un amigo debió prevenirle sobre el título. Expuesta la historia de su vida en un golpe de viento y cuatro trazos de boli negro sobre blanco, la defensa del club de San Miguel de Estella, cuando mocito, de su etapa de pelotari de mano, puro orgullo, "el título que le mete ese, ya verás, tendrá que ver con el pelotari de Tierra Estella", le soltó el colega. Me lo contó y le salió del alma: "ni se te ocurra". Ya está, mezclo genio y el valle, que podría haber sido Urbasa u otra cosa, "todo menos eso, que Estella era señorita y hasta nos miraban por encima del hombro", sentencia. Ordena y manda. Con dos cojones. Es un hombre de carácter, me cuentan y reconoce. "Cuando Mentxu se mosquea conmigo me manda a jugar a pala porque sabe que en el frontón lo echo todo", confiesa. Debe ser como una liberación, "mi válvula de escape". Va a cumplir 59, sigue federado, compite en el Provincial de paleta argentina y "tengo un mal perder que me puede durar toda la semana". No puede con los zurdos -desde su etapa de jugador de mano- y, si el partido llega en tablas hasta el final, "suelo caer casi siempre", experiencia no superada desde que, siendo infantil, acabó cediendo un partido que él y su compañero dominaban 17-13. "La última pelota la tiré al suelo", asume todavía desolado. Perdieron 17-18 en una final del interpueblos contra Larraun, el pueblo de los Galartza.
Aunque nació en Pamplona un 14 de julio del 61 dice ser de Zudaire. Es de Zudaire, del valle de Ameskoa. Oskar Arizaleta Antúnez jugó a mano, luego a pala en pared izquierda y terminó en el trinquete con el paletón, con la goma argentina. Como todos los críos de entonces hizo del frontón del pueblo su sitio preferido. Allí quedaba, todos los días, con los hermanos Andueza, Juan Luis, José Ángel y Eusebio. Juan Luis, muchos años compañero, le acompañaba aquel día, con 14 años, en el que Larraun les birló el título a los de Estella. Ladis Galartza, su hermano, el corredor, Soroa y el resto de pelotaris de todas las categorías "eran muy buenos". Estella perdió los tres partidos. Heredó la afición del padre, Faustino -"todavía colea, a sus 96 años", me dice, "está hecho un chaval"-, con quien llegó a jugar un partido, juntos, "ya muy mayor", en el que además, "se lesionó". Faustino y Carmen tuvieron otros dos hijos, Roberto, "delicado de la patata", en la reserva, y Mari Tere, "gran aficionada". Con Mentxu tuvo a Jon, "creo que le presioné demasiado" y se decantó por el fútbol, y Ainhoa, "que no descarta volver al frontón y la pala".
Debutó de blanco con el San Miguel de Estella en un interclubes contra Agurain. Aquel día, un rival zurdo le hizo una cruz en su memoria. Ni que decir tiene que a su lado ya estaba Andueza. Al poco jugaría la final amarga contra Larraun y algo más adelante, nueva final navarra de pueblos ante Bera de Bidasoa. Con el mismo compañero, pero en juveniles, sumaron el único punto para Estella. En el dúo infantil de Bera jugaba Inaxio Errandonea, un chaval "que nos impresionó a todos".
Estudió magisterio en Pamplona y, mientras, jugó al fútbol, de lateral por "las dos bandas". Se rompió el codo derecho, recuperó tarde y "no bien del todo". Tuvo que decir adiós a la mano. "Además -añade- jugaba con mucho taco porque era blando de manos". Con el brazo al 70%, sin la capacidad de estirarlo a tope, se topó con la pala. A los compañeros de mano se les unieron Arteaga, Redondo y Gordoa. Por entonces ya habían cerrado el frontón del pueblo. La pala fue puro divertimento entre vecinos y amigos "y algún que otro torneo en Estella".
Con 23 años llega a Vitoria y entra a formar parte de la plantilla del colegio Paula Montal, "las Escolapias", donde imparte clases de euskera y conoce a Mentxu, profesora de matemáticas. Aprovecha el tiempo, se matricula en le UPV, tira del curso puente -"un año muy duro"- y se licencia en filología vasca. Euskera e historia son sus asignaturas. En los corrillos, los alumnos le apodan "Eman", por lo del pelotari de la cuajada. "Eso antes pero hoy creo que no tengo mote". Los chavales conocían su amor por nuestro deporte. Sabían que jugaba a pelota. "Al principio, cuando no conocía a nadie, me pasaba por los Fueros a pegarle a la pelota", cuenta, "luego, me acerqué por Gamarra, donde sabía que había gente que le daba a la pala". Allí estaban Julián González, López de Subijana, Bueso, Cortazar, Sevilla, Luis Benito, Pontzo, "que jugaba descalzo y era de San Marín, al lado de mi pueblo", y Joserra Goñi, compañero luego en el trinquete. En fin, los nuevos compañeros hasta hoy.
Nace el club Errekaleor. Participa en los Provinciales de paleta de goma. Gana en segunda con Gustavo, a los Aragolaza, en uno de aquellos partidos "tan duros y disputados, de mucha pelea". Y, en 2003, Julián le propone probar en el trinquete. "Me defendía bien", me dice, "porque estaba acostumbrado a rebotear en el pequeño frontón de mi pueblo". Se estrena con Clemente Bolaños, juega con Gorka Bombín -un número uno hoy en día- y con "el grande, referente, dominador y elegante de Joserra Goñi", con quien gana la txapela de Primera en el Campeonato Provincial contra Rubén Arroniz y Castillo. Era el año 2008. Al siguiente caerían en semifinales ante Ariel y Vicente y perderían otra final contra Bombín y Sergio Lozan; "palizón", confiesa. Hasta hoy, ha jugado por detrás de Aitor Ruiz de Luzuriaga y, tras un tiempo de descanso por "una hernia bastante?", -no incluyo el adjetivo-, con Joseba Luzuriaga, vecino de Zalduondo, cuya madre "es de Larraona, del mismo valle de Ameskoa". En una semana, contra Fernando Villapún y Gorka Iturriaga "nos jugaremos el pase a semifinales de segunda categoría".
Con Goñi, por colocación, golpeo y por buen compañero, "lo mejor que he visto en el trinquete", ganó su gran título, su única txapela. Aquel fue un partido "muy duro, en el que fuimos siempre por delante. Debí aguantar toda la presión del mundo".
Los rivales tienen que hacerlo con el carácter, las caras, el genio -que dice que tiene y yo no he visto- de un pelotari con casta que lo da todo. Se le escapan todos los demonios. Echa toda la bilis. Tras la ducha le torna la sonrisa, el buen ánimo y ese don del que hace gala cuando le tienes enfrente, la bonhomía. Pero no en la cancha. Ahí es el mastín del valle de Ameskoa.