Val Thorens - En los finales, siempre hay un comienzo. Tal vez sea el destino. “Las cosas pasan por algo, es increíble. Si hubiera corrido el Giro o si no me caigo no estaría ahora aquí de amarillo”, recordó Egan Bernal aún con el corazón oprimiéndole el pecho por la emoción de conquistar el Tour de Francia. Cuando el colombiano estaba en la cama de un hospital, días antes de que partiera el Giro, al que no pudo acudir por una caída que le borró de la Corsa rosa, Egan Bernal, la mirada brillante y la sonrisa abierta, preguntó a Xabier Artetxe, su preparador, cuál era el plan para el Tour. El técnico vizcaino tomó un sorbo de aire ante la ocurrencia del colombiano, que corre contra la historia. Artetxe necesitaba tiempo para asimilarlo. Fue su defensa para masticar el deseo de su pupilo, que dejó de pensar en Italia para imaginar la gloria en Francia. Esa idea contenía la esencia de un campeón que no quiere esperar. Precoz. Ese es Egan Bernal: la ambición, la exuberancia y la juventud talladas en un corredor que posee todas las cualidades necesarias para dejar huella en el ciclismo y marcar una época en la Grande Boucle. A falta del protocolo y la liturgia de los Campos Elíseos de París, donde estará acompañado por su compañero Geraint Thomas y Steven Kruijswijk, Bernal degustó su primer Tour en Val Thorens, donde hizo una corta y placentera digestión tras devorar a todos los rivales un día antes en el Iseran, la pértiga que le impulsó al cielo de los Alpes, las afueras de París, su nuevo nido. “Aún falta llegar a París. Pero está siendo algo increíble. Todavía no entiendo lo que me está pasando. Ahora estoy algo más tranquilo, pero voy a necesitar varios días para entender lo que me pasa”, dijo Bernal con ese aire ingenuo de la juventud. Levitaba el colombiano, con la cabeza en las nubes, los pies en el cielo, la piel emocionada, la garganta anudada y la emoción a borbotones. En esa vigilia, Bernal recibió el bautismo del cariño de su novia y el abrazo de su padre. Antes, Thomas, le saludó el triunfo en meta. Fue el chasquido que le despertó. Su sueño hecho realidad. “No me he dado cuenta de que he ganado hasta que en la llegada Geraint (Thomas) me ha dado la mano. Entonces he entendido que había ganado el Tour”, apuntó el colombiano con la felicidad pura de las primeras veces.

En el cierre alpino, en una etapa trepidante, casi efímera por lo escaso del recorrido, apenas 59 kilómetros, aunque eterna la ascensión a Val Thorens, estalló el burbujeante Julian Alaphilippe, víctima de la fatiga amarga que ejerce la carrera. Donde explotó el francés, que se precipitó del podio, se reivindicó Vincenzo Nibali, valeroso y formidable. El Tiburón anunció el triunfo rotundo de la Bestia. A ambos les separan una docena de años. Thomas fue el vaso comunicante que conectó a uno y el otro. Nibali conquistó el Tour de 2014 y Thomas lo celebró el pasado año. Bernal es su último dueño. El galés fue el primero en felicitar a su compañero. Chocaron las manos. Camaradas. En sintonía. “Aprovecha Egan, disfruta de este momento, si quieres llorar, llora, los verdaderos hombres lloran. Es un honor ser parte de su celebración”, expresó el galés, que completó el doblete del Ineos, la cadena de transmisión del Tour. El laurel del colombiano dio continuidad a la formidable tradición del Sky/Ineos. Wiggins asaltó el trono por vez primera en 2012, Froome cosechó cuatro coronas (2013, 2015, 2016 y 2017), Thomas agarró la gloria en 2018 y Bernal puso ayer el champán a enfriar. El colombiano se convirtió en el tercer campeón más joven de la historia del Tour y el primero de los últimos 110 años. Desde que el Tour inventara el maillot amarillo, Bernal es el vencedor más joven. Un pionero.

Alaphilippe, explota La Bestia mostró el filo de su dentadura en el Iseran y en Val Thorens enseñó su dicha. Fue en una ascensión a toda mecha, con el Jumbo con la antorcha y la gasolina. La muchachada de Kruijswijk quería abrasar a Alaphilippe, el escollo para meterse en el escaparate de los Campos Elíseos. En un subida tendida, con una medía del 5,6%, pero eterna, Kruijswijk quería el cadáver de Alaphilippe. El pizpireto francés, que antes de que la jornada tomara temperatura se acercó a Bernal para saludarle, se quedó sin aire ante la asfixia que le provocaron Bennett y De Plus, los sicarios de Kruijswijk. Alaphilippe, seco y tieso por la exigencia de los Alpes, las montañas que aplastan los pulmones, que apenas reparten unas migajas de oxígeno, hincó la rodilla. Bandera blanca. Firmó la rendición apagándose de repente. Implosionó. Alaphilippe, un equilibrista al límite, desconectó. Sin amarillo que defender, el que le despellejó Bernal en el Iseran, el francés decidió recogerse en soledad. Enric Mas le acompañó en su lento caminar hacia el calvario.

Entre los favoritos, Bernal, de amarillo, con el casco y las gafas estruendosas a juego, con una pantalla hiperbólica, descontaba los kilómetros que le conducían hacia la eternidad. “Desde la salida estaba pensando que me sentía bien, pero cada kilómetro que pasaba iba pensando que me quedaba uno menos”. Deshojaba el Tour Bernal. El colombiano restaba para sumar protegido por el kevlar del Ineos, que le mimó el último día de verdad a la espera de los fastos de París. Poels y Thomas le guiaron en la subida. El colombiano siempre tuvo cerca el aliento de los suyos. Sin agobios, con los auxiliares entregándole líquido en un par de puntos de la subida, el líder no se alteró ni un centímetro. El respingo del Jumbo destrozó a Alaphilippe y descuadró a Porte, pero para Bernal aquello no era más que una gloriosa cabalgata hacia la atalaya con mejores vistas de los Alpes. Por delante, Vincenzo Nibali, tenaz, inteligente y repleto de clase, gestionó la ascensión de maravilla. Aligeró el lastre de sus compañeros de fuga, Woods, Zakarin, Perichon y después Fraile, para acomodarse sobre una victoria que rastreó con ahínco.

Nibali es un buscador de pepitas de oro. El siciliano esquivó los ataques difuminados de Soler, Yates y Quintana. También le buscaron Landa y Valverde al final. Se quedaron cortos. Nibali resistió y apuntó al cielo de Val Thorens. Por fin. En paz consigo mismo. “Cruzar la línea de meta es un sentimiento de liberación porque los últimos metros no parecen tener fin. La única manera que tenía de poder conseguirlo era atacando de lejos. Pensé que podría lograrlo. Llevo sin ganar desde el año pasado. Es una buena revancha”, analizó Nibali. A Bernal no le ha dado tiempo para ninguna revancha. Es demasiado joven para recordar derrotas. Cuando se cayó del Giro se puso firme para el Tour. “Si no me hubiera caído no estaría aquí”, repite. Aquí y ahora, Bernal, 22 años, muerde su primer Tour.