En la Ribeira Sacra, entre vides, Astana dio el último trago a su esfuerzo. Desistió el equipo kazajo. Apuró las fuerzas. Calculó que su cacería era un brindis al sol después de que no insertaran a nadie en la fuga. Marc Soler, Tim Wellens, Dylan Van Baarle, Thymen Arensman, Pierre Luc Périchon, Zdenek Stybar y Michael Woods, los fugados, conformaban un motor V8 de mucho caballaje. Sin soldadura entre el pelotón y los fugados, solo se unían los ríos, el Sil y el Miño, que acompañaban la carrera, que la trazaban entre cañones y viñas que están dispuestas en un sistema de escalones de piedra, llamados socalcos, a lo largo de la ribera, y datan de la época romana.

El Total , a contrapelo, dispuso a sus fusileros para enfocar a los huidos. Parecía demasiado tarde. Otra vez. El equipo francés era un grupo de galeotes. Remaban más por castigo que por convencimiento. Disparaban salvas de fogueo. En ese tránsito, lo más emocionante fue observar el cambio de bicicleta de Primoz Roglic. El líder dispuso de su nueva montura de inmediato. El esloveno regresó a la oficina con calma. Roglic mantenía el gesto sereno de Ézaro. Continuó con ese perfil en Ourense, donde venció Tim Wellens en el duelo con Woods. El belga astilló al canadiense en una jornada que dejó la general con la misma temperatura que antes. El belga que venció en Sabiñánigo también abrió la vitrina de Ourense. Wellens unió Aragón y Galicia. De repecho a repecho, la misma foto.

En el Alto de Abelaira, Roglic ordenó a los suyos que asomaran por el frente. Aún desbrozaba el terreno el Total. Entre los siete magníficos, se desconchó Périchon cuando los fugados dejaron el cooperativismo. El final poseía el aroma de las clásicas. Woods agitó la convivencia. Cada uno defendía su minifundio. Entre los favoritos, Carthy se personó a la altura de Roglic. Se amainó el pelotón tras comprobar que la fuga se disputaría la gloria. La persecución dejó de tener sentido. La discusión, a voces, se producía entre quienes percibían el frenesí que emana de las flores de la victoria. Soler, Wellens, Van Baarle, Arensman, Stybar y Woods iniciaron el ritual del racaneo después de idas y venidas.

En carreteras secundarias, estrechas lenguas de asfalto festoneadas por árboles aún frondosos, Wellens trazó mal en un curva durante el descenso y por esa puerta se colaron Soler y Stybar. El checo, encendido, enroscó la cabeza sobre la tija del manillar. Tiró el retrovisor. No le importaba que Soler se subiera a su sidecar. Wellens suturó la curva y se cosió a Stybar y Soler. Arensman, Van Baarle y Woods maldecían la corriente de aire que se coló entre ellos. Se quedaron fríos. Soler, Wellens y Stybar rodaban acortando los relevos, midiéndose, planificando el final. Se trataba de ahorrar para después derrochar. Esa aproximación al laberíntico final, una cuesta enredada, enmadejada, permitió que Arensman, Van Baarle y Woods recompusieran la estampa. En el juego de miradas, en una cuesta burlona que finalizaba de repente, sin margen de error, Wellens y Woods se quedaron a solas. El belga, poderoso, se encumbró para subrayar su puesta en escena en Ourense. Fue el primero en dar con la curva, con la meta. Si en Sabiñánigo a Wellens le tocó la lotería, en Ourense cantó bingo.