londres - “No me apetece tener un cuerpo con nadie”, anhelaba Marc Márquez antes del Gran Premio de Gran Bretaña. “Ojalá llegue solo”, añadía sobre un final de carrera idílico. A esta s alturas del campeonato nadie parece en disposición de discutir el título a Márquez. Ayer su fortificación en el reino de MotoGP engrosó desde los 58 hasta los 78 puntos; a falta de siete pruebas, el obstáculo hacia su trono se antoja insalvable. Sin embargo, en Silverstone nada ocurrió más alejado de sus caprichos.
El orgullo de Márquez quedó herido. De inquebrantable espíritu ganador, sin otras aspiraciones que el triunfo a pesar de que se vea obligado a hacer análisis de carrera conformistas, su rostro desvela la verdad: está dolido. El piloto más rápido cede en los duelos que debaten las victorias. Sucedió en Austria, con Andrea Dovizioso de verdugo; ocurrió en Silverstone, con Alex Rins de ejecutor. Dos carreras seguidas, dos derrotas que mancillan el ánimo de un vencedor nato. Porque Márquez no se pliega ante nadie. La suma de puntos no es plenitud. Marc sostiene batalla contra los pilotos contemporáneos, pero su guerra es contra la historia del motociclismo. El segundo es el primer perdedor; es una ocasión perdida para engordar el palmarés. Aunque no posee la arrogancia de trasladarlo a los micrófonos. Versa con modestia.
Ayer Márquez perdió. Su cara hablaba. “Estoy feliz por el campeonato. Por supuesto, no por la carrera. Perder en la última vuelta no es la mejor sensación”. Su porte descifraba decepción.
Y la imagen de verle llegando al parque cerrado donde aparcan los chicos del podio tuvo su ironía: la Honda se quedó parada en la vuelta de celebración y fue trasladado por un comisario a lomos de una Yamaha...
Rins fue el manual que instruye sobre cómo batir a Márquez, quien se las gastaba felices. Temprano se despejó la competencia de las dos grandes amenazas: Fabio Quartararo, líder de las tres sesiones de entrenamientos libres y del warm up y a priori con genial ritmo en Gran Bretaña, se iba al suelo en la primera curva; Dovizioso, reciente ganador en Austria y máximo opositor de Márquez en el campeonato, no esquivó la moto tumbada y se subió a ella como si fuera una rampa de lanzamiento. Voló el italiano. Menudo batacazo. Las dos bajas eran un alivio para Márquez.
Pero Silverstone es circuito de ángulos y no de rectas; de chasis y no de motor. Es el paraíso para las Suzuki, la máquina más veloz en el paso por curva. Y Rins, con su peculiar pero eficaz estilo de pilotaje, compró billete al edén. Alex se instaló en el rebufo del poleman Márquez y... ¡ale, que tire el campeón que a mí me da la risa! La estrategia de Marc era encorsetada, inalterable. O así o así. Las cosas se hacen a mi manera. Cabezota. Mientras, Rins era Kevin Costner protegiendo a Whitney Houston. Una sombra.
Las vueltas se fueron consumiendo. En esas, Rossi claudicaba de su deseo de podio, porque Viñales venía rodando al alza hasta cazar la tercera plaza, que tenía el valor añadido de convertirle en líder de Yamaha. “Pensé que podía alcanzarles”, confió Viñales, que naufragó a 6 décimas de la lucha por una victoria que viajaba en el asiento de Márquez o Rins.
rins impone su método A doce vueltas de la conclusión, Márquez desenroscó el acelerador para que no afloraran sus costuras. Decidió liquidar la fase analítica de Rins para proceder al inicio de la propia. Pero resulta que Alex hizo lo mismo. Renunció a mostrar sus virtudes y sus carencias. De este modo, Marc asumió de nuevo el mando a fin de sostener un ritmo elevado. No quería más invitados en la fiesta. Rins prosiguió así con el estudio de Márquez, detectando fisuras. “Traté de cerrar el gas, pero me preocupaban los pilotos de Yamaha”, confesó el líder, que corría con una mochila de la marca Alex Rins.
La estética del pilotaje de Rins puede generar debate en cuanto a la postura corporal, estirado como rueda, rígido, con la espalda hormigonada, pero la línea de su moto liga con la exquisitez. Es cosa fina. Delante, Márquez parecía un cowboy con una bestia salvaje bajo sus posaderas. Atacaba las curvas con la rueda trasera tamborileando; las salidas eran como el pulso de un trasnochador al salir el sol. Un tembleque descarado. Uno transmitía comodidad, el otro bailaba con los límites. Entre estos estilos enfrentados se repartían vueltas rápidas con nuevos récords de la pista. Vamos, que no iban de paseo, como decía Lorenzo al clasificar penúltimo para la salida. Jorge fue decimocuarto tras dos citas ausente. Ni tan mal.
Rins estaba tan hipnotizado por la rueda ajena que olvidó la pizarra. “He estado tan cerca de cometer un error... A dos vueltas del final pensé que era la última vuelta”, admitió. Llegó a rebasar a Márquez por el exterior, en la última curva. Espeluznante. Si bien, Marc recuperó la primera posición. En ese mismo punto, pero ya en la vuelta final, en el recodo definitivo, tras carcomer la moral de Márquez, Rins abrió la trazada para encarar la última curva. Marc protegió el interior. Pero Alex traccionó antes y enderezó la moto cobrándose el interior al abandonar la curva. Ante la impotencia y a pesar de la mayor potencia de la Honda, Márquez aceleró viendo cómo Rins le rebasaba por la derecha. “Perdí el tren delantero, cerré el gas y él tenía mayor agarre”, lamentó. Decidieron 13 milésimas. “Me dolió más lo de Austria”, expresó Márquez, cuya estrategia volvió a fallar. Es el más rápido -le avalan las victorias, las poles y el liderato del Mundial-, pero la inflexibilidad de su táctica le hizo volver a pecar. Rins, con una propuesta de paciencia y precisión, le aplicó su segunda derrota seguida en un cuerpo a cuerpo para seguir corroyendo la moral del piloto que hoy tiene más aspecto de campeón.