odavía sobrevive fresca en su memoria la huella del Tour de Francia, la agonía de la última etapa decisiva, la contrarreloj maldita, la que encumbró a Tadej Pogacar. En la Vuelta a España, en la etapa decisoria, en el muro de La Covatilla, a escasos 3 kilómetros de meta, a Richard Carapaz se le puso cara de Pogacar. Y Primoz Roglic (29-X-1989, Zagorje ob Savi) volvió a ver ante sí una pesadilla que se desvaneció con la ayuda del Movistar, que desbrozó el camino del esloveno para reeditar el maillot rojo.

El ganador de cuatro etapas vio de cerca la pérdida de su segunda grande seguida en el último suspiro. Amaneció con 45 segundos de ventaja y después de la sangría de la estación de esquí se acostó con 24. Menuda paradoja, haber cedido el título en un marco que fue su cuna como deportista, porque antes de ser uno de los corredores más poderosos del pelotón, Roglic fue esquiador. Y brillante, además. Como lo es sobre ruedas. Su idilio con el deporte nació a los 8 años, cuando se ató las botas y comenzó a lanzarse ladera abajo. Roglic alcanzó uno de sus momentos cumbre en el esquí en 2007, cuando se colgó el oro en el Campeonato Mundial Juvenil de Saltos.

En 2011, aburrido de la nieve y todavía cosechando éxitos, abandonó el esquí para subirse a la bicicleta en el siguiente curso. En dos años pedaleando ya había alcanzado un décimo puesto en los campeonatos estatales de ruta de Eslovenia. El Tour de Azerbaiyán, en 2014, estrenó su palmarés de amateur, con un triunfo de etapa. En ese mismo escenario y un año más tarde, logró su primera victoria en una carrera por etapas. Las miradas se posaron en Roglic, que en 2016, con 27 años, dio el salto al profesionalismo, con el Jumbo. Desde entonces, no ha transcurrido una temporada sin que gane, al menos, una etapa en una de las grandes. La Vuelta al País Vasco de 2018 confirmó a Roglic como alguien capaz de hacer frente a la resistencia de las clasificaciones generales. Si el año anterior se adjudicó dos triunfos parciales, ese año se llevó la carrera. Y entonces en 2019 se destapó ese esloveno, a la vez sereno y explosivo, capaz de conquistar una de las carreras más relevantes del panorama, La Vuelta a España. En ese proceso de crecimiento que nunca ha cesado en Roglic, en 2020 se convirtió en la punta de lanza del exuberante Jumbo, el nuevo gran equipo del ciclismo, para asaltar el Tour de Francia. Una contrarreloj, paradójicamente la especialidad en la que obtuvo su primera medalla de oro en el ciclismo -campeón esloveno en 2016- y el apartado que le dio su primer triunfo de etapa en una grande -Giro 2016-, le bajó de lo más alto del podio en París. En La Vuelta, no sin apuros, se ha cobrado una relativa venganza, que no servirá para olvidar lo sucedido en el Tour, pero que le ratifica como uno de los grandes corredores de la actualidad. Quizá, tanto en la ronda gala como en la española, no se gestionaron las situaciones del modo más certero, pero en la estrategia tal vez la responsabilidad recaiga en el Jumbo, que por otra parte confió en un tipo experto en gélidos descensos que ahora protagoniza un caluroso ascenso.

En el Tour de Azerbaiyán, en el año 2014, estrenó su palmarés de amateur con un triunfo de etapa