l pasado 23 de marzo se produjo un hecho insólito. LaLiga y la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), o lo que es lo mismo, Javier Tebas y Luis Rubiales, se pusieron de acuerdo en un mismo asunto: suspender las competiciones futbolísticas sine die. Eso sí, hubo de terciar para comprender semejante conjunción astral un fuerza de causa mayor, conocido que el Gobierno central había decidido prorrogar el estado de alarma hasta el próximo 11 de abril y no quedaba otra.
La concordia entre dos personajes teóricamente llamados a remar en la misma dirección por el bien del balompié español se acabó con esa declaración básica. Pero en vez de adoptar un perfil bajo en consonancia con la crisis social desencadenada por la pandemia del coronavirus, Luis Rubiales ha visto en la convulsa coyuntura una oportunidad para remarcar su figura, investida de paladín social y en vivo contraste con Tebas, señalado como un gestor sin escrúpulos y obsesionado por retomar cuanto antes las competiciones ligueras para evitar el colapso financiero de los clubes profesionales.
El 18 de marzo, ya en pleno parón liguero aunque apenas se barruntaban las medidas extremas, Rubiales convocó a la prensa para analizar la situación del fútbol. Pero en el aire quiso dejar un mensaje estridente, demoledor contra su adversario: Tebas es un "antipatriota", un "irresponsable" y un "ilegal".
Las duras acusaciones vinieron a cuento de los tests para detectar casos de coronavirus que LaLiga repartió entre los jugadores de sus 42 clubes asociados. Una especie de escándalo, teniendo en cuenta su escasez y el alto precio de estas pruebas.
"Me parece irresponsable que habiendo pacientes y estando la vida en juego se haga esto", clamó Rubiales poniendo énfasis en el sesgo elitista de los futbolistas profesionales. Pero no se quedó ahí: "Lo ha dicho la administración, todo el que tenga test, mascarillas, guantes, póngalo al servicio de los demás. Y hay alguien que está mandando test por ahí y es ilegal. Debe estar penado. Nos desmarcamos todos y es una media antipatriota".
Por mucho que Javier Tebas recalcara que los test para detectar el covid-19 se encargaron antes de decretarse el estado de alarma, el mensaje ya había calado entre la opinión pública. La mayoría de los clubes entregaron estas pruebas a los servicios sanitarios y el presidente de LaLiga optó definitivamente por adoptar un perfil bajo, pero muy difícil de calibrar cuando constantemente era requerido en los medios de comunicación. Porque con la competición o sin ella el fútbol ha seguido omnipresente, especulando sobre su regreso y en qué fechas o desencadenando ardientes debates sobre las consecuencias de un final anticipado de la temporada.
En consonancia con su cargo, Tebas sigue poniendo el énfasis en las ingentes pérdidas, sobre todo por los derechos de televisión, que tendrán los clubes si la liga queda inconclusa. Quiere que se acabe, aunque sea en la canícula de agosto. Rubiales tiene la misma opinión, pero ofrece una visión distinta de la jugada, pretendidamente romántica: "Una temporada que empieza debe terminar; hay que dar a los equipos la posibilidad de ganárselo en el terreno de juego", dijo el miércoles.
Ese día Rubiales volvió a convocar a la prensa para decir esto y mucho más, aunque dulcificando el tono de su discurso y el sesgo del mensaje. Ahora se trataba de mostrarse como un gestor ejemplar, liderando una especie de Plan Marshall ante los tiempos difíciles. Ofreció una línea de subvención de 4 millones de euros a coste cero para el fútbol no profesional y una línea de financiación de al menos 500 millones de euros para los clubes profesionales que, lógicamente, Tebas descartó argumentando que por ley eso era "imposible".
El presidente de la RFEF fue más allá. Rubiales anunció la aportación "de una importante suma, que no diré" para la investigación de remedios contra la pandemia. Puso a disposición de los profesionales de la sanidad a los fisioterapeutas y psicólogos de la Federación y ofreció el hotel de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas a disposición de las autoridades para lo que dispongan.
La hiperactividad de Rubiales seguramente responde a la mejor de las intenciones, pero igualmente se intuyen otros objetivos tratándose de un hombre ambicioso. Quizá el regusto por aplastar a su irreconciliable enemigo. Sin duda ganar prestigio ante la inminencia de las elecciones a la presidencia de la RFEF, con Iker Casillas como rival. O también blanquear la venta de la Supercopa a un príncipe sátrapa invocando, nada menos, una oportunidad de liberación para las mujeres de Arabia Saudí.
Los test que repartió LaLiga entre los clubes profesionales le vieron al pelo a Rubiales, que acusó a Javier Tebas de irresponsable y "antipatriota"
Tras el buenismo de Rubiales y la ocasión de poder atacar a su enemigo hay algo más: unas elecciones, con Casillas de rival, o lo de Arabia Saudí