atrás, el título vasco y de España de Alegría eran títulos menores. Más pequeños. Activado que estaba el pequeño.

Abrió brecha y marcó el camino para quienes vinieron después. Porque continuamos campeonando con otros jóvenes que han sido y son seña del pádel alavés del nuevo siglo. El último, Eneko Arija, campeón del mundo por selecciones en Castellón en 2019 -Iván Pérez consiguió la plata por parejas en la misma cita- y, entre medias, Beatriz Barrena, la que fuera presidenta de la Federación hasta hace muy poco, campeona con España en 2009 en Sevilla, y su hermana Beatriz, número 1 por parejas en el Mundial de 2013. Si me dejo alguno no es por olvido sino por inoperancia. Ahí están todos. O sea, que ya hemos botado un poco también, por aquí, y por este deporte joven y supersónico.

Alegría tiene hoy 28 años. No juega desde que Padeleku cerró. Mantiene la forma en el gimnasio, que visita entre cuatro y cinco veces por semana. “Un día volveré”, promete, “pero hoy mismo, no me apetece jugar”.

Como la mayoría de los niños, los de antes, empezó con el tenis. Tenía 3 años. A los 8 tropezó con el pádel, entonces “una manera de pasar el tiempo y divertirnos, a nuestra bola” con Juan y Gonzalo, los hermanos, y Jaime Verástegui y la Bomba Tena -bombita aún-. Un par de años después García-Ariño, su primer maestro en la cancha de tenis, se cruza de nuevo en su camino. Empieza lo serio y el camino junto a las hermanas Arbulo, los Aldecoa e Iñigo López de Aberasturi. Y al primer bote los primeros triunfos; con Lopa en Euskadi y junto a Bardasco en el Estatal de Bilbao. La veloz carrera hacia las estrellas frenó en seco en 2008. Una mala adaptación a su nueva vida en Madrid -becado por DAMM- donde pádel y estudios ligaban mal, la lejanía familiar y lo intrínseco que la adolescencia trae consigo, cortaron en seco una trayectoria vertiginosa. A los 18, de golpe, dolores en el pie, en la espalda y en las rodillas -una artritis psoriásica- le obligan a guardar reposo, postrado en cama, dos interminables años. Se acabó. “Si jugaba me dolía”, recuerda, “y elegí no jugar”.

Desde entonces sólo ha jugado un CAP y ha aprovechado para formarse. Pasó un par de años en París y, otra vez en Gasteiz, entra a formar parte de la plantilla de la empresa familiar Alegría Activity, lo que le obliga a viajar por Europa y algunos países africanos hasta que la pandemia global ha parado el pulso de la sociedad.

Iñigo ha sido digno representante del pádel de otro tiempo. Un jugador sereno, talentoso, cuya principal virtud descansaba en un juego de posición de derechas reposado y de toque, en el que la potencia y el físico jugaban un papel secundario. Lo que prima ahora es la preparación física, la velocidad y un juego explosivo que nuestros jóvenes van asimilando como obliga el canon de los nuevos tiempos.

“Durante unos años”, nos dice, “el pádel fue mi vida”. “Volveré”, anuncia este terminator de primera generación.