- En esta era de pandemia, en las que no se pueden acariciar las manos, Roglic y Carapaz chocaron, enguantados, sus nudillos en Sequeros. Fue el acto litúrgico, el protocolo, que aconteció a la batalla. ¡Danzad malditos! El saludo que precedía al último baile en La Covatilla, escenario del duelo definitivo, donde venció Gaudu. En las alturas, Carapaz, soliviantado, ambicioso, a punto estuvo de ahogarle la felicidad a Roglic, que alcanzará hoy el trono de Madrid con apuros. Solo 24 segundos rescataron al esloveno del desastre después del furibundo ataque del ecuatoriano, que es un rostro de guerra. A Roglic casi le sepultó una montaña de niebla y viento. "No siempre tuve el control, es cierto, pero al final, en algún momento, debes mantener el control y hacer lo tuyo", estableció el esloveno, que será campeón de la Vuelta. Por un instante, Roglic fue un espectro al que visitó el pasado para horadarle el futuro. Los fantasmas del Tour, cuando le devastó la derrota, le acecharon en una subida demoniaca para él que prendió Carapaz, convencido del remonte. El ecuatoriano rascó 19 segundos. Aislado, sin el refugio de los suyos, Roglic era un ser inanimado, bloqueado, cerca del colapso entre rampas duras y rectas que le retorcían el alma. No había paz para el esloveno, consciente de su debilidad, persiguiendo sombras en La Covatilla, un calvario. Grogui ante la insurrección del valiente Carapaz. En esa situación, a un dedo del quebranto, con el viento partiéndole las ilusiones, encontró abrigo en la cola del Movistar, que le apartó el viento de la cara y le alivió el desánimo cuando Carapaz, desatado, se lanzaba a por la Vuelta. El Movistar saboteó al ecuatoriano. Carapaz abandonó la formación de Eusebio Unzué tras el éxito del Giro de 2019. El ecuatoriano salió del equipo dando un portazo por desavenencias con la oferta de renovación. Se fue al Ineos. En La Covatilla le esperó el plato frío. Venganza.
Soler y Mas tiraron del líder, que era puro jadeo, con el rostro desenfocado, borroso, lejos de su pose. El refugio del Movistar reconfortó a Roglic, no solo astillado por Carapaz, sino también por Carthy, el tercero en el podio. En el ciclismo, con su memoria de elefante, existe una agenda en la que escribir alguna fecha, algún recordatorio, un asterisco o una nota al pie de página. Es la enciclopedia de las afrentas. "Si quieres cobrar venganza, cava dos tumbas", reza la frase. Una tumba para la persona que será víctima de tu venganza, y otra para ti mismo, porque la desgracia caerá sobre ambos. En La Covatilla se cavaron dos tumbas. Carapaz no superó a Roglic y Mas no despachó a Dan Martin, que será cuarto en Madrid. "No me he fijado que estaba Roglic. Vamos a hacer nuestra carrera, ni a ayudar a uno ni a joder a otro", dijo Enric Mas sobre ese movimiento extraño, antinatural. El Movistar y Carapaz tienen cuentas pendientes. "Cada quien busca sus intereses. Tendrían sus intereses y no tengo comentario", respondió escueto Carapaz. La salida del ecuatoriano del Movistar resultó tormentosa. Produjo una honda herida que aún no ha cicatrizado.
Al camposanto de la cumbre de la Sierra de Béjar, donde Roglic mostró su sonrisa tras el padecimiento, se llegó tras la rebeldía de Carapaz, un corredor al asalto. La subida discurría serena, con los fugados a lo suyo. Izagirre, Maër y Donovan pleiteaban hasta que a todos les fundió David Gaudu, que antes de hacerse con la gloria en La Covatilla holló La Farrapona. Ajeno a esos asuntos prosaicos, descontaba Roglic los metros que le separaban de su segunda Vuelta. Bennett y Kuss pastoreaban la ascensión para que nada sucediera. Querían congelar la subida, de por sí fría porque en La Covatilla no hay contraventanas. Carapaz, que hacía tiempo que era una isla porque nadie de los suyos pudo acompañarle, se hartó de todo aquello. Quería desnudar al campeón y dejarlo a la intemperie, sin el ropaje del Jumbo. Esperó a que Carthy estirase del maillot de Roglic y que Mas se mostrara en el escaparate. Vlasov había arrancado. Eso no inquietaba a Roglic, pendiente de Carapaz, que nunca ataca en broma. El ecuatoriano se revolvió dispuesto a cambiar el destino de la Vuelta. Quería escribirlo a su manera. Saltó con virulencia. Kuss, que iba justo, miró a Roglic. El esloveno le devolvió la mirada para que cerrara el hueco.
El norteamericano, exhausto, atrapado en el cansancio, le enseñó el codo. No podía hablar. Apenas balbuceaba ritmo. Su rostro no tenía marco. El codo espabiló al esloveno. Era la señal para que Roglic restableciera el orden. El líder soldó el hueco, pero en su soldadura había óxido. Le delató la tardanza, el jadeo, la mirada huidiza. Su máscara comenzó a agrietarse. Lo intuyó Carapaz, que a 3,4 kilómetros de la corona, percutió de nuevo. Cargó con todo. Dinamita. Roglic, sin red de seguridad, caminaba en el alambre, haciendo equilibrios para seguir en pie. Funambulista, agachó la cabeza y se concentró para no entrar en pánico como le sucedió en La Planche des Belles Filles. Carthy no se apiadó del líder. También le abandonó. Al esloveno le quedaba un peón por delante y lo exprimió un puñado de metros, pero el líder no recuperaba el resuello. Carapaz, dientes apretados, posición felina, ardía por dentro. Puro fuego. Roglic era una vela que movía el viento, una bandera deshilachada sin mástil que la sostuviera. Apenas un hilo de luz guiaba al esloveno y le mantenía vivo. Un soplo más le apagaría la Vuelta.
Con el sol crepuscular dibujando siluetas a contraluz en el horizonte, Roglic encontró al Movistar, ángeles de la guarda caídos del cielo. Una aparición celestial. La lógica decía que Mas y Soler debían haberse apartado de Roglic, dejarle a su suerte, pero por una extraña y poderosa razón le llevaron a hombros. Roglic logró armarse tras estar contra las cuerdas. No estaba solo y el viento no le partía la cara. Carapaz seguía desgañitándose por incrementar la ventaja, convencido de que la soledad acabaría por hundir a Roglic. Desconocía que ya no estaba solo con sus pensamientos, que sus excompañeros le abrazaban. Soplaba el viento, que lanzaba puñetazos al rostro, pero Roglic sonreía con la guardia alta de Soler. Tiene la nariz fina. La de Carapaz es chata, la de los boxeadores que se fajan por orgullo y autoestima. El ecuatoriano alcanzó la cumbre de La Covatilla y comenzó la cuenta de segundos, pero Roglic, sostenido por el Movistar, salvó el pellejo.
Décimo séptima etapa
Ion Izagirre
Gorka Izagirre
Mikel Nieve
Jonathan Lastra
Julen Amezqueta
Imanol Erviti
Omar Fraile
Aritz Bagües
Romain Sicard
Alex Aranburu
Jon Aberasturi
Clasificación general
Mikel Nieve
Gorka Izagirre
Ion Izagirre
Romain Sicard
Imanol Erviti
Julen Amezqueta
Jonathan Lastra
Omar Fraile
Alex Aranburu
Aritz Bagües
Jon Aberasturi